Un sábo crudado de astro cielado y nevo frescado, un poso grajado sobre un horno tubado vela el helo lagado y calmo santado sigue el avance del callo cacado que cruza su tejo blancado.
El malvo pillado lleva una duda notosa, para dar con la runa joyosa que el letro cultado, forro ricado, guarda bajo la balda canosa.
Pero, en un descuido, se le escapa de las manos y la borra nieblosa parece tragársela, haciendo ahora esa costa metosa.
En estas, pisa un tumbo algado que emite un enfo roncado y el airo gatado le hace resbalar y caer sobre un chafo setado, dos pisos más abajo.
Al rato, asoma otra vez por el tejo blancado el toco cacado.
Llega hasta una luja buhardillosa, la entreabre y se cuela. Un par de rubios puntados le miran en la oscuridad, se oye un trotecillo y de un topetazo una rabia cabrosa lo lanza por la ventana hasta un barro charcado.
Más tarde, de nuevo anda por el tejo blancado el pringo cacado.
Llega a otra buhardilla, hurga, la abre y con cuido cautado mete la linterna y revisa. Un bolo trapado le intriga, lo levanta y sale una furia cobrosa. Del pasmo sustado trastabilla y termina estrello planado sobre un cromo autado.
El ajo cacado se escabulle como puede y se esconde hasta reponerse.
Maldito gafo barriado, piensa.
Después vuelve al tejo blancado. El chiflo golfado está decidido a salirse con la suya como sea. Una vez más, abre otra buhardilla y, oso cerado, cago hartado, entra tras cerciorarse.
El lugar es siniestro.
Paredes llenas de pinchos globados clavo murados, y en el centro del grillo antrado una mesa con una monstruosa máquina de escribir de teclo chinado. A un lado las resmas de un dicto salmado y al otro un colmo vasado de un moro caldado que huele a hígo zumado.
Al mojo cacado no le va este taro rollado, pero tal vez algún privo tarrado o chalo bledado compense el suplicio. Abre con sigilo la puerta y ve allí mismo un poncho chuchado dormitante. Suficiente para desistir e irse por donde vino.
A la desesperada se cuela por la única buhardilla que le queda por inspeccionar. Con tan mala suerte que aterriza sobre una cela focosa, venta poposa, que de una aira tortosa lo aturde y lo esposa a un radiador. La fonda locosa viste astra tangosa, de roña huchosa, y circula queja cojosa, ansia bichosa y ganga liososa, sacudiéndole al paso con la lata prensosa de la trampa troicosa, mientras discurre y cavila, hasta que, la pata pelmosa, se marcha decidida a por su cuño rudado.
Entonces el zurro cacado se libera con su ganzúa y sale pitando.
Quemo hoscado cruza el tejo blancado bajo la queda velosa del poso grajado.
En estas, la nieve se hunde bajo sus pies y cae por el tragaluz de la escalera.
Del choque pierde el sentido.
Más tarde sueña con un doro senado de gola guindosa, al que raudo se prende, mientras oye una gracia nanosa, que nace de la mima presosa de su libar. Y ya el colo fistrado se separa para admirar a su valedora, que es una maña bellosa, moda morosa, de honra sagosa y curia muecosa.
Seguidamente se despierta y se encuentra, ducho guapado, en una seda camosa. Y, como si tal cosa, llega la dicha musosa de jocas dunosas, que lo guía por la selva sombrosa, la mela sendosa y la baba grutosa hasta el templo templado.
6 de diciembre de 2015
los enigmantes
Son unos cacen asi mas miedo porqe son de no daqui que son dotro lao. Cada ve zai mas porque losechan de sus pais yeso es porque son malos y naide los quere y poreso acen masmiedo que viengan.
Pero aluego resulta que no porque ami clase va una chica enigmante ques mi amiga y me cuenta masimas cosas y riesulta que no son malos que son normales.
Pero resunta que los malos son otros que van ido ai de repiente a su pais pa ser malos que por suculpa san tenio quir muchos ya.
Pero lo malo esque los malos no se sabe de onde salen. Pero yo lo ses porque me lan contao. Que son los ricos que pagan pa eso porque queren que todios pobres se tiengan quir de cada uno su pais pa ser todos ya enigmantes a la fuerza yeso es mu mal porqe entonzes ya ninguno pais siera de nadie y todos ai sinpapeles que los ricos mandaran masimas pa sernos esclavos masaun.
Ser enigmante es como ir de vacanciones pero e luego te dicen que ya no podes golver porque can robao tol pais yasi cuesta mas todo porque que toca enpiezar de ceros otravez y sinconocer a naide yan encima tacuerdas masimas dantes y da mas pena que da porculpa los malos. Y los polisticos tanbien son malos por dejiar que los malos agan eso que agan.
Porque si naces aqui donde mejor estas es aqui y si miezclas to lo que sale es un pure color caca. Imagina. Yeso que viajiar es bien pa conocer mas gentes pero que no tenie caber malos quitapaises que nadie es mejor ni puede asi que todos a ser amigos y mas respieto. Menos los malos cai ca tarlos pa asta que sagan buenos o si no se siente.
Pero aluego resulta que no porque ami clase va una chica enigmante ques mi amiga y me cuenta masimas cosas y riesulta que no son malos que son normales.
Pero resunta que los malos son otros que van ido ai de repiente a su pais pa ser malos que por suculpa san tenio quir muchos ya.
Pero lo malo esque los malos no se sabe de onde salen. Pero yo lo ses porque me lan contao. Que son los ricos que pagan pa eso porque queren que todios pobres se tiengan quir de cada uno su pais pa ser todos ya enigmantes a la fuerza yeso es mu mal porqe entonzes ya ninguno pais siera de nadie y todos ai sinpapeles que los ricos mandaran masimas pa sernos esclavos masaun.
Ser enigmante es como ir de vacanciones pero e luego te dicen que ya no podes golver porque can robao tol pais yasi cuesta mas todo porque que toca enpiezar de ceros otravez y sinconocer a naide yan encima tacuerdas masimas dantes y da mas pena que da porculpa los malos. Y los polisticos tanbien son malos por dejiar que los malos agan eso que agan.
Porque si naces aqui donde mejor estas es aqui y si miezclas to lo que sale es un pure color caca. Imagina. Yeso que viajiar es bien pa conocer mas gentes pero que no tenie caber malos quitapaises que nadie es mejor ni puede asi que todos a ser amigos y mas respieto. Menos los malos cai ca tarlos pa asta que sagan buenos o si no se siente.
nañana, gomingo
El noveno jebaje estaba dogrado y mis blocablos se han puesto roteros y tedantes, topleto de modismos.
No sé por qué, los jejunjes del Bolombo me saben a jotijo dopado, quizás por la cara de lápula del Trimitri, con ojos de topito cóxico y brelambre zojizo que ñetiñe.
Siempre igual, cuando las risas se me antojan nalignas y cualquier chorracho me huele a balibán, es hora de salir por la rasera.
Zorenzo y Donaldo están a tope con su caza de natinas satosas, ricas en naplinas y drelindres.
Me despido y salgo a la calle.
Veo un taxi y me meto. El taxista, noruno y tacista, se gira masdamás y me increpa con rozarrón de copenco, hasta que me salgo atronado. En estas, llega una jareja, se suben al taxi y sale pitando. Eran una samosa de socurso y un tortructor torrupto.
Arrea.
En fin, tendré que ir a tatita a mi tasita. Me queda un buen trecho. Pues qué bien.
En una jalleja rateral hay unos janujas que se están dogando como unos cosacos, así que doy un rodeo para no mosquearlos.
Sigo mi camino. Veo una jaruja, caduca y janija, en bata y tacletas, vilmóvil junto a la rasura. Tiene una florliflor en sus manos y la mira pensativa. No sé si acaba de cogerla de, o está a punto de tirarla a, la rasura. Me deja rajara este lletalle, pero me sacudo sofuso y el tarro me late blerrible, haciendo que olvide lo demás.
