Estamos saliendo de tiempos oscuros.
La tiniebla se va desvaneciendo lentamente, y poco a poco estamos empezando a distinguir con más claridad las cosas.
Antes no sabíamos comprender el origen de nuestras desgracias y calamidades.
Pero ahora vemos a los seres oscuros que las provocan.
Mejor dicho: Eso solo lo ve quien de verdad tiene los ojos abiertos.
Todavía hay mucha gente que no ve o que prefiere no ver.
Esta situación resulta especialmente peliaguda, pues los oscuros se sienten expuestos y reaccionan aparatosamente.
La inquietud del maligno es peligrosa.
Y su habilidad, más todavía.
Sería un grave error subestimar su inteligencia y preparación.
Ellos conocen muy bien la dificultad a la que se enfrentan.
Saben que sus opciones de éxito son pocas o ninguna.
Pero no por ello van a desistir en su empeño.
Su principal objetivo es conservar su capacidad de mando.
Por eso imponen medidas cada vez más severas para controlar a la población.
Quieren tener al ganado atado corto, y así poder ahorcar fácilmente a la res problemática.
Domar al ser humano no es fácil, pero tampoco es difícil.
A base de hambre y golpes, se logra lo que sea.
Te cortan todos tus caminos, luego te ceban con sus piensos pésimos y, para cuando te quieres dar cuenta, ya eres su siervo.
Lo arduo es conseguir que toda la población sucumba a semejante estratagema.
La humanidad es como una bola de mercurio, imposible de aplastar a las bravas.
Requiere métodos más sutiles y retorcidos.
Por eso el ser humano está siendo intangiblemente envenenado.
Si trastornas o perviertes la conciencia de una persona, puedes impedir que desarrolle sus cualidades más elevadas.
Dicho más claro: Quieren que no seamos humanos, sino animales.
Es por esto que la cultura ha pasado de ser una herramienta edificante, a convertirse en un arma brutalizadora.
Esa molicie degradante, pretende ampliar al máximo la brecha.
Que el conocimiento resulte cada vez más inalcanzable y costoso, de tal manera que solo unos pocos puedan adquirirlo y que queden al servicio de los oscuros.
Mientras, a la masa aborregada se le ofrecen sucedáneos inútiles y adulterados.
Esto requiere marcar las diferencias ya desde la mismísima cuna.
Sin medias tintas.
Solo los muy acaudalados tienen realmente medios para proporcionar a su descendencia una base formativa íntegra, digna y significativa.
El resto de los mortales queda preso de la impuesta miseria generalizada.
La escasez no es accidental, ni la precariedad.
El ser humano tiende a perseguir tenazmente la mejora, y aprende rápido a trepar por donde sea.
Esto obliga a los de arriba a tener que andar constantemente cambiando las sendas establecidas.
Por eso cada nueva directriz es más descaradamente dañina y destructiva.
Ellos juegan a la confusión.
Montan lío y observan la reacción.
Así miden la lucidez de la sociedad y detectan a los sujetos más potencialmente inconvenientes.
Las voces que son capaces de comunicar la realidad y despertar a los demás, son neutralizadas por las buenas o por las malas.
Desactivan al rebelde auténtico y en su lugar colocan a otro de pega.
Los oscuros saben muy bien sacarle partido a todo eso.
Siembran el veneno, anulan el antídoto y proporcionan placebos que albergan veneno.
Siempre están dando el cambiazo, para que nada cambie en realidad.
Y también se sirven de la técnica del poli bueno y el poli malo, para marear a la gente sacudiéndola de un lado al otro.
Buscan desestabilizarte por todos los medios.
Enredarte en su caos desconcertante, hasta que dances al son de su batuta.
Por eso se sacan de la manga reglamentos absolutamente nefastos, que en realidad son globos-sonda y zarpazos lesivos.
Esos faroles tentativos, nunca son inocuos.
Primero te amenazan con robarte tres pedazos, luego te perdonan dos fragmentos y tú te quedas tan contento, pero por el camino ya has perdido una parte de ti que jamás volverás a recuperar.
Negocio redondo.
