"Sin amor no hay libertad, sino egoísmo que es el infierno."

aviso

Este blog no está recomendado para menores, así que tú mismo con tu mecanismo.

fin del aviso



20 de abril de 2014

el parecer del pueblo

Cielo e infierno están siempre en nuestra mano. Lo que decide nuestro destino es nuestra conciencia.

El sistema es a medida de nuestros principios y valores.
Nuestras prioridades se traducen en nuestra organización.

El lucro no debe ser motor ni bandera. Nunca debe primar la codicia. Siempre ha de prevalecer el compromiso con la comunidad, pues si subordinamos y desatendemos la responsabilidad, llegamos a problemas profundamente perjudiciales y dañinos para el conjunto, el entorno y el porvenir. Por ejemplo la fracturación hidráulica.

La soberanía del pueblo supone que nadie es más que nadie, por tanto la política es imprescindible, por tanto la democracia real es absolutamente indispensable. Para que la política sea verdadera, el pueblo debe ser el único actor que participe en ella y su jurisdicción ha de ser total.

Por eso la importancia del consenso y lo crucial de métodos que certifiquen el buen hacer. 

La corrupción aparece por cualquier lado en cuanto nos descuidamos.
Está dentro nuestro. Todo sistema que no ampara y procura un crecimiento positivo de la persona, da lugar a que aparezca el mal y los daños subsiguientes.

Nosotros somos el terreno y nuestra conciencia define las condiciones en que nos cultivamos. Malas prácticas y malas decisiones traen el tormento y la plaga.

Todo poder implica una responsabilidad.
Vivir, existir, es nuestro primer y principal poder, cuyo deber asociado no es eximible ni admite excepción.

El hombre debe pleitesía a la vida, la naturaleza y la sociedad.
Y debe encontrar la manera de conducirse guardando el equilibrio con todo eso.

No existe libertad sin compromiso.
No es verdadera libertad sin sentido de la responsabilidad.
No hay posibilidad de experimentarla sin un auténtico consenso.

La recompensa nunca se alcanza sin merecerla.
El atajo te lleva a otro lado, igual parecido, pero que no es lo mismo.

Ahora bien, todo esto depende enteramente de la conciencia de cada cual. Sabemos perfectamente que hay gran variedad de grados de conciencia entre las personas.

Hay quien vive todavía en las cavernas y hay quien vive en las nubes.
El sentido de la responsabilidad de cada cual es muy subjetivo.
A un psicópata le parece muy bien lucrarse a costa de los demás.
A un enfermo le parece muy bien aprovecharse de los inocentes.

Por eso el pueblo debe vigilar y supervisar toda actividad. Para conjugar toda esa diversidad. Para convivir de la mejor manera posible, en buena vecindad.

Control es una palabra que no gusta nada a los inmaduros, porque asumen que es algo que les viene impuesto de fuera. Esto pasa cuando su conciencia no está alineada con los valores compartidos por la comunidad.

Que el pueblo conozca la verdad de su actividad pública les parece invasivo. Lo cual es más que elocuente.

Si todos buscamos el bien, se da el entendimiento entre nosotros.
Cuando uno busca aumentar su poder por encima de los demás, entra en conflicto.
El egoísta vive en psicosis, se aliena y entra en una dinámica dañina y problemática. Siente que la vida le persigue y oprime, cuando es él quien se ha exiliado y desquiciado.

El miedo, los complejos, las inseguridades, etc. construyen un discurso paranoico. El gato y el ratón.

Para no caer en esta triste espiral, se ha de cuidar y cultivar la conciencia.

En el fondo es sencillo, o maduramos y nos autocontrolamos o nos toca soportar la tutela de otros. El ser consciente se integra y se autorregula, participa adecuadamente de su entorno.

Los valores éticos son universales, aun sin estar formulados. Partiendo de ese núcleo, es fácil encontrarnos y apoyarnos, crecer juntos y avanzar en la dirección adecuada.

Al malvado no le gusta eso. No le gusta sentirse acotado, pues tiene una idea muy particular sobre los límites. No le gusta ser rebaño, quiere ser pastor.

Aquí hemos llegado a algo interesante.
La humanidad es un rebaño que no tiene pastor. El único pastor que hay es invisible, por así decirlo. Cada uno tiene su propia idea al respecto, pero no entraremos en esto ahora.