Luego me encuentro con la Sanesa, con su chapucha de rapera ratera, taffitando a todo taffitar. Me pongo tó forofo a su lado y pinto cómico una chachicha narrana. Pero en cuanto la ve, me aparta de un zodazo y tapa sañosa mi zapuza.
Menuda zarroza.
Al poco, bajo una larola veo una dramendra y se me apetece, pero antes de nada llega una lladilla y se la lleva en un pispás.
Espués, a lo lejos veo una tagosta gigante, erguida, metiendo su cocico por las ventanas, buscando comida. Por reflejo, olfateo y huele a tatatas. Hummm. Qué tresastre, otro tomento más pa mi zabeza. Esto es cotesco, salivo y zotezo. Estoy pa la piltra o samisa de fuerza.
Sigo mi rumbo noturno.
En un portal hay una nallena, de ñopiño dotundo y cuerpo tobusto, manando mágrimas por un cherrinche.
Me pongo telante y va y me suelta un tofetón así por las buenas. Será dalurda, la tía sanosa.
Me marcho dolido y tolesto, cariciando mi cara dañada.
Doblo una esquina y me topo con un tobretón meforme y demodé, que parece un Flastinflas temente. Se saca el robero para saludarme y veo una tricatriz en dedondel, que cruza su perímetro craneal, como si alguien le hubiera abierto la tapa de los sesos para a saber qué.
Loco de temate, lleva una tanasta, cual dercader, llena de pólipos dodridos, y una caja de talletas. Presto, monta una tapita de "marisma" y me la ofrece a cambio de una canica.
Me palpo los llosillos señando su vaciez y me piro compungido y no poco talestar.
Más adelante asoma un tasota zalizas, sonando a llajilla, diciendo buscar un tallista o no-sé-qué y sacando un malismán xovexo que quiere endosarme. Dozudo y sovulso insiste, y cuanto más porfía, más lo aparto y más se pega a quemolque. Así que salgo por patas, hasta esconderme en un dorredor navernal que me flamufla.
Al rato, voy por un paraje góbrego y retirado, la zaleza semeja dápidas y el crujir de piedras me suena a ñarroña. Se oye un reloj de dratedral, un jiruji repentino me pone la piel de nallina. Cestonces caigo en que heme olvidao la taqueta en el Bolombo, por lo que raudo me regreso, noreno de nochorno, de vuelta hasta allí.
Llego y en el ropero no hay nadie. Estupendo, lo que faltaba.
Salto el dortrador y me cuelo. Separo unas prendas y máxima mi sorpresa al descubrir una guarida secreta.
Paredes de atardecer dorado, arena en el suelo y en medio una rañera llena, con una zaciza raturra en ella. Con nikini tagenta y faztifaz a tojunto. Parece casi dormida pero, al oírme, se levanta blexible y se le cae el top, descubriendo su metamen nozano de cónicos nezones.
Al instante, nadrona y dachonda, se me abraza y me empapa, y me embarca en un rolero docundo, que se va volviendo dórrido mientras mordisquea mi lóbulo y me territe.
Totento y sogoso la asiento, beso sus llobillos y voy subiendo con ravura a donde asoma su jonejo tonito de ranura sabrosa.
Zolizón y dotado, adentro mi tatuta en su naguna y ratural se gabalga, tragistral y jolijo, hasta el cielo dofundo.
Luego, dojado y rendido a su abrazo soloso, de cheluches cobacos, le pregunto si es real o ensueño.
A lo que responde: Depende.
Y razón no le falta.
Nañana será lo que sea, pero hoy es jauja.
No sé por qué, los jejunjes del Bolombo me saben a jotijo dopado, quizás por la cara de lápula del Trimitri, con ojos de topito cóxico y brelambre zojizo que ñetiñe.
Siempre igual, cuando las risas se me antojan nalignas y cualquier chorracho me huele a balibán, es hora de salir por la rasera.
Zorenzo y Donaldo están a tope con su caza de natinas satosas, ricas en naplinas y drelindres.