Ellos van ganando terreno poco a poco y la sociedad va cediendo porciones cada vez más cruciales.
Quedar al dictado de lo que esas alimañas suministran a diario, es caer en un sinvivir demencial.
La insensatez va cobrando proporciones descomunales.
Y quizás eso sirva para que más personas abran los ojos.
Pero muchos otros se adentran cada vez más en la pesadilla.
Hay demasiada vileza y ruindad en las mentes enmemecidas.
Da casi hasta malagana el tener que andar tratando de clarificar las perfidias que los incautos no consiguen detectar.
Tener unas toscas nociones respecto al mundo, te impide comprender adecuadamente las cuestiones delicadas o las taimadas maquinaciones.
Incluso en casos tan evidentes que hablan por sí solos.
Como la última ocurrencia de turno de los rufianes, que consiste en insinuar ambiguamente un cambio de criterios instructivos respecto a las personas con impedimentos funcionales.
Te presentan su planteamiento envuelto con palabrería biensonante, pero lo que persiguen con ello es deteriorar la calidad formativa de todas las partes implicadas.
Esa barbaridad es un ataque bajo la línea de flotación, que merecería amplio y minucioso desarrollo.
Pero no voy a entrar en ello, pues prefiero esbozar una o dos metáforas más o menos atinadas, por si sirve de algo.
Imagínate que tienes un taller de coches, saturado de reparaciones.
Supón que no tienes buenas herramientas ni buen entorno de trabajo, pues tu taller es arcaico y se cae a pedazos.
Que tienes insuficientes mecánicos y que están más que hartos por la sobrecarga de reparaciones y por las malas condiciones.
Y para colmo hay una normativa que os obliga a seguir unos absurdos protocolos que multiplican vuestro esfuerzo y dividen vuestra eficacia.
Entonces aparece un nuevo edicto que os obliga a asumir mayores responsabilidades, mayor volumen y mayor complejidad en vuestro desempeño.
Pues alguien ha tenido la genial idea de centralizar en tu taller todas las reparaciones de todos los vehículos habidos y por haber.
De la noche a la mañana se supone que tienes que hacer el milagro de convertir tu minúsculo tugurio en un recinto apto para la reparación de trenes, barcos y aviones.
En teoría eso no tendría que ser necesariamente imposible, pero implica una enormidad tan descomunal de reestructuraciones y equipamientos, que difícilmente parece viable.
Pues, tal descabellado capricho, requeriría máxima coordinación y planificación a muchos niveles, para lograr una funcionalidad muy inferior a la realmente adecuada.
Es como si coges un hospital y lo metes todo junto en una sola sala, quirófano, laboratorio, cuidados intensivos, neonatos, diagnósticos, área de descanso, etc.
O como si pretendes que un mismo lugar sirva simultáneamente de túnel de viento, tanque de inmersión y simulador sísmico.
En teoría, poder se puede, pero son ganas de complicarse malamente.
Y esto se queda muy corto, pues ni siquiera estamos teniendo en cuenta lo más importante.
A coches, trenes, barcos y aviones les da lo mismo ser ensamblados mejor que peor, en óptimas o pésimas condiciones.
Pero si hablamos de tiernos seres sensibles, ese cacofónico pandemonio va a tener graves consecuencias en los más frágiles, en su etapa más decisiva.
Semejante aglomeración desmedida, provoca serias repercusiones.
Pongamos que eres un malabarista de esos que sostiene en equilibrio múltiples platos sobre largas varillas.
Y ahora, para hacerlo más emocionante, te suman al conjunto otros tantos cuencos, tacitas y teteras.
Sobra decir que el resultado será catastrófico, ya que esos recipientes no están diseñados para girar ni a la manera ni a la velocidad de los platillos.
Pero esa alegoría sigue sin ser del todo idónea, pues no logra plasmar la colateral extorsión nociva derivada de una convivencia tosca y embrollada.
Unos cuantos rasguños pueden parecer insignificantes para muchos, pero resultan atroces para otros.
No es de recibo que se planteen siquiera ese tipo de planes perversos, y menos aún cuando su único propósito es una especie de chantaje-sabotaje para beneficio de la tiranía instaurada.
