Subo por unas calles empinadas, anchas y solitarias que conducen a la parte alta de donde me encuentro, no sé si es una ciudad o un pueblo abandonado, se respira serenidad, tranquilidad.
Las casas son de construcción sencilla, de tipo griego o mediterráneo, con las paredes blancas de cal. La luz es de atardecer detenido, suave, limpia, nítida, luminosa, alegre, positiva. Lo mismo podría ser de amanecer, pero no, es la antesala a la hora azul.
Conforme voy llegando a lo más alto me voy sintiendo más y más ligero hasta llegar a un punto donde la gravedad empieza a actuar en sentido inverso.
Dudo unos momentos, medio oscilando en ese punto intermedio donde mis pies se escapan del suelo y a la vez parece que me voy a caer un trompazo.
Una ligera brisa termina de empujarme y ya floto más decididamente. Hago algún intento de aferrarme a las paredes, pero mis manos resbalan por su superficie sin encontrar asidero alguno.
Me voy hacia el cielo, cada vez más ligero, cual globo mecido por el aire.