El presidente Mutongo es el nuevo pelele que tenemos al frente.
En realidad, 'presidente Mutongo' es el nombre de todos los jefes de estado del mundo. Todos son títeres al servicio de la más oscura alimaña.
El-mal-en-persona es un vampiro de miles de años de antigüedad. Vive bajo tierra, en una red de túneles protegida por su maléfica energía.
El-mal-en-persona permanece sumergido en un cuenco, de 6 metros de diámetro, lleno de sangre. Ni respira aire ni toma alimento. Todo lo que hace es bucear dando vueltas continuamente. Nadie lo ha visto, pues vive en completa tiniebla y soledad.
Su cuenco se desplaza silenciosamente, flotando sobre el suelo.
Tan solo saben de su existencia las sectas malignas, que han aprendido a percibir su presencia. Dichos secuaces malévolos, conocen la misión de tan nefasta abominación y trabajan a su favor.
El-mal-en-persona no habla ningún idioma, pero su mandato es elocuente.
Por eso sus esbirros han procurado organizar el mundo para propiciar lo más posible el triunfo de la iniquidad. Por eso el poder solo reposa en manos abyectas. Las logias pérfidas, copan las vías de acceso a los puestos de mando. Todo aspirante pasa por su aro. Ellas se encargan de cribar y moldear a los candidatos.
Los farsantes aprenden a dominar el engaño y la manipulación, pues de ello depende su futuro y porvenir.
Todos juegan a la perfección su papel. Cara a la galería despliegan su repertorio de argucias y falacias. Desempeñan su rol de bufones carismáticos. Se ganan el favor de la gente.
Y así uno de ellos llega al poder.
Da igual el cariz o talante de su apariencia. Bajo la máscara, todos son la misma sabandija.
Por si esto fuese poco, la primera noche en que el electo duerme en la residencia presidencial, recibe la visita de aquel a quien rinde secreta pleitesía.
El-mal-en-persona se traslada en su cuenco por su red de túneles hasta situarse bajo dicha estancia. Entonces su súbdito camina sonámbulo y desciende hasta el sótano, donde aparece un pozo otrora nigrománticamente oculto. El durmiente es descendido levitando por tal conducto y llevado frente a su amo.
El-mal-en-persona emerge entonces y emite un cántico inarticulado y escalofriante. Su apariencia es horrenda, mezcla de pútrida decrepitud y atroz vileza, teñido todo de rojo coágulo. Por suerte la oscuridad evita semejante visión al fantoche en duermevela, que flota laxo ante tan pavoroso espanto.
El infecto antisalmo continúa durante 6 horas, 6 minutos y 6 segundos. Después su emisor se sumerge nuevamente, retorna al monigote a sus aposentos y prosigue con su subterráneo ambular ignoto.
El-mal-en-persona se anexiona así al alma de sus vasallos. Gracias a ese ritual, vincula la sangre de su cuenco con la de sus peones. Quedando a partir de entonces en plena fusión. De tal manera que todo cuanto viven y experimentan aquellos, lo vive y experimenta a su vez él. La simbiosis es perfecta y bidireccional.
El-mal-en-persona obtiene así su vitalidad y la disposición de fieles ejecutores. Los siervos, ganan en el trato los réditos de su puesto y algunos leves poderes necrománticos.
Sin embargo, estos infelices desconocen el destino que les aguarda tras la muerte, ya que entonces son absorbidos y fagocitados por su ávido dueño.
Mientras tanto, el presidente Mutongo de turno, presume y se pavonea soberbio y ufano, haciendo y deshaciendo a capricho, bajo el oscuro auspicio y designio de su no menos turbio intendente, sin otro anhelo que el de sembrar desdicha y tormento, hiel y negrura.
Hasta que acabe un día su suerte, y la garrapata termine aplastada.