El poderoso quiere tener pillado por el cuello a todo el mundo, por eso va podando las ramas sobre las que menos dominio ejerce.
Eso le permite jugar más fácilmente al tira y afloja con el porvenir de sus vasallos, para así doblegarlos y domeñarlos.
El trato humano de calidad, casa muy mal con el adoctrinamiento.
Por eso el objetivo de esas sabandijas es desmantelar las alternativas y masificar los centros.
Para así mejor implantar una mentalidad de culpabilidad generalizada y sembrar la distópica paranoia buenista de la corrección postureica.
Es meter a todos en una escabechina desquiciada, de la que salgan triturados y alabando las excelencias del orden establecido.
Les da igual el coste de vidas arruinadas que eso acarree.
Quien hace las reglas, quiere salirse con la suya a toda costa.
Seguir bailándole el agua a esos engueñeques, es mala cosa.
Y discúlpeseme la dialéctica de nosotros-contra-ellos, pero a ver si no cómo explicas tú todo esto.
29 de diciembre de 2020
trenes, barcos y aviones
30 de noviembre de 2020
el subidón del artista
Cuando un pintor trabaja desde el natural, su mirada y su mano establecen un diálogo con aquello que están retratando.
El hecho en sí de tratar de plasmar una porción de la realidad, trae un placer creciente.
El artista va captando la composición, los detalles, los matices, las relaciones entre las partes que forman el conjunto.
Cuanta más pericia demuestra al trasladar esos aspectos al lienzo, más satisfactoria resulta la labor.
El pintor quiere ser mensajero eficaz y directo, no torpe y distorsionador.
Quiere dar limpio testimonio, sin que las taras de su persona interfieran y afecten al resultado.
Lo importante de pintar es el ver verdaderamente, el entrar en contacto con la belleza de lo contemplado.
Si el artista logra provisionalmente desprenderse de su condicional mismidad, se produce una complicidad unitiva con el entorno.
Una comunión mística.
La sensible apertura del pintor, entra en resonancia con la armonía de la existencia.
Ambos quedan absortos en un presente absoluto, inenarrable, de cada vez más intenso significado.
Es como un rapto, un trance, un arrebato.
Un cántico glorioso que se realimenta a sí mismo.
Un despertar insondable, en el que el sujeto y el contexto se abarcan y envuelven mutuamente.
La acción pictórica y su motivo referido se fusionan en una epifanía inacabable.
Ya que, continuamente se descubren nuevos detalles y matices que cautivan y estremecen.
Lo único que salva al artista de quedar sumergido por siempre en esa delicia inconmensurable, en ese maravillamiento perpetuo, son las propias limitaciones técnicas de su proceso creativo.
El tamaño del lienzo, la tosquedad del pigmento y las trabas del pincel, impiden que esa danza prosiga indefinidamente.
Pues pronto los retoques empiezan a opacar los trazos previos.
Y el deleite da paso al drama.
La atención desplaza su foco y se concentra más en el retrato que en lo retratado.
Entonces el artista se ve comprometido a batallar con su deseo de intentar captar y reflejar más realidad que la que puede.
El perfecto calco idóneo, es tan inalcanzable como el sol.
Por eso el pintor debe calibrar y domar su ambición, o se arriesga a estropear lo logrado.
El criterio y la experiencia, otorgan sensatez y equilibrio.
De otro modo, el artista acabaría convirtiendo el cuadro en una estampa de su propia sombra proyectada.
De sus carencias, turbiedades y vilezas.
La intrínseca mácula personal siempre deja algún rastro, pero nunca suele ser el objetivo primordial, excepto para los narcisistas patológicos.
Pues el arte debe ser una búsqueda pura, de óptima inercia enaltecedora.
Un entregado amor entusiasmante, un deslumbramiento asombroso.
Una magia irrepetible que el artista desea frecuentar.
Un mirar reconocedor y apreciativo que te ayuda a estar repleto de integradora veracidad, a ser manantial de bondad.
Pero no se puede besar el Cielo todo el tiempo.
El viaje es con retorno.
Y según cómo lo hagas, te aporta valiosa lucidez o ruinosa locura.
