Estoy en casa.
Solo.
Mi hermano se ha duchado y ha dejado el baño empapado y desordenado.
Fuera es de noche y está lloviendo.
La ventana del cuarto de baño está abierta.
Se ve el árbol de la calle.
Sus ramas tocan prácticamente la ventana.
Hay seis gatos negros posados en ellas.
Me miran.
Quieren entrar.
Viene mi madre, les echa sal para que se vayan.
Son gordos e inteligentes.
Pasan por la calle un par de compañeros del colegio.
Son un chico y una chica.
Van hablando sobre mí.
Me voy a ducharme.
Adónde?
No muy lejos, a algún piso de las calles más próximas, del vecindario.
Luego, regreso por la calle. Ahora es de tardada.
Voy en camisa de tirantes y con el albornoz.
Me cruzo con un negro contento, o sonriente.
Se quiere hacer el simpático?
Me toca el hombro y me dice que ha ganado el Osasuna.
Luego saca una navaja.
Dice: Lo siento, soy camello, dame todo lo que tengas.
Le digo: No llevo nada.
Me voy alejando, andando hacia atrás.
Despacio.
Cruzo la calle, pasa un coche a toda velocidad.
El negro se queda al otro lado de la calle, observándome.
Yo aprovecho para ir hacia la puerta de mi casa.
Busco mis llaves para entrar.
Me alcanza, mosqueado.
Me enseña un maletín.
Dice: Esto no es tuyo? Acaso no has pringado?
Le digo que no.
Se va.
Buf.