23 de junio de 2020
el suelo es lava
Érase que se era un mundo en el que la gente cada vez tenía más difícil el salir adelante. A pesar de todo el progreso y los avances tecnológicos, llevar una vida decente era misión imposible. La precariedad y las prisas hacían que pocos lograsen desarrollar sus mejores cualidades. El mercado laboral era especialmente degradante y aniquilador. Los trabajadores soportaban abusos inhumanos, a cambio de míseros salarios. Esa explotación sistemática, los brutalizaba hasta reducirlos a sumisos peleles de ruin existencia. Y su tiempo libre lo dedicaban a diversas actividades evasoras de la realidad. La consecuencia de todo esto, era que casi nadie sabía ya pensar por sí mismo. Así, lo que decían los medios de comunicación se tomaba como verdadero con ciega obediencia. Esa pasiva credulidad venía instalada desde la infancia, pues las escuelas se habían convertido en fábricas de adoctrinamiento, que cercenaban toda capacidad de reflexión y discernimiento propio. Los pobres alumnos eran uniformemente formateados a base de tareas y pruebas, de absurdo y enmarañado enunciado y planteamiento. De manera que solo se podía avanzar suprimiendo el pensamiento lúcido, limitándose a memorizar los abundantes sinsentidos y falacias de cada asignatura. Los despiertos, pronto aprendían a no poner en duda el discurso dominante. Tal era el clima de fanatismo, que osar emitir una nota discordante, provocaba feroces represalias colectivas. El asedio grupal, resultaba atrozmente dañino gracias a las nuevas tecnologías. El acoso estudiantil alcanzaba cotas abominables en su maligna hostilidad, pues los menores carecían por completo de valores o referentes positivos. La ficción que consumían estaba plagada de infectas premisas aberrantes, de lo más perniciosas y alienantes. Y sus padres eran fuente, implícita o explícita, de amargura, desesperación y violencia. Con semejantes mimbres, no es de extrañar que todo estuviese tomando un cariz cada vez más horrendo y monstruoso. Entonces, un día salió la noticia más increíble de todas: Resulta que una lava invisible había caído sobre las calles de todo el mundo, y a consecuencia de ello los gobiernos habían decidido prohibir la libre circulación de las personas. A partir de ese momento, los servicios informativos se convirtieron en una incesante contradicción delirante, repleta de datos terribles y mareantes. Que venían a decir que aquella desconocida amenaza misteriosa, se comportaba de una manera extraña y letal. Básicamente, si por casualidad pisabas algún charco de lava invisible, se te metía en el cuerpo y te iba invadiendo silenciosamente, hasta afectar tus órganos y fulminarte por fallo sistémico. Con nula congruencia, un día decían que era incurable y al siguiente decían que tenía remedio pero que era dificilísimo. Tan pronto decían que dicha enemiga sustancia era de origen extraterrestre, como insinuaban que se trataba de algún arma secreta que se había detonado accidentalmente. Aquello era un pitorreo inaudito. Sea como fuere, por las calles ya solo circulaban tanques y drones, los unos para vigilar a la población y los otros para repartir mercancías. La red de redes se convirtió en un circo de locos, llena de disparatadas teorías demenciales. Y entre semejante sindiós, unos pocos trataban de aportar algo de cordura y sensatez, con escaso éxito. Para la gran mayoría, resultaba inconcebible la idea de que todo aquel tinglado fuese un montaje y una patraña. La sociedad estaba demostrando que ya no se componía de seres pensantes, sino de monigotes rellenos de serrín. Aquellos infelices, se tragaron el cuento al completo. Salían a aplaudir cuando tocaba y acataban toda norma impuesta, por absurda que fuese. Una de dichas leyes, consistía en que solo se podía salir a la calle con camisa de fuerza y gafas de soldar. Nunca nadie explicó la razón por la cual aquello supuestamente servía para permanecer a salvo de la terrorífica lava. Era patético y grotesco ver las calles repletas de individuos que parecían sacados de un manicomio. Por si todo esto no fuese suficiente, los gobiernos decidían cuándo se podía salir y cuándo no, en función de las estadísticas que ellos mismos cocinaban. Era imposible tener una rutina cotidiana, pues las condiciones variaban de un día para otro. Parecía una sádica diablura, como si los malditos farsantes se regodeasen concediendo y retirando los permisos a capricho, cual si jugando con un yo-yo. La pesadilla se hacía interminable, pues el relato imperante se realimentaba de sí mismo y pretendía proseguir indefinidamente. Cualquier suceso era interpretado acorde al escenario establecido. No se toleraban conjeturas ni suposiciones alternativas. La censura era férrea y tajante. La red era el único rincón que todavía concedía un mínimo margen para expresarse libremente. Sin embargo, aquella aparente fisura en la maquinaria, escondía una trampa fatídica. Pues, aquellos que manifestaban su inconformidad, eran inmediatamente agregados a la lista negra que manejaban los poderes ocultos. Aquellas voces disidentes cuyos argumentos comenzaban a aglutinar mayor número de afines, eran neutralizadas de un modo u otro, a las buenas o a las malas. Debido al extremo aislamiento físico y a la limitada capacidad de maniobra, era pan comido desactivar los incipientes focos insurgentes. Y el viejo truco de canalizar los descontentos mediante falsos líderes infiltrados, todavía funcionaba a las mil maravillas. Además, la doctrina del sobresalto, seguía operando mediante eventos traumáticos de diversa índole, salpicados frecuentemente en los noticiarios, para mantener a la población asustada y preocupada por distintos tormentos y angustias, que les impedían concentrarse y dedicarse a lo verdaderamente relevante y decisivo. La guinda del pastel, la ponía el primario salvajismo generalizado, inculcado mediante los contenidos de ocio. Ya que, toda obra narrativa era filtrada o adulterada, para solo dar viabilidad y visibilidad a aquellas que promoviesen los comportamientos más viles y abyectos. No había escapatoria, lo execrable era fomentado a todos los niveles, sutil y descaradamente. Con semejante menú cultural, no es de extrañar que la muchedumbre fuese tan proclive al linchamiento público y demás barbaries. Bastaba con abrir la boca y soltar cualquier cosa mínimamente sospechosa, para de inmediato ser descalificado, repudiado y lapidado. El odio era una bola de nieve descontrolada, que no paraba de crecer y de llevarse por delante a todo el que se cruzara por su camino. Y para colmo, los voluntarios secuaces de todo esto, se revestían con una retórica absolutamente desquiciada y antilógica. Su vocabulario era vomitivamente tergiversado y torticero. Lo cual frustraba cualquier tentativa de entendimiento. Ciertamente, los artífices ejecutores, habían sabido ganarse para su causa a la necia horda rabiosa, de nula bondad y rauda dentellada. Desalmados endemoniados, dispuestos a saltar sanguinariamente sobre cualquier indómito o incauto. A pesar de todo, un puñado de bienintencionados persistía en denunciar las inconsistencias de los informes oficiales y la perversidad de la tiranía instaurada. En otras palabras, trataban por todos los medios de desmontar la mentira y demostrar la verdad. Tristemente, aquel esfuerzo desesperado, solamente sirvió para constatar el desolador páramo predominante. Por muy diáfanos y pormenorizados que presentasen sus razonamientos, caían en saco roto. Los vasallos temían cuestionarse nada por cuenta propia, para no arriesgarse a desoír la voz de su amo. La sola posibilidad de plantearse un camino distinto al que se les había dictado, les resultaba totalmente ajena y espantosa. En vano era el tratar de explicarles que en un mundo sensato, ante un escollo peliagudo, cabría establecer distintas líneas de acción. Que ninguna pretendida autoridad debería tener potestad para suspender los derechos humanos fundamentales, bajo ningún pretexto. Que ningún gremio tendría que monopolizar ninguna actividad, sino que cualquier persona debería tener la opción de intervenir y participar en cualquier área, aportando sus propias habilidades y su experiencia. Que cuatro ojos ven más que dos, y que las investigaciones y los ensayos salen mejor cuando una amplia gama de personas se enfoca en tal empeño, desde sus diversas perspectivas. Que en cuestiones de salud, se debe predicar con el ejemplo. Por lo tanto, quien propusiera un remedio para una afección, debería enfermarse de dicha dolencia, si tal cosa fuese siquiera posible, y así demostrar en carne propia la efectividad de su cura postulada. Que convendría incentivar la organización de grupos en torno a las diferentes estrategias sopesadas, y que dichos grupos tendrían que colaborar ampliamente entre sí, compartiendo sus aciertos y errores, para con ello ir mejorando hacia una solución óptima y aceptable. Que una clausura preventiva, exige y requiere absoluta veracidad y transparencia en la información de la situación exterior. Que dicha integridad y honestidad comunicativa, requiere serios protocolos que garanticen la autenticidad de lo transmitido. O sea, que ninguna información debería validarse únicamente mediante la palabra, sino a través de la evidencia directa. Que los hechos hablasen por sí solos. Para lo cual, un video-reportaje en tiempo real que quisiera dar muestra de una situación concreta, no debería interrumpir su emisión hasta haber completado la detallada exploración de todo el entorno, de sus características pertinentes y sus circunstancias colaterales. Y que para tener un suficiente panorama de lo que está aconteciendo, se requeriría amplia iniciativa ciudadana, que efectuase un seguimiento particularizado de cada caso, evaluando el historial y el contexto de los afectados. De tal manera que, el acceso a ese rico mosaico de peripecias, facilitase la comprensión de los factores desencadenantes comunes y las consecuencias a corto, medio y largo plazo, derivadas de las decisiones tomadas. Que esta escrupulosa minuciosidad, debería aplicarse especialmente en la presentación de las hipótesis y en su comprobación, para que cada cual pudiese considerar adecuadamente las disposiciones idóneas a adoptar, consensuar y articular de la mejor manera posible, para entre todos ir solventando el problema de turno. Aquello, claro está, requería alta implicación y compromiso, abundante lucidez y fraternidad. Pero la respuesta que hallaban quienes esto proponían, consistía en una especie de deficiente mugido, que resumía en su mera inarticulación la inutilidad del intento. Con lo cual, al final fue el sálvese quien pueda. Y nadie pudo.