Un rebaño sin pastor se distribuye orgánicamente, se va reorganizando y adaptando continuamente.

Las ovejas negras se creen perros-pastor y se dedican a empujar hacia el barranco a cuantos más borregos mejor.

Por eso aborrecen toda barrera.

La estrategia del malvado siempre es dividir y separar. Así él embauca a los dormidos y los explota para sus tejemanejes.
Se disfraza de emprendedor y vende sus proyectos como fuentes de empleo y riqueza. Cuando la realidad es bien otra.

El malvado siempre busca su propio beneficio. El máximo posible y en el menor plazo posible. Es un adicto del poder, porque ha caído en la peor enfermedad del ser.

El malvado entiende el marco legal como un tablero del que servirse para explotar sus fallas. El malvado se disfraza, coloca ante sí una pantalla y finge acatar las normas, mientras se sirve de mil y un subterfugios para medrar a toda costa por otro lado.

Por eso la ley no debe estar sectorizada ni delegada. No debe estar encorsetada ni acartonada. La ley debe ser siempre viva. Nacer y emanar del pueblo. Ser aplicada y hecha respetar por el pueblo.

La implantación de cualquier mejora o novedad es lo que más cuesta, pues requiere la implicación de una suficiente masa crítica y encuentra no poca oposición y resistencia. Pero si la propuesta es buena, de una manera u otra se abre camino. Creo.

Imagina una comunidad donde toda persona tiene derecho a una renta básica, asociada a su deber político-ciudadano.
Esto significa que cada uno deberá estar al tanto de todos los asuntos y dar su opinión, voto, acción o lo que sea. Y si no cumple con ello, no recibe su pago diario. Incluso, según la calidad de su participación, puede tener mayor o menor recompensa.

Con un sistema así, que distribuya y organice la información, el pueblo podría saber casi en tiempo real su propio parecer.
Podría estudiar en profundidad su conciencia y sus motivaciones.
Podría procurar la mejor expresión y manifestación de todo eso.

Se podría medir el grado de implicación, coherencia y calidad de cada acción de cada persona. Podría haber un seguimiento que nos permitiera recompensar cada buena acción y penalizar cada infracción. Reforzar el buen crecimiento y dificultar el mal camino.

Pero ante todo y sobre todo nos permitiría acercarnos más a la verdad. No puede seguir habiendo imprecisión y opacidad en lo social.

Seguro que a muchos algo así les espanta. Es fácil pensar que una herramienta semejante podría convertirse en instrumento de represión y manipulación.

La gracia está en diseñarla bien.
Absoluta transparencia. Absoluta incorruptibilidad. Absoluta neutralidad matemática.

Por ejemplo, tan sencillo como aprovechar el protocolo bitcoin, o algo parecido, para llevar un registro de todas las acciones emprendidas en una comunidad.

Cada miembro podrá y deberá puntuar cada acción, reflejando así su opinión. Opinión que podrá ser favorable (+1), o contraria (-1).
El plazo máximo para emitir el voto será de tres días. No votar supondrá un negativo en la puntuación del pasota.

En función de la puntuación resultante para cada acción, su o sus artífices recibirán un punto positivo o negativo, o neutro en caso de empate.
Cada voto deberá ir acompañado siempre de un breve argumento que lo justifique. Argumento que también podrá ser libremente puntuado y comentado por cualquier miembro. Así hasta el infinito.

La extensión del comentario tendrá un límite máximo de 300 caracteres.

El único voto y comentario obligatorio será el de primer orden.
Pero, cualquier comentario que reciba el voto unánime de la mayoría, positivo o negativo, se traducirá en un punto más o menos para el autor del comentario.

Esto sirve para medir el grado de conciencia de una comunidad y sus miembros y para exponer y/o solventar sus conflictos internos.
Dada su permanencia, su uso ha de ser responsable, so pena de severas tensiones y disarmonías, como dicen los de allende.

Pero esto ya lo sabemos, va en la persona aprovechar cada oportunidad para crecer y madurar o todo lo contrario.
Desde luego, el individuo conflictivo encontrará bien pronto las consecuencias de su comportamiento.

