"Sin amor no hay libertad, sino egoísmo que es el infierno."

aviso

Este blog no está recomendado para menores, así que tú mismo con tu mecanismo.

fin del aviso



30 de junio de 2013

hipermercado

Después de varias escenas callejeando, me encuentro en un hipermercado.

Es temprano por la mañana, aún no han abierto o falta poco para que abran. Sin embargo ya hay bastante movimiento de clientes pululando por todos lados. Me paseo tranquilamente por las diferentes secciones, buscando algo.

En la sección de electrónica me llama la atención una gran piscina refrigerador que hay en el centro, de esas donde se pone el pescado y tal. Pero esto en sí no me parece lo raro, sino un perro que está ahí cerca levantando el hocico, discretamente, para captar los efluvios que emanan y adivinar lo que este dispensario ofrece y alberga, por si hubiera algo apetecible o afín a su paladar. Su porte es cívico y educado, su vestimenta canina transmite sobriedad y elegancia. Parece un ciudadano más, semejante y con plenos derechos. 

Sigo caminando y llego a la sección de repostería. Me parece que aún no he desayunado, pues se me hace la boca agua al contemplar la abundancia y variedad de delicias tentadoras. A pesar incluso de la caótica disposición que presentan, pues no llevan envases ni envoltorios y se encuentran un tanto entremezcladas. Dulce, salado, galletas, bollos, empanadillas, todo ahí disperso a la buena de dios por los expositores.

Tantos bocados daría, que no me decido. Entonces oigo a mis espaldas las voces de dos o tres familiares, que hablan entre sí. Por sus palabras adivino que uno se marcha y los otros le despiden, con parabienes y encomiendas. Me alegro por él, pero no me vuelvo y sigo a lo mío.   

Vago y ando al azar, vagando y explorando las secciones y demás. Creo que trato de orientarme o formarme un mapa del conjunto, aunque no parece que me esté funcionando.

Llego a unas puertas amplias, tapadas por gruesas cortinas oscuras, me asomo tras ellas. Una revisora me impide el paso, pero veo que son los cines, así que no me interesa.

Luego desando un poco, y voy, y vengo, pero no encuentro el camino por donde he venido. Creo estar en una zona lejana o apartada y lo que quiero es encontrar la salida para marcharme de aquí ya.

El pasillo es sombrío y silencioso. Frente a las cortinas del cine hay otras cortinas iguales que conducen a otra zona, similar de inaccesible a estas horas. Hay una ligera incomodidad por estar aquí solo, ante esas cortinas, privativas, indiscretas. Una pareja con una chiquilla salen de una de ellas y se vuelven rápido hacia la zona comercial, reconociendo su breve extravío. Hago mención de seguirles, pero no me arranco.

Acabo de descubrir, justo por el otro lado, unas escaleras, descendentes y no mecánicas, que parecen conducir a una posible salida. Veo al final de ellas a una maruja llevando un carro de la compra, así que pienso que ahí se encuentra el súper de alimentación y que tendrá una salida directa a la calle, que es lo que quiero.

Aunque, desde donde estoy no se ve más que pasillo allí al fondo. La luz que por él llega tiene toda la calidad y calidez del sol, así que me decido y empiezo a bajar.

Los peldaños son extrañamente grandes, de un metro de ancho y alto cada uno. Esto me inquieta y sorprende, sobre todo porque la sensación de descenso se hace más acentuada, acusada. Para colmo el último peldaño no termina como debería, sino a seis o siete metros del suelo. Y encima no es horizontal, sino que tiene una ligera pendiente hacia la izquierda, que termina igualmente en el vacío, pues a ese lado la escalera no está pegada con la pared, sino separada metro o metro y pico.

Total que me sostengo in extremis, los pies en el borde, los brazos en la pared, y menos mal, que si no...

Lo malo es que esta situación es bastante precaria, pues a la que intente incorporarme me voy a ir para abajo. Y no quiero caer, sobre todo tengo claro esto.

Me cabrea exponerme al riesgo de, una vez abajo, descubrir que no hay salida y no poder ya retroceder por culpa de estas condenadas escaleras, que maldito el desgraciado que las ha diseñado. Eso sin contar el trastorno que pueda suponer la caída, que no es cualquier tontería, desde luego.

Por fortuna, al momento comprendo que estoy en un sueño y me despierto. Contento por haber encontrado la salida que estaba buscando, sin necesidad de sobresalto y bien oportuno, jeje.