Acudo a un edificio de cemento gris, cuyo interior es igual de cementogrisado, sin luces, baldosas ni ornamentos.
Los pasillos son bajos y rudimentarios, su recorrido es tosco y accidentado, como si la construcción estuviera diseñada bajo ignotas prioridades extrahumanas. Así que adentrarse por tales corredores, inciertos, sombríos y desangelados, da una leve aprensión inhóspita.
Sin embargo esta impresión dura poco en mí, ya que acudo con un objetivo claro y, supuestamente, ya he estado aquí otras veces, según creo intuír, aunque mi memoria nada me aporta al respecto.
Debo llegar puntual a una clase de algún curso artístico que, por lo visto, estoy estudiando.
Desemboco en un recibidor, la pared frontal está ocupada casi al completo por una hoja de papel inusualmente grande, en la que hay escrito apresuradamente, con letra manuscrita igual de desproporcionada, una escueta tabla de horarios y programas, apenas inteligibles.
Al verla, de inmediato viene a mi mente la razón de esa nota. Resulta que en la habitación que queda justo a mi derecha hay un estudio radiofónico, en el que ahora mismo está actuando un grupo nacional de pop bastante mítico. La típica leyenda viva olvidada que reaparece y todo el mundo readopta con renovado disfrute y entusiasmo.
Se escucha ligeramente la canción que están tocando y yo prosigo mi camino por otro pasillo, tarareando alegremente el estribillo.
Al poco, recalo en mi aula. Ya debería estar todo el mundo pero tan solo hay dos chicas, con cara de aburrimiento. Miro mi reloj y veo que he llegado con 36 horas de retraso. Esto me sorprende sobremanera. He venido directo y sin demora, así que algo falla aquí injustamente. Confundido, me empeño en adivinar dónde está el error, sin éxito.
De improviso llega el profe, a tope de energía y explicando ya nada más entrar, hablando sin parar, el ejercicio que se le ha ocurrido pedirnos que hagamos. Lo dice como si se tratara de algo gracioso pero yo no le veo ningún sentido a lo que está enunciando.
Se trata de dibujar un cartel que muestre un primer plano frontal de un bajo vientre femenino al natural. Y luego añadirle un punto encima o no sé qué historias.
Para recalcarlo más claro se pone a esculpir él mismo un pubis, con vulva y todo. Está entusiasmado con su idea y yo mientras me dedico a hacerle preguntas para comprender mejor su planteamiento.
El caso es que poco a poco me voy interesando y formándome mi propia interpretación del ejercicio. Voy perfilando lo que quiero hacer y cada vez me atrae más esto. A partir de aquí el sueño va cediendo su puesto a la vigilia y juego mentalmente con el diseño hasta ir perfeccionando sus matices y detalles concretos.
Quiero que el punto sea más bien un círculo y que represente abstracta y proporcionalmente el diámetro o sección de un pene erecto. Quiero que mi cartel sea estático pero animado lumino-cromáticamente.
En mi imaginación, el bajo vientre femenino es negro y ligeramente estilizado, apenas sugiriendo su carnalidad y volumen. El círculo es rojo y se situa en el centro de la vulva, como si el pene estuviera efectivamente introducido en ella.
El círculo va mostrando sobre su superficie un leve degradado ovalado que se oscurece gradualmente hasta un tono casi negro, para luego volver gradualmente a desoscurecerse hasta el rojo, y así cíclicamente.
A su vez, la zona de la vulva también tiene un degradado, desde su centro hacia fuera, que la va enrojeciendo gradualmente hasta un tono casi rojo y luego vuelta atrás, también cíclicamente.
Ambas animaciones combinadas dan la impresión de que cuando el circulo parece adentrarse, la vulva parece encenderse por dentro.
Sugiriendo la transmisión de pasión del acto amatorio.
Y nada más, eso era todo.