Ya que la puntuación personal negativa implicará obligación de redención mediante acción para la comunidad.
El máximo de puntos negativos acumulables será tres. Momento en el que la persona perderá todo derecho de participación en el centro de decisión hasta que equilibre su saldo. Quedando pues a merced de lo que la comunidad le proponga o le acepte como acción redentora. 
Siendo la persona libre de decidir si consiente en ello o no.

De persistir en el máximo negativo durante un mes, la persona quedará expulsada de la comunidad.

El máximo de puntuación personal positiva también será tres. Todo punto añadido a partir del máximo no tendrá efecto en ningún lado.
Los puntos positivos personales caducarán y desaparecerán a los tres días de su asignación.

Cada persona tendrá un historial donde quede registrado todo su progreso. Diferenciando allí muy bien los puntos obtenidos mediante acción y los obtenidos mediante comentario. Pudiendo presentar y evaluar los datos con distintas gráficas que permitan ver a las claras su perfil y trayectoria general.

Además, deberá existir otra rama del protocolo donde se compartirán las propuestas de acciones a emprender, que se votarán para decidir si llevarlas a cabo o no, y donde se establecerá y dispondrá todo lo oportuno y pertinente para su realización.

Funcionando esto mediante el mismo sistema de puntuaciones y tal.
Aunque, para facilitar un poco la cosa y aligerar las formalidades, bien estará realizar asambleas presenciales o foros extraoficiales, en la medida de lo posible, para definir y acordar las propuestas a trasladar y abordar.

Todo esto habría que pulirlo y calibrarlo mejor de acuerdo a las características y circunstancias de su aplicación concreta y real.

No es lo mismo una micro-comunidad que una macro-organización.
Ni es lo mismo la vida en la naturaleza que en otro entorno más industrializado y tecnificado.

La cuestión es que se puede elaborar y modular cualquier tipo de sistema que se sustente en los valores que decidamos.
Elegido el rumbo, la herramienta nos ayuda a medir nuestros pasos y examinar las consecuencias.
La máquina no determina nada por sí misma, tan solo nos facilita el procesar la información y autoevaluarnos.

La virtud y el exceso radican siempre en nosotros.

También podríamos elaborar un sistema mucho más sofisticado, que dotara a la máquina de criterio, mecanismos y recursos para la gestión de sus objetivos. Pero eso sería tal vez un error, pues no estaríamos mas que delegando nuevamente nuestra responsabilidad, de nuevo a expensas de una voluntad ajena, por muy mecánica y perfecta que esta fuera. 

Así que más nos vale no escaquearnos. Sabemos de sobra los problemas y tormentos que nos trae obrar irresponsablemente.

La máquina tan solo es una fachada, un panel de control, que nos permite buscar, mantener y procurar el consenso.
Es un vehículo facilitador para cuidar, conformar y poner en común nuestros principios y valores. Un soporte que hace de intermediario y nos permite dialogar con nuestro yo colectivo más eficazmente.

Esa es una clave importante, la conciencia colectiva, la mente colmena. Esa cosa huidiza y esquiva que se compone de la suma de nuestras actitudes, intenciones, acciones y decisiones.

Hasta ahora hemos dejado todo eso en manos de otros. Y así nos va, claro. Pero, dada la enorme importancia de esto, tenemos que ponernos las pilas en serio.

La aversión hacia las instituciones de poder se debe a que son parte diferente y separada de la sociedad. Esta enajenación proviene de nuestra irresponsabilidad. Nosotros hemos alentado y consentido la escisión, porque es análoga a nuestra desconexión interior. Ahora debemos recobrar el sentido de pertenencia y autoridad. Yo el pueblo.

Esto tiene un precio. Ya no podremos ser inmaduros y egoístas como hasta ahora.

La idea primordial es que debemos hacernos cargo y atender la marcha del conjunto. Y para ello cada uno de nosotros debe asumir su deber social. Esta noción ha de nacer de nuestra más pura esencia, la más honda, que nos llevará a establecer las vías adecuadas para la correcta coordinación.

La parte y el todo necesitan encontrarse.

Ese encuentro depende enteramente de ti. Tú tienes que contactar. La dimensión, el alcance y los términos del enlace dependerá de tu conciencia. Esto, mal entendido y asimilado lleva a error.

El todo es literal y a la vez figurado. El pueblo no es algo externo a ti.
Para hallarte comprendido en él, has de desalienarte.

El pueblo no puede tener representantes. Cada persona tiene la obligación moral de participar directa y personalmente. Sea como sea. Toda tentativa de eludir esta implicación resultará en más de lo mismo, y la pesadilla continúa y continúa.

Es muy bonito delegar y luego protestar. Pero eso no va a valer ya más.

Participar es exponer tu verdad y encajar en el conjunto. Sin dejar de ser quien eres. Consecuente.

A quien más le duele esto es a los mal encaminados. Porque sus valores no casan bien con la vida, no encajan con el sentido común.
Y solo pueden prosperar si nadie les hace ver esta verdad.

Si lo piensas, hemos estado jugando a un juego muy absurdo. Hemos abrazado todos la mentira para que unos pocos pudieran salirse con la suya. Hemos sido increíblemente generosos y amables concediéndoles este privilegio. Tanta muerte, tanto abuso, tanta destrucción. Tanto sufrimiento.

Se lo hemos regalado. Ha sido una concesión. Todos nos hemos embarcado en este experimento y hemos llegado hasta aquí para ver sus consecuencias. Explorando lo más bajo, terrible y oscuro. Aprendiendo sobre nuestra capacidad y la capacidad de la vida.
Conociendo el mal.
Su discurso, sus valores, sus frutos.

Cuando esto termine y retomemos la senda correcta, podremos hacer balance y encontraremos interesantes lecciones. Hemos padecido en nuestras carnes lo indecible. La enfermedad ha adquirido formas de lo más diversas. De la más espantosa tiniebla han asomado pequeñas chispas de esperanza. De lo más atroz se hizo arte.

Filosofadas aparte, que hay que ir hacia una red-estado o estado-red, donde las instituciones tan solo sean interfaces para la conjugación del pueblo.

La tecnología puede sernos de gran ayuda si sabemos emplearla y aprovecharla, sin olvidar que buscamos aprender a organizarnos de la mejor manera posible, ahora y siempre.
Aunque tampoco es necesariamente imprescindible, lo mismo podemos apañarnos con medios más básicos e inmediatos, más convencionales, como las asambleas, los referéndums y tal.

Bueno, lo mismo, no. La diferencia es que a través de la tecnología podemos establecer mecanismos mucho más específicos e interactivos. Y esto, en ausencia de la conciencia, puede ser un importante elemento a tener en cuenta.

Es como un despertador. La máquina te avisa y llega un momento en el que has interiorizado el hábito y casi podrías prescindir de ella.
Así pues, dado nuestro atrofiado músculo político, bien viene que nos sirvamos de algún aparatito que nos ayude a entrenarnos.

En el fondo, tratamos de recuperar un canal mediante el que ejercer nuestra soberanía, que tenemos malamente abandonada.  

Esto puede comenzar a escala reducida. Un pueblo en transición que decide experimentar distintas maneras de llevar un seguimiento de las decisiones y acciones tomadas. La experiencia va puliendo los mecanismos que mejor les sirven para esto. Los resultados van dando muestra de lo que ayuda y lo que no. La información compartida sirve de ejemplo para que otros prueben algo parecido o no.

Da igual que coexistan diferentes iniciativas. Da igual que el problema gordo siga presente a escalas mayores. En tanto en cuanto la conciencia colectiva encuentre un medio adecuado para definir y sostener el consenso, ya es un logro. El tiempo dirá lo que habrá de sobrevivir y lo que no.

Nada de esto puede ni debe realizarse por la fuerza. Más bien se trata de que vayamos reuniéndonos y reconociéndonos voluntariamente. El mercado blanco, por así llamarlo, gana importancia y presencia conforme la gente asume y adopta la lealtad y abandona la ruindad, indignidad y mezquindad de manera manifiesta y verificable.

El corrupto queda en evidencia cuando no asume el código de trazabilidad y honorabilidad establecido.

Perdemos mucho tiempo y mucha energía mirando y juzgando a los malvados. Más cuando todo está a su favor para salirse con la suya.
Todo eso debemos aprovecharlo y encauzarlo en la creación y establecimiento de nuestro mejor marco de convivencia.

Hay que elegir, o compartir o competir.
De cada opción emana su modelo consecuente.
El malo lo tenemos más que sabido.
Igual ya toca probar con el bueno, o algo.