Los mandao son un pueblo sumiso.
Tan sumiso que no tienen ni voz ni voto.
Y claro, están bajo la tutela de los pabilao.
Los mandao son felices así.
Para ellos es muy fácil vivir de esta manera.
Echar cuatro ratos obedeciendo y luego a verlas venir.
Lo malo es que no se dan cuenta de lo que provocan con esto.
Con el tiempo los rasgos se acentúan.
Lo blando se reblandece y lo duro se endurece.
Entonces pasa que la relación que mantienen se recrudece.
Se montan una explotación cada vez más abusiva y descarada.
Descarnada.
Empieza la fricción, la tensión, la incomodidad.
Las quejas y las protestas.
Pero de nada sirve.
Los pabilao han sabido desempeñar muy bien su papel.
Ya desde el principio se preocuparon en mejorar.
No se fiaron, no se acomodaron.
Investigaron y aprendieron.
Diseñaron un plan a largo plazo.
Estudiaron la mente de los mandao.
Buscaron las maneras de volverlo aún más manso y obediente.
Para esto secuestraban algunos ejemplares y experimentaban.
Así empezó lo de los desaparecidos.
Materia prima no retornable.
Mermas insignificantes y asumibles.
El trabajo les fue provechoso.
Encontraron la manera de moldearlos a capricho.
Introduciendo los cambios poco a poco.
Muy poco a poco.
Pero sin desviarse ni un ápice.
Vendiéndoles la moto con mil argucias y cautelas.
Con mañas y engaños sin fin.
Ahora los mandao se ven apresados y enjaulados.
Y no les gusta, claro.
Pero amigo, intenta contarles que son ellos los únicos responsables.
No lo quieren ver.
No quieren reconocer que su comodidad les ha traído este castigo.
Por eso adoptan el papel de víctima.
Papel que les va de perlas a los pabilao para seguir a lo suyo.
Los mandao tienen mucho que aprender si quieren crecer.
Si quieren volver a ser seres hechos y derechos.
Íntegros.
El pozo lo han cavado con sus manos.
Ahora habrá que ver si aciertan a salir de él.
Ya lo dice la medicina, el terreno lo es todo.
La enfermedad solo aparece cuando las condiciones le son favorables.
Los mandao han sembrado su propia ruina.
Y luego lamentan el resultado.
Es como un sonámbulo que construye un rascacielos.
Se sube a lo alto.
Salta al vacío.
Y a mitad de la caída se despierta por fin de su trance.
Y ve con horror y pasmosa velocidad el suelo viniendo hacia él.
Ay, qué cosas pasan, hay que ver.