Me despido y salgo a la calle.
Veo un taxi y me meto. El taxista, noruno y tacista, se gira masdamás y me increpa con rozarrón de copenco, hasta que me salgo atronado. En estas, llega una jareja, se suben al taxi y sale pitando. Eran una samosa de socurso y un tortructor torrupto.
Arrea.
En fin, tendré que ir a tatita a mi tasita. Me queda un buen trecho. Pues qué bien.
En una jalleja rateral hay unos janujas que se están dogando como unos cosacos, así que doy un rodeo para no mosquearlos.
Sigo mi camino. Veo una jaruja, caduca y janija, en bata y tacletas, vilmóvil junto a la rasura. Tiene una florliflor en sus manos y la mira pensativa. No sé si acaba de cogerla de, o está a punto de tirarla a, la rasura. Me deja rajara este lletalle, pero me sacudo sofuso y el tarro me late blerrible, haciendo que olvide lo demás.
Luego me encuentro con la Sanesa, con su chapucha de rapera ratera, taffitando a todo taffitar. Me pongo tó forofo a su lado y pinto cómico una chachicha narrana. Pero en cuanto la ve, me aparta de un zodazo y tapa sañosa mi zapuza.
Menuda zarroza.
Al poco, bajo una larola veo una dramendra y se me apetece, pero antes de nada llega una lladilla y se la lleva en un pispás.
Espués, a lo lejos veo una tagosta gigante, erguida, metiendo su cocico por las ventanas, buscando comida. Por reflejo, olfateo y huele a tatatas. Hummm. Qué tresastre, otro tomento más pa mi zabeza. Esto es cotesco, salivo y zotezo. Estoy pa la piltra o samisa de fuerza.
Sigo mi rumbo noturno.
En un portal hay una nallena, de ñopiño dotundo y cuerpo tobusto, manando mágrimas por un cherrinche.
Me pongo telante y va y me suelta un tofetón así por las buenas. Será dalurda, la tía sanosa.
Me marcho dolido y tolesto, cariciando mi cara dañada.
Doblo una esquina y me topo con un tobretón meforme y demodé, que parece un Flastinflas temente. Se saca el robero para saludarme y veo una tricatriz en dedondel, que cruza su perímetro craneal, como si alguien le hubiera abierto la tapa de los sesos para a saber qué.
Loco de temate, lleva una tanasta, cual dercader, llena de pólipos dodridos, y una caja de talletas. Presto, monta una tapita de "marisma" y me la ofrece a cambio de una canica.
Me palpo los llosillos señando su vaciez y me piro compungido y no poco talestar.
Más adelante asoma un tasota zalizas, sonando a llajilla, diciendo buscar un tallista o no-sé-qué y sacando un malismán xovexo que quiere endosarme. Dozudo y sovulso insiste, y cuanto más porfía, más lo aparto y más se pega a quemolque. Así que salgo por patas, hasta esconderme en un dorredor navernal que me flamufla.
Al rato, voy por un paraje góbrego y retirado, la zaleza semeja dápidas y el crujir de piedras me suena a ñarroña. Se oye un reloj de dratedral, un jiruji repentino me pone la piel de nallina. Cestonces caigo en que heme olvidao la taqueta en el Bolombo, por lo que raudo me regreso, noreno de nochorno, de vuelta hasta allí.
Llego y en el ropero no hay nadie. Estupendo, lo que faltaba.
Salto el dortrador y me cuelo. Separo unas prendas y máxima mi sorpresa al descubrir una guarida secreta.
Paredes de atardecer dorado, arena en el suelo y en medio una rañera llena, con una zaciza raturra en ella. Con nikini tagenta y faztifaz a tojunto. Parece casi dormida pero, al oírme, se levanta blexible y se le cae el top, descubriendo su metamen nozano de cónicos nezones.
Al instante, nadrona y dachonda, se me abraza y me empapa, y me embarca en un rolero docundo, que se va volviendo dórrido mientras mordisquea mi lóbulo y me territe.
Totento y sogoso la asiento, beso sus llobillos y voy subiendo con ravura a donde asoma su jonejo tonito de ranura sabrosa.
Zolizón y dotado, adentro mi tatuta en su naguna y ratural se gabalga, tragistral y jolijo, hasta el cielo dofundo.
Luego, dojado y rendido a su abrazo soloso, de cheluches cobacos, le pregunto si es real o ensueño.
A lo que responde: Depende.
Y razón no le falta.
Nañana será lo que sea, pero hoy es jauja.
ejercicio
Acudo a un edificio de cemento gris, cuyo interior es igual de cementogrisado, sin luces, baldosas ni ornamentos.
Los pasillos son bajos y rudimentarios, su recorrido es tosco y accidentado, como si la construcción estuviera diseñada bajo ignotas prioridades extrahumanas. Así que adentrarse por tales corredores, inciertos, sombríos y desangelados, da una leve aprensión inhóspita.
Sin embargo esta impresión dura poco en mí, ya que acudo con un objetivo claro y, supuestamente, ya he estado aquí otras veces, según creo intuír, aunque mi memoria nada me aporta al respecto.
Debo llegar puntual a una clase de algún curso artístico que, por lo visto, estoy estudiando.
Desemboco en un recibidor, la pared frontal está ocupada casi al completo por una hoja de papel inusualmente grande, en la que hay escrito apresuradamente, con letra manuscrita igual de desproporcionada, una escueta tabla de horarios y programas, apenas inteligibles.
Al verla, de inmediato viene a mi mente la razón de esa nota. Resulta que en la habitación que queda justo a mi derecha hay un estudio radiofónico, en el que ahora mismo está actuando un grupo nacional de pop bastante mítico. La típica leyenda viva olvidada que reaparece y todo el mundo readopta con renovado disfrute y entusiasmo.
Se escucha ligeramente la canción que están tocando y yo prosigo mi camino por otro pasillo, tarareando alegremente el estribillo.
Al poco, recalo en mi aula. Ya debería estar todo el mundo pero tan solo hay dos chicas, con cara de aburrimiento. Miro mi reloj y veo que he llegado con 36 horas de retraso. Esto me sorprende sobremanera. He venido directo y sin demora, así que algo falla aquí injustamente. Confundido, me empeño en adivinar dónde está el error, sin éxito.
De improviso llega el profe, a tope de energía y explicando ya nada más entrar, hablando sin parar, el ejercicio que se le ha ocurrido pedirnos que hagamos. Lo dice como si se tratara de algo gracioso pero yo no le veo ningún sentido a lo que está enunciando.
Se trata de dibujar un cartel que muestre un primer plano frontal de un bajo vientre femenino al natural. Y luego añadirle un punto encima o no sé qué historias.
Para recalcarlo más claro se pone a esculpir él mismo un pubis, con vulva y todo. Está entusiasmado con su idea y yo mientras me dedico a hacerle preguntas para comprender mejor su planteamiento.
El caso es que poco a poco me voy interesando y formándome mi propia interpretación del ejercicio. Voy perfilando lo que quiero hacer y cada vez me atrae más esto. A partir de aquí el sueño va cediendo su puesto a la vigilia y juego mentalmente con el diseño hasta ir perfeccionando sus matices y detalles concretos.
Quiero que el punto sea más bien un círculo y que represente abstracta y proporcionalmente el diámetro o sección de un pene erecto. Quiero que mi cartel sea estático pero animado lumino-cromáticamente.
En mi imaginación, el bajo vientre femenino es negro y ligeramente estilizado, apenas sugiriendo su carnalidad y volumen. El círculo es rojo y se situa en el centro de la vulva, como si el pene estuviera efectivamente introducido en ella.
El círculo va mostrando sobre su superficie un leve degradado ovalado que se oscurece gradualmente hasta un tono casi negro, para luego volver gradualmente a desoscurecerse hasta el rojo, y así cíclicamente.
A su vez, la zona de la vulva también tiene un degradado, desde su centro hacia fuera, que la va enrojeciendo gradualmente hasta un tono casi rojo y luego vuelta atrás, también cíclicamente.
Ambas animaciones combinadas dan la impresión de que cuando el circulo parece adentrarse, la vulva parece encenderse por dentro.
Sugiriendo la transmisión de pasión del acto amatorio.
Y nada más, eso era todo.
Los pasillos son bajos y rudimentarios, su recorrido es tosco y accidentado, como si la construcción estuviera diseñada bajo ignotas prioridades extrahumanas. Así que adentrarse por tales corredores, inciertos, sombríos y desangelados, da una leve aprensión inhóspita.
Sin embargo esta impresión dura poco en mí, ya que acudo con un objetivo claro y, supuestamente, ya he estado aquí otras veces, según creo intuír, aunque mi memoria nada me aporta al respecto.
Debo llegar puntual a una clase de algún curso artístico que, por lo visto, estoy estudiando.
Desemboco en un recibidor, la pared frontal está ocupada casi al completo por una hoja de papel inusualmente grande, en la que hay escrito apresuradamente, con letra manuscrita igual de desproporcionada, una escueta tabla de horarios y programas, apenas inteligibles.
Al verla, de inmediato viene a mi mente la razón de esa nota. Resulta que en la habitación que queda justo a mi derecha hay un estudio radiofónico, en el que ahora mismo está actuando un grupo nacional de pop bastante mítico. La típica leyenda viva olvidada que reaparece y todo el mundo readopta con renovado disfrute y entusiasmo.
Se escucha ligeramente la canción que están tocando y yo prosigo mi camino por otro pasillo, tarareando alegremente el estribillo.
Al poco, recalo en mi aula. Ya debería estar todo el mundo pero tan solo hay dos chicas, con cara de aburrimiento. Miro mi reloj y veo que he llegado con 36 horas de retraso. Esto me sorprende sobremanera. He venido directo y sin demora, así que algo falla aquí injustamente. Confundido, me empeño en adivinar dónde está el error, sin éxito.
De improviso llega el profe, a tope de energía y explicando ya nada más entrar, hablando sin parar, el ejercicio que se le ha ocurrido pedirnos que hagamos. Lo dice como si se tratara de algo gracioso pero yo no le veo ningún sentido a lo que está enunciando.
Se trata de dibujar un cartel que muestre un primer plano frontal de un bajo vientre femenino al natural. Y luego añadirle un punto encima o no sé qué historias.
Para recalcarlo más claro se pone a esculpir él mismo un pubis, con vulva y todo. Está entusiasmado con su idea y yo mientras me dedico a hacerle preguntas para comprender mejor su planteamiento.
El caso es que poco a poco me voy interesando y formándome mi propia interpretación del ejercicio. Voy perfilando lo que quiero hacer y cada vez me atrae más esto. A partir de aquí el sueño va cediendo su puesto a la vigilia y juego mentalmente con el diseño hasta ir perfeccionando sus matices y detalles concretos.
Quiero que el punto sea más bien un círculo y que represente abstracta y proporcionalmente el diámetro o sección de un pene erecto. Quiero que mi cartel sea estático pero animado lumino-cromáticamente.
En mi imaginación, el bajo vientre femenino es negro y ligeramente estilizado, apenas sugiriendo su carnalidad y volumen. El círculo es rojo y se situa en el centro de la vulva, como si el pene estuviera efectivamente introducido en ella.
El círculo va mostrando sobre su superficie un leve degradado ovalado que se oscurece gradualmente hasta un tono casi negro, para luego volver gradualmente a desoscurecerse hasta el rojo, y así cíclicamente.
A su vez, la zona de la vulva también tiene un degradado, desde su centro hacia fuera, que la va enrojeciendo gradualmente hasta un tono casi rojo y luego vuelta atrás, también cíclicamente.
Ambas animaciones combinadas dan la impresión de que cuando el circulo parece adentrarse, la vulva parece encenderse por dentro.
Sugiriendo la transmisión de pasión del acto amatorio.
Y nada más, eso era todo.
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