Hace mucho, mucho tiempo, el mundo estaba lleno de dragones.
Había muchas especies diferentes, pero todos tenían en común la capacidad de escupir fuego; Lo que pasa es que cuando hacían esto se quemaban también ellos y se convertían en cenizas.
Al principio eran muy tontos y desaparecieron casi todos enseguida, los que quedaron fue porque aprendieron a no enfadarse, entonces vieron que podían vivir muchos años, y, conforme pasaba el tiempo, se fueron volviendo aún más listos y pacíficos.
Ya no peleaban entre sí ni se comían a la gente; Los humanos, con su escasa inteligencia, ya no representaban ningún problema para su existencia, eran los reyes de la creación, no tenían depredadores naturales, así que vivían tranquilamente, a sus anchas.
Lo malo es que se acomodaron tanto que incluso dejaron de reproducirse y, poco a poco, fueron desapareciendo.
Los últimos dragones se encontraban en China, allí convivían con los humanos en armonía, ya que estos los respetaban y consultaban como fuentes de sabiduría vivientes, el problema estaba en que, la mayor parte de las veces, los humanos no alcanzaban a comprender el significado de sus respuestas, tanta era la diferencia; Aun así, el pueblo chino siguió acogiéndolos, y alguna cosa sí que aprendieron.
Según envejecían, los dragones se volvían más estáticos, silenciosos, profundos.
Habían vivido tanto tiempo, tenían tanta experiencia y conocimiento que al final alcanzaron la sabiduría plena.
Esto produjo una transformación lenta, discreta, extraordinaria, en su cuerpo, que, poco a poco, se convertía en oro.
Así, un día, los chinos se encontraron con que, los dragones, se habían convertido en inmensas estatuas de oro macizo.
En cualquier otro lugar del mundo aquello habría despertado la codicia de la gente, se habrían peleado y matado hasta lograr un pedazo de oro y las estatuas habrían quedado destrozadas.
Pero los chinos supieron ver que aquellos dragones se habían vuelto auténticas deidades, dignas de veneración, y, desde luego, aquellas estatuas eran sagradas y debían cuidarlas y preservarlas en perfecto estado.
Por ello construyeron, en torno a cada una de ellas, magníficos templos, y, alrededor de cada templo, creció, poco a poco, una ciudad, rica y próspera.
Y así fue como nacieron las grandes ciudades de China.