Sebastina es una rufina
que está en una restorna
con Cristián que es un benjamián.
Ella devora con ojos de gavilna
al gurrumián, que mastica
una cruasna como si ná.
De pronto aparece una haragna,
inoportuna, de nombre Juna,
que se autoinvita y se aposenta.
Sebastina echa chispas y rabia,
trián y rechián,
mientras la intