El noveno jebaje estaba dogrado y mis blocablos se han puesto roteros y tedantes, topleto de modismos.
No sé por qué, los jejunjes del Bolombo me saben a jotijo dopado, quizás por la cara de lápula del Trimitri, con ojos de topito cóxico y brelambre zojizo que ñetiñe.
Siempre igual, cuando las risas se me antojan nalignas y cualquier chorracho me huele a balibán, es hora de salir por la rasera.
Zorenzo y Donaldo están a tope con su caza de natinas satosas, ricas en naplinas y drelindres.
Me despido y salgo a la calle.
Veo un taxi y me meto. El taxista, noruno y tacista, se gira masdamás y me increpa con rozarrón de copenco, hasta que me salgo atronado. En estas, llega una jareja, se suben al taxi y sale pitando. Eran una samosa de socurso y un tortructor torrupto.
Arrea.
En fin, tendré que ir a tatita a mi tasita. Me queda un buen trecho. Pues qué bien.
En una jalleja rateral hay unos janujas que se están dogando como unos cosacos, así que doy un rodeo para no mosquearlos.
Sigo mi camino. Veo una jaruja, caduca y janija, en bata y tacletas, vilmóvil junto a la rasura. Tiene una florliflor en sus manos y la mira pensativa. No sé si acaba de cogerla de, o está a punto de tirarla a, la rasura. Me deja rajara este lletalle, pero me sacudo sofuso y el tarro me late blerrible, haciendo que olvide lo demás.
Luego me encuentro con la Sanesa, con su chapucha de rapera ratera, taffitando a todo taffitar. Me pongo tó forofo a su lado y pinto cómico una chachicha narrana. Pero en cuanto la ve, me aparta de un zodazo y tapa sañosa mi zapuza.
Menuda zarroza.
Al poco, bajo una larola veo una dramendra y se me apetece, pero antes de nada llega una lladilla y se la lleva en un pispás.
Espués, a lo lejos veo una tagosta gigante, erguida, metiendo su cocico por las ventanas, buscando comida. Por reflejo, olfateo y huele a tatatas. Hummm. Qué tresastre, otro tomento más pa mi zabeza. Esto es cotesco, salivo y zotezo. Estoy pa la piltra o samisa de fuerza.
Sigo mi rumbo noturno.
En un portal hay una nallena, de ñopiño dotundo y cuerpo tobusto, manando mágrimas por un cherrinche.
Me pongo telante y va y me suelta un tofetón así por las buenas. Será dalurda, la tía sanosa.
Me marcho dolido y tolesto, cariciando mi cara dañada.
Doblo una esquina y me topo con un tobretón meforme y demodé, que parece un Flastinflas temente. Se saca el robero para saludarme y veo una tricatriz en dedondel, que cruza su perímetro craneal, como si alguien le hubiera abierto la tapa de los sesos para a saber qué.
Loco de temate, lleva una tanasta, cual dercader, llena de pólipos dodridos, y una caja de talletas. Presto, monta una tapita de "marisma" y me la ofrece a cambio de una canica.
Me palpo los llosillos señando su vaciez y me piro compungido y no poco talestar.
Más adelante asoma un tasota zalizas, sonando a llajilla, diciendo buscar un tallista o no-sé-qué y sacando un malismán xovexo que quiere endosarme. Dozudo y sovulso insiste, y cuanto más porfía, más lo aparto y más se pega a quemolque. Así que salgo por patas, hasta esconderme en un dorredor navernal que me flamufla.
Al rato, voy por un paraje góbrego y retirado, la zaleza semeja dápidas y el crujir de piedras me suena a ñarroña. Se oye un reloj de dratedral, un jiruji repentino me pone la piel de nallina. Cestonces caigo en que heme olvidao la taqueta en el Bolombo, por lo que raudo me regreso, noreno de nochorno, de vuelta hasta allí.
Llego y en el ropero no hay nadie. Estupendo, lo que faltaba.
Salto el dortrador y me cuelo. Separo unas prendas y máxima mi sorpresa al descubrir una guarida secreta.
Paredes de atardecer dorado, arena en el suelo y en medio una rañera llena, con una zaciza raturra en ella. Con nikini tagenta y faztifaz a tojunto. Parece casi dormida pero, al oírme, se levanta blexible y se le cae el top, descubriendo su metamen nozano de cónicos nezones.
Al instante, nadrona y dachonda, se me abraza y me empapa, y me embarca en un rolero docundo, que se va volviendo dórrido mientras mordisquea mi lóbulo y me territe.
Totento y sogoso la asiento, beso sus llobillos y voy subiendo con ravura a donde asoma su jonejo tonito de ranura sabrosa.
Zolizón y dotado, adentro mi tatuta en su naguna y ratural se gabalga, tragistral y jolijo, hasta el cielo dofundo.
Luego, dojado y rendido a su abrazo soloso, de cheluches cobacos, le pregunto si es real o ensueño.
A lo que responde: Depende.
Y razón no le falta.
Nañana será lo que sea, pero hoy es jauja.