Por eso, vivir es un arte. Y amar la vida, también.
Pero esa pasión no puede ser superficial ni simplista.
Quien ama, ciertamente procura conocer a fondo lo que ama.
Y esa es una tarea infinita y paradójica, pues el conocimiento siempre es concerniente.
Llegar al núcleo del otro y al propio, son alcances indisociables.
La madurez de la conciencia, condiciona la capacidad de empatía.
Cada uno pone su genio en cuanto hace.
El corazón es nuestra válvula reguladora, que determina la cantidad y la calidad de la luz que emitimos.
Dialogar con la vida, sirve para aprender a vibrar en propicia sintonía.
La belleza es como un diapasón que te sacude y te entona.
Quien asimila buenamente, alcanza profunda concordia y se hace sabio y santo.
Permanecer en disonancia con la existencia, fabrica maleantes y calaveras.
Las obras de los farsantes son todo humo, desvarío y tormento.
Parodia que esconde negrura, mezquindad que trae perdición.
Lo auténtico es sublime, laudatorio, trascendental.
La benignidad aviva el alma.
Es importante cultivar la virtud, conocer lo significativo, para no caer en engaños perniciosos.
Hay que ver limpiamente la verdad entera.
Para que los asusta-bobos se queden sin clientela y que concluya la mascarada macabra.
Que ya está bien de tanto camelo y canguelo.
31 de octubre de 2020
di NO a la mentira
Comprende lo que está en juego.
Observa las incongruencias.
Niégale credibilidad al discurso prefabricado.
Tamiza cautelosamente todo dato.
Razona con inteligencia.
Aprende a detectar falacias.
Examina las bases de lo establecido.
Lee con atención y criterio.
Escucha tu intuición.
Navega sobre el caos sin zozobrar en él.
Calibra bien tu sensatez.
Ignora todo argumento sin sentido.
Estudia el saber intemporal.
Remedia tus carencias y sesgos.
Repudia sofismas alienantes.
Olfatea lo que ocultan los silencios y las imprecisiones.
Busca auténticamente la verdad.
Líbrate de idolatrías y vasallajes.
Ordena tu equipaje cognitivo.
Gana sapiencia experiencial.
Sospecha de las conclusiones simplistas.
Pon en duda el panorama mediático.
Optimiza tu lógica integrativa.
Trata de profundizar hasta lo esencial.
Conecta indicios significativos.
Obtén nociones pertinentes y constatables.
Madura tu pensamiento lateral para ver más allá.
13 de septiembre de 2020
parto
Voy por el pueblo callejeando, debido a varias cuitas, acompañado por un par de amigos.
En una barriada remota y serena, vemos un charco verdoso.
Mi amigo el cocinero se interesa entusiasta por ese caldo y se pone a trajinar en él.
En un abrir y cerrar de ojos, el charquito se ha convertido en tremendo río que cubre toda la calle y sigue curso por la lejanía.
Su caudal llega casi hasta las ventanas de las casas y sus aguas son de un verde oscuro que tienen un no-sé-qué de vibrante y vivificante.
Nos colocamos en un repecho desde el que se aprecia mejor el lecho de esa balsa novedosa.
Apenas puede apreciarse corriente en sus mansas aguas.
Hay varios peces grandecillos, de un rojo intenso, nadando plácidamente por aquí y por allá.
Me aproximo a la orilla y veo que el verdor se debe a infinidad de trocitos vegetales, que se reparten uniformemente por todo el volumen.
Meto la mano y compruebo la suave liviandad de esos fragmentos, nada molestos ni pegajosos.
Después continuamos con nuestro camino, de buen humor.
Vemos cruzar la calle a un viejo que anda hacia nuestra dirección.
Se mueve con paso tembloroso y torpe, cual precario autómata.
Además va hablando en voz alta consigo mismo.
Se dice una y otra vez las mismas cosas.
Cuando lo perdemos de vista, imitamos sus ademanes de pobre loco.
Luego llegamos a la antigua casa de un antepasado mío, pero que ahora está sorpresivamente remozada por dentro.
Estamos cinco o seis parientes y amigos, esperando un aviso o algo así.
Pasamos el rato bromeando tontamente en el salón.
Varios sacan de sus bolsillos una salchicha gordota, envuelta en un plastiquete, y se ponen a toquetearla.
Resulta que los teléfonos móviles ahora son así.
En el centro de la habitación hay una mesa cuadrada no muy grande, que está ocupada completamente por un acuario más ancho que alto.
El acuario apenas tiene un dedo de agua, y más bien está repleto de ramajes retorcidos y musgosos, por los que pululan tortuguillas y otros bichos similares.
Me dedico a ir tirando fuera del acuario a cuanto animal detecto.
Creo que estaba buscando alguna cosa en concreto, pero ya no recuerdo la que era.
Al momento, estamos en un pequeño hospital, de una sola planta, sombrío y abandonado.
La cantidad de conocidos que andamos por ese sitio, se ha multiplicado.
Una buena amiga está de parto y a todos nos invade una inquietud electrizante.
Flotan en el aire inciertas profecías funestas, respecto a dicho nacimiento.
Nosotros no estamos aquí de adorno, estamos batallando metafísicamente contra algo invisible que pretende desencadenar la calamidad malogrando el alumbramiento.
Hay bastante ajetreo por todas las salas.
Acudo apresurado a una sala de la que llega un alboroto paritorio.
Pues sucede que el ente maligno ha embarazado a uno de nuestros amigos, que pugna por expulsar la criatura que tortura su interior.
Cuando logra sacarla, resulta que es un cajón y el sufriente estalla en un ataque de furia descontrolada.
Entre el gentío veo fugazmente el rostro malévolo de nuestro enemigo.
Su frente y ojos están dos o tres dedos más hundidos de lo normal, y su sonrisa es espantosamente rectangular.
Reina la confusión y se suceden varios percances extraños, sin tregua.
Después, de algún modo, logramos reagruparnos y nos ponemos a rezar para centrarnos y fortalecernos.
Como consecuencia de eso, el techo desaparece y en los nocturnos nubarrones del cielo se abre un claro circular, justo sobre nosotros.
Aprovechando ese remanso provisional, me elevo a los cielos para recobrar mis poderes de santo.
Regreso repleto de potencia justiciera y voy montado en un bravo y carismático coche-robot.
En cuanto tocamos suelo, el vehículo adopta su configuración de humanoide guerrero y se va a supervisar las salas colindantes.
Acudo a donde sigue la amiga con sus contracciones y tal.
Llevo un papel en las manos, cuya viñeta central es de plástico transparente.
Esa capa límpida va retrayéndose lentamente, desde el centro hacia el contorno, dibujando grietas serpenteantes.
En el modo en que esa telilla se ha replegado, puedo adivinar presagios sobre el futuro inmediato de la parturienta.
Eso me da confianza en un buen desenlace.
Pero todavía no han terminado nuestros problemas.
De nuevo sale un bullicio alarmante desde otra sala.
Llego raudo y veo salir corriendo a un perro de dibujos animados y grande cual caballo.
Las nubecillas de su huida despavorida y los pelillos que deja tras de sí, me causan risa.
Luego miro hacia el rincón de la sala y veo a otro colega, al cual le ha salido una fea raja junto a la oreja.
Me explica que por allí le ha nacido un bebé muñeco, que luego se ha disuelto.
Para poner fin a este caos endiablado y lesivo, nos reunimos en un pasillo y hacemos una especie de pacto-juramento que provoca la llegada de un gigantón imponente.
Su rostro tiene leves rasgos de trol antediluviano, su vestimenta es simple, con algún lazo céltico, y su porte es robusto, mítico, indeleble.
Con su ayuda, damos por finiquitado el incordio del villano huidizo.
Sin embargo, nos aguarda una última jugarreta del ruin aquél.
Resulta que el padre del bebé nasciente, nos confiesa acerca de sí mismo que lleva bastante tiempo muerto.
Y vemos cómo su rostro y cuerpo se van demacrando rápidamente.
En los breves instantes que le quedan, nos comparte telepáticamente su estancia en el infierno.
Pues debido a una argucia del canalla ese, fue despojado de su cuerpo y desterrado allí por una temporada.
Inmersos en dicha revivenciación, padecemos la erosionante angustia atemporal de un entorno desalmado, vacío de esperanza.
En aquél horrendo lugar, vemos cómo los condenados se van convirtiendo en torres rectangulares de ordenador.
Metálicas carcasas que los recién llegados se dedican a aporrear y destrozar con ciega saña inhumana.
Tras lo cual, cesa la conexión telepática y el infeliz expira finalmente.
Nosotros, perplejos y aliviados, estamos de vuelta en el lúgubre hospital.
Y seguimos esperando.
29 de agosto de 2020
el planeta de los mimios
Tues na piesadilla pos cayun piesao enla tele tol rato ai blando sin parar dicendo senpre lo mismio cai que ponierte meyo coco enla caras pa pariecer un mono po cai nos gurilas esan escapiao ela sielva o nose onde y catacan a la giente po la callie ques verdas que pola vertasna los vieo dar gueltas porai tol rato y poeso que no sargo que dan mas ñedo que mas peo lo raro es que paicen que no son de vierdaz en verdaz queson piersonas difrazasdas yanasi casustan tanitanto so de vierlos y ya quero que se cansien y se vayan ya pa senpres peo el piesao ela tele sigue que sigue con lo mismo sin parar dace muchimas etienpos que duelie la cabieza doirlo y les disgo amis papis capaguen la tele y ni casos que tanai piegaos comunos tontos con los cocos tol rato casta baba gutean ito etan idotizaos y ni pienso acier igual quellos nuncas poquesque se nota masiao la mientira ques toeso quel piesao ela tele tenie una sornisa pantosa egandre y dientosa y los gurilas sie nota eson contratiaos pasustar a tol mundos ques orribe cagan eso que ni diejan nienpaz a naidie peo lo malo es que la giente sestan golviendo mimios po los cocos que sues an pieor ques poque mis papis cavez paicen mas anlimales que mas a catro patas yacendo ridos emonos que ñablan ya ni na y poeso tiengo cacier tolas cosas tol rato y tiener platanios paque mobediezan y se portien bein que lo pior es cando salien al balcon a chilliar comunos salviajes y los vicinos igual quigual y toeso poculpa la teles y los gurilas cojala toviera una copeta pa carguiarme pola ventasna aisos malicacos de piesadilla can guelto tosto tan orribe.
22 de julio de 2020
el antimidas
Llevamos demasiado tiempo jugando a un juego amañado.
Nos chifla eso de dejar en manos de otros aquello que más esfuerzo nos requiere.
Nuestra frase recurrente es: Ocúpate tú, que yo estoy ocupado.
Lo cual es comprensible, pues distribuir las tareas es una estrategia sensata y conveniente.
Eso nos permite complementar nuestras mejores cualidades, para beneficio de todos.
Sin embargo, esa dinámica se pervierte fácilmente.
Desentenderse de asuntos importantes, trae malas consecuencias.
La salud es uno de esos temas donde el hacerse el tonto se paga muy caro.
Un puñado de decenios ha bastado para abrir una enorme brecha entre la sociedad y la cordura.
El conocimiento se ha cuarteado, desmenuzado y dispersado.
Hoy en día, alcanzar una visión global certera y profunda, es un lujo al alcance de pocos.
La mentalidad explotacionista, lleva a perseguir con afán monopolizador un conocimiento especializado.
Así, todo saber adquirido es ruinmente esgrimido como arma ventajista, como palanca escisoria, como cetro elitista.
Los especialistas utilizan jergas deliberadamente alambicadas y enmarañan sus argumentos, para mejor defender su privilegiada posición y ejercer de jueces supremos, cuyo veredicto sea ineludible e inapelable.
El experto aspira a ser la máxima autoridad, el amo del cotarro.
Por eso el conocimiento se ha convertido en una mercancía exclusivista y los foros divulgativos se han vuelto cacofónico bullicio fraudulento, zoco de tahúres y trileros.
Los especialistas luchan por ser los primeros en adquirir cualquier saber valioso que nadie más pueda alcanzar.
Ambicionan deslumbrar al personal, ganar clientela y hacer caja.
Para ellos, jugar limpio equivale a ir a la quiebra.
No pueden permitirse ser alcanzados por el entendimiento general, por eso siempre están liando la madeja y ultracomplicando hasta el absurdo sus planteamientos y proyectos.
La sociedad tiene un estereotipo idealizado del especialista, le presupone una integridad y unos valores que no suele tener.
En una competición de ratas a la carrera, las que toman la delantera suelen ser las más despiadadas y carentes de escrúpulos.
No hallarás santos benefactores en los altos cargos, ni en las principales instituciones.
Los inversores y los especialistas sacan lo peor de sí mismos, en su mutua pugna por ver quién obtiene mayor porción de poder a costa del otro.
El dinero manda y es muy mezquino en sus decretos, que nos arrastran a todos en una espiral demoníaca.
En la industria cinematográfica se ve claramente cómo funciona esa envilecedora corrupción tiránica.
Los que tienen la pasta imponen sus criterios, convirtiendo las obras en panfletos, más o menos disimulados, de propagandas infectas.
Todo el que quiere dedicarse al mundo del cine, sabe las opciones que tiene: O pasar por el aro, o pasar hambre.
Esto mismo sucede en el mundo de la investigación.
O comulgas con los axiomas inculcados, o ya te puedes ir comiendo los mocos.
Es por esto que la mayoría de las publicaciones divulgativas son una sarta de tecnicismos sesgados e inútiles.
Toda esa palabrería elaborada por encargo, ha servido para moldear malamente la cultura de la sociedad.
La gente ha perdido toda noción juiciosa, y por ello se traga cualquier trapacería servida en bandeja.
Eso tiene pésimas repercusiones, pues da fueros a los pérfidos que quieren desgraciar a la humanidad.
Si cada vez estamos más al borde del precipicio, no es por casualidad.
Se nos ha ido arrinconando lenta y disimuladamente, cebados con desconocimiento y mentiras.
Por eso ahora el miedo campa a sus anchas y hace estragos, ofuscando el poco sentido común que nos quedaba.
El engaño es una niebla venenosa, que descarrila a los pardillos.
Al no estar equipados de herramientas cognitivas ni tener suficiente experiencia reflexiva, la mayoría pica en las falacias y se ensarta con su anzuelo.
Dan por bueno el absurdo relato oficial, y adoptan una lógica nefasta y deficiente.
Se vuelven sumisos siervos, dóciles y obedientes, conducidos por una senda errónea que lleva a mal término.
Quizás en el fondo muchos semi-intuyen que están bailando al son de una patraña macabra, pero aun así prefieren secundarla.
Ya que, cuestionarse el discurso imperante, les obligaría a replantearse las bases de su acervo, a cribar más finamente su discernimiento de lo verdadero y de lo falso.
Faena engorrosa y nada apetecible, para aquellos que han vivido cómodamente adocenados.
Antes morir que pensar, es su lema.
Y así estamos como estamos, inmersos en un colosal embuste delirante, aplaudido y acatado por incautos ingenuos en la inopia.
Casi dan ganas de traducir a cuentecillo el susodicho sinsentido, por ver si de ese modo los perdidos se percatan del espejismo en que andan sumidos.
Tal de aquesta guisa:
Pues que había una vez un reino que tenía unos especialistas listisísimos que hacían muchismos descubrimientos cada día.
La gente estaba asombradísima con tantas sorprendentes novedades incomprensibles.
Y con pasmo se decían: Somos muy afortunados por tener en nuestro reino unos sabios tan sabios, que no dejan de sorprendernos con sus sabisdurísimas sabindurías.
Que gracias a ellos semos sabedores de que entre la célula y el átomo existe una criatura legendaria llamada el antimidas.
Y que es la causa de que las calles estén repletas de pordioseros y mierdas de perro.
Pues resulta que esa minusculidad de criatura, tiene un poder extraordinario: Nada más y nada menos que el de convertir el oro en plomo.
Lo cual provoca una serie de complicadas reacciones concatenadas que transmutan la materia viva, degradando en varios estadios sus cualidades y su categoría.
Y por ello, si te asalta el antimidas, te va deteriorando inexorable y progresivamente.
Va minando y arruinando tus entrañas, convirtiéndote en una cochambre mugrienta y andrajosa, que se va descomponiendo mierdosamente tirada por cualquier lado, hasta quedar reducida a mísera cagarruta, para mayor alegría de escarabajos y compañía.
Debemos pues estar agradecidísimos a nuestros sabios por habernos advertido de tan temible peligro, tan espantoso e invisible.
Sobre todo invisible, pues ni la más ilustrísima de dichas eminencias ha logrado jamás ver en acción a esa mítica abominación.
Por lo tanto, todas sus sagacísimas deducciones se derivan de indicios indirectos.
Imagínate cuán brillantísimas no han de ser nuestras excelsas lumbreras, para lograr colegir tan tremebundas conclusiones a partir de elusivas sombras colaterales.
Cualquier otro memo se llevaría a error ante semejantes inciertos vestigios.
Pero ellos no, ellos culminan victoriosamente dicha gesta, gracias a su magna sapiencia inigualable.
Tan portentosa es su docta erudición, que parece magia.
Y por ello les debemos total reverencia y pleitesía, pues a su lado no somos sino meros simios de nulo seso y provecho.
Dudar de su honestidad, sería fea osadía y afrenta.
Pues nada hay más incólume y distinguido en el olimpo contemporáneo, que el versado abnegado.
Cuyos denuedos y desvelos nos salvan de sucumbir al más atroz de los destinos, que es lo que mereceríamos, por cretinos.
23 de junio de 2020
el suelo es lava
29 de mayo de 2020
19 de abril de 2020
ultrapoda
Este texto puede leerse en el número 0 de la revista Amalgama:
https://zarracatalla.blogspot.com/2020/04/amalgama-la-revista-digital-de.html
26 de marzo de 2020
precursividad
Estamos en clase, a finales de curso.
El profesor nos está repartiendo las hojas del último examen que debemos realizar.
Nos dice que es muy sencillo y que solo contiene cuatro preguntas.
Pero cuando lo ojeo veo que es grueso como un libro y está lleno de texto por todas partes.
Apenas quedan huecos para insertar alguna que otra palabra o cifra.
De todas formas, la pregunta que más me llama la atención es una en la que el profesor nos pide que dibujemos a su profesor.
Nosotros no lo hemos visto nunca, tan solo conocemos de él dos o tres anécdotas que nuestro profesor nos ha ido contando a lo largo del curso.
Esa tarea me resulta chocante, por inesperada e incomprensible.
Pienso dibujar un simple monigote esquemático, sin detalles ni complicaciones, para quitarme de encima ese absurdo requisito ridículo.
Pretendo dedicarme primero a las demás preguntas, pero mi mente no deja de pensar en lo del dibujo.
Esa tonta y arbitraria cuestión, me intriga y espolea mi imaginación.
Cuantas más vueltas le doy, más me gusta el reto que plantea.
Creo poder esbozar un retrato bien definido y aproximado, extrapolando los pocos datos de los que dispongo.
Puedo sopesar, sospechar, intuir y barruntar: La edad en la que ejerció de profesor, su vestimenta propia de la época y los rasgos de su carácter.
Me entusiasma abordar ese bosquejo aproximatorio altamente especulativo.
Mi actitud rebosa de confianza y optimismo, pero a la vez soy consciente del amplio margen de error que implica tal aventurado ejercicio de adivinación.
A ello me dispongo y busco algún espacio en blanco para plasmar mi magna obra, pero como ya he dicho, las hojas del examen están repletas por doquier de párrafos mecanografiados.
Menudo fastidio.
Busco y rebusco pasando página tras página, hacia adelante y hacia atrás.
Cada vez va quedando menos tiempo para completar el examen.
Y ya me despierto.
EL CUENTO DEL DULCIS SALADUQUIS GÜENO PAL DIENTILLADO DESCUPIN CONCUIDANDO EN LA MIRACION CENESARIA
(microhomenaje a Salarrué)