Pongamos que eres una alfombra. Que la riqueza de tu diseño, simboliza la calidad de tu ser, la calidad de tus cualidades.
Ahora bien, una cosa es lo que uno alberga, y otra cosa es cómo uno manifiesta y traslada eso en su trato con los demás.
Algunas personas son interiormente ricas cual alfombra persa, pero en su interacción resultan pobres cual felpudo barato.
Lógicamente, también existen los casos contrarios y otros con mejor equilibrio entre sus facetas interna y externa.
Lo que intento decir, es que la calidad no es algo que se comunique automáticamente de dentro a fuera, o viceversa.
El libre albedrío nos hace únicos responsables de esa labor.
En tu balanza recae todo lo a ti concerniente, la calidad de tu ser y la calidad de tu hacer.
Las religiones son como las personas, su calidad depende de la madurez y profundidad de sus nociones y planteamientos, y del acierto y la bondad de su aplicación práctica.
Hay religiones mejores y peores, pero de poco sirve clasificarlas desde un conocimiento somero y remoto.
Si acaso, compararlas debe servir para aprender a reconocer lo acertado que comparten y tienen en común.
La síntesis es conveniente, siempre y cuando se atine a destilar lo relevante. Hay que aprender a descubrir y asimilar por uno mismo lo significativo, ya sea mediante el estudio de textos sagrados o mediante meditación. Con lucidez y criterio debe cribarse el saber, hasta llegar al quid de la cuestión.
Esto no puede fingirse. Participar en un corpus cuyo fundamento no late realmente en tu corazón, es absurda pantomima.
La religiosidad se deteriora si no mantiene vivo su contacto con el significado profundo. Sin una comprensión de lo sutil, los ritos se vuelven vanos y absurdos. El fanatismo y la idolatría son mero eclipsamiento de la sabiduría. Quien hiperlativiza lo accesorio, da prueba de que no capta lo principal.
El símbolo y el relato son vías de aproximación a lo metafísico. La inteligencia racional llega hasta cierto punto, pero la conciencia es capaz de atisbar más allá. De ahí la abundancia y diversidad de mitos, credos y cosmologías.
Esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
Las culturas se mantienen distanciadas cuando solo adoran sus propias iconografías.
Es importante reconocer la virtud del prójimo. La humanidad está llamada a compartir sus muchas facetas sapienciales.
La historia abunda en legados, ricos en sabia guía y altas nociones.
Se comprende que cada época tiene preferencia por aquello que más le atañe, pero desperdiciar todo lo demás a causa de eso, parece necio y lamentable.
Es fácil sopesar la riqueza de las enseñanzas de cualquier filosofía o religión, pero es difícil medir la calidad de su plasmación comunitaria, pues la interacción social es un tejido vivo que cambia continuamente. Cada vez que alguien hace así o asá algo, está aportando su grano de arena, positivo o negativo.
Nos cuesta mucho hacernos una idea global, por lo que tendemos a generalizar a partir de unos cuantos indicios evidentes, lo cual es endeble y engañoso.
Además, quien evalúa también debe ser consciente de sus propios sesgos y limitaciones. Cada persona es capaz de asimilar tanto como su propia madurez interior le permite discernir. Nuestro filtro es acorde a nuestra lucidez actual.
Por eso, tratar de calibrar la excelencia de una comunidad religiosa, es tarea incierta. Como hacer un bosquejo del cielo, esbozo que obligadamente refleja, en cada rasgo y trazo, la personalidad de su autor y cuya vigencia como documento testimonial es falible y efímera.
Juzgar la validez de una religión, en función del uso o desacierto que de ella se haya hecho, puede llevar a conclusiones injustas.
Lógicamente, uno siempre puede formarse su propia opinión respecto a cualquier respecto, valga la redundancia.
El sabio, reconoce lo precario y parcial de sus estimaciones. Sabe seguir creciendo, abierto a nuevas y mejores consideraciones.
Las verdades metafísicas, pueden y deben ser evaluadas directamente por uno mismo, mediante reflexión y profundización introspectiva.
La calidad de una comunidad, se evidencia en la armonía de su convivencia y en la riqueza de sus interacciones. Cualquiera percibe esto, pero es arriesgado concluir que esa concordia se deba únicamente al credo compartido. El punto clave, está en tener siempre presente que la piedra angular es el amor.
El amor fluye adecuadamente cuando las conciencias albergan verdadero aprecio hacia la vida, cuando reconocen como positivo y sagrado el orden natural. Esto requiere sensibilidad y madurez, capacidad de profundizar en el significado esencial y trascendental de todo. Solo quien ama lúcidamente, aprecia con ecuanimidad. Solo entonces es posible la fraternidad, la paz y la óptima realización.
La verdadera libertad solo se logra y alcanza cuando uno se hace pleno responsable y protagonista de sus actos y omisiones.
Solo yo dispongo de la potestad de aplicar mi calidad y calidez, para nutrir y coadyuvar al común candor existencial.
Sumar o restar. Avenirse u oponerse a la deidad.
En esto se decide tu destino. Y en conjunto, el de todos.
Pues, el buen entendimiento de una comunidad, depende de la sana y respetuosa interrelación de sus integrantes.
Y aquí cabe puntualizar algo de lo dicho en el primer párrafo.
No es lo mismo ser rico por dentro y pobre por fuera, que ser pobre por dentro y rico por fuera.
Una vela apagada, no puede donar luz.
Sin embargo, la clave está en comprender que la luz rebosa por todas partes, y que su emanación es de naturaleza inagotable y sobrehumana. Entonces, quien ha perdido su fuego, no tiene mas que desofuscarse y recongraciarse.
La calidad de nuestras acciones, está relacionada con la calidad de nuestro interior. Y la calidad interior, depende de nuestro vínculo con lo esencial. Por eso la inocencia de un niño, es pura y radiante.
Cuando un niño hace un dibujo y te lo regala, su acto de amor es de la máxima calidad, a pesar de que el dibujo sea simple y rudimentario.
Crecer en años, a veces implica llenarse de mañas y argucias que nos alejan y distancian de la fuente original.
Nada hay peor que la carencia de conexión interior. Los alienados, tienden a ocasionar consecuencias nefastas.
La luz interior, debe ser cuidada y cultivada. Mejor dicho, debemos saber hacernos propicia vía para la manifestación de esa vital energía. Pues el amor solo existe cuando fluye, y quien se despoja de tal savia esencial, se autocondena a mortificación y necrosis.
Negligir un buen arraigo trascendental, acarrea serio deterioro y ponzoña. Vivir de espaldas al significado, lleva a la danza macabra: Infesta de impostura y aborrecimiento, mendacidad y vileza. La cabriola del autoengaño, resulta en descoyuntamiento. Lo ideal es madurar con neta pericia y sensibilidad, para vivir en plenitud y coherencia. Comprender el sentido de la vida, te salva de padecer dolorosos descarríos.
Volviendo a la metáfora textil:
Imagina el mundo cual enorme tapiz, sobre el que pululan miles de alfombras, ornamentadas con infinidad de motivos, desde los más sencillos a los más elaborados.
Cada una de esas alfombras, al interactuar, proyecta parte o todo de su diseño, mediante hebras de longitud ilimitada, que se vinculan y quedan conectadas a las alfombras receptoras de dicha acción.
Y lo mismo sucede con cualquier otra intervención sobre el entorno.
Si yo te hablo de corazón, te estoy otorgando una prolongación de mi cardiaca condición, que se posa sobre ti y que acoges acorde a como la percibas.
O sea, si tú me escuchas solo con tu cabeza y desde una actitud de prejuicio y desdén, la impresión que tomarás de mis palabras será una versión disminuida y tiznada de mi cardio-impronta. Con lo cual, indiferente apartarás dicha imagen a un rincón de tu mente y pronto la olvidarás.
Pero, puede que tiempo después algo te haga recordar y reconsiderar mis palabras. Tal vez entonces desempolves y despliegues aquel regalo, y quizás le des mejor alojo y aprecio. Quién sabe.
Lo que intento explicar es que los vínculos son dinámicos, que cada interacción nos enlaza de manera orgánica y persistente.
Esto implica que conviene tener una comprensión más amplia y holística del tiempo y del espacio.
Pensar y obrar cortoplacísticamente, es una calamidad que no trae mas que acumulación de tormentos y pendencias.
Todo lo que hacemos tiene una perduración significativa, por eso más vale conducirse con sensatez y cuidado.
El amor, sabe la importancia de hasta el mínimo ademán y por ello se esmera en dejar delicada huella favorable.
Así pues, cada uno es responsable de dar justo trato y reconocimiento a cada gesto y evento, de los que participa principal o secundariamente.
Acumular rencor y agravio, es síntoma de mala calidad interior.
Cargar con temor y pesar, es indicio de pobre comunión vital.
Por eso, resulta crucial conocer lo esencial, albergar claras nociones de lo significativo y trascendental.
Abrazar lo eterno-absoluto, te equipa para discernir y valorar la virtud, te ayuda a orientarte y mantenerte fiel a lo bueno y correcto.
La felicidad auténtica, es un buen baremo para calcular lo cerca o lejos que andamos de la verdad.
La desolación, el artificio y todo lo degradante y desgraciador, es evidente que son señal de grave distanciamiento respecto a lo primordial.
De ti depende buscar y encontrar, aprender y realizarte, tendiendo hacia lo mejor posible y lo sublime.
Ser sinónimo de calidad y riqueza. Íntegro y genuino.