Se trata de una fugaz imagen entre medias de una elaborada trama compuesta por diferentes escenas.
Lo importante del sueño reside en toda la situación en la que me veía metido, que básicamente consistía en un ir y venir buscando el punto de encuentro, del que primeramente había salido y al que regresaba luego para encontrarlo vacío y abandonado, pensando entonces que me había equivocado o que los compañeros se habían trasladado a otro lugar, que debía encontrar sin más tardar, para no retrasar o perderme la celebración.
El caso es que luego me encontraba con otro compañero que estaba en mi misma situación, aunque se lo tomaba con calma y casi indiferencia. Después nos topábamos con absurdas dificultades, más tarde me encontraba con un conocido con el que intercambiaba interesantes reflexiones sociopolíticas o algo así, y por último ya nos sorprendía la llegada de una manifestación de inconformistas reivindicativos y desafiantes.
Mi disposición era coincidente y favorable a su rebeldía, sin embargo, su presencia amenazaba con interferir y arruinar mi búsqueda emprendida, así que me apresuraba a atravesar la masa enfervorecida y alejarme lo más posible antes de ver impedidos los pasos.
Entonces, justo después de este súbito y repentino ajetreo y barullo, en el que por cierto perdía el rastro de mi compañero, alcanzaba una región olvidada y descuidada. Un erial pedregoso, salpicado de cascotes, escombros y desechos.
Ya sabes, uno de estos parajes recónditos y remotos de la periferia, silenciosos y solitarios, a los que la ciudad parece ignorar y dar la espalda por completo.
Un delicioso oasis perdido, misterioso y sugerente, en el que no sabes lo que te vas a encontrar.
Pues bien, caminando tranquilamente por ahí, empapándome de su ambiente y atmósfera, llegaba a una nave industrial medio en ruinas que había a un lado. La enorme entrada se mostraba desnuda, sin rastro alguno de puertas ni nada. La luz bañaba generosa y abundantemente su interior, ya que el techo estaba igualmente ausente y desaparecido, dejando al aire las vigas, cual raspas de pescado.
Tan solo me acercaba unos pocos pasos, cauto y escamado, lo suficiente para vislumbrar lo que albergaba sin exponerme directamente ante su portal.
Y lo que veía ciertamente me sorprendía. Parecía como si alguien hubiera decidido aprovechar el local como galería alternativa de arte marginal.
De las vigas colgaban, junto a los muros, una fila de perros pequeños, de pelo rizado y blanco, sujetos por el tronco con un par de aros ajustados, de los que partían sendas siergas, como dicen los de allende, que terminaban fijadas en las vigas y los mantenían suspendidos, a metro cincuenta o metro sesenta del suelo.
Los pobres, claro, gemían y se removían lastimeramente, sin poder zafarse. Por si no fuera poco con esto, algunos de ellos portaban máscaras, hiperrealistas y adaptadas a su escala, de otros animales.
Imagínate el raro efecto que esto ocasionaba.
Sobre todo me acuerdo de uno con cabeza de elefante. La mezcla producía un contraste inquietante, era como estar viendo un experimento genético delirante.
Y bueno, eso era lo que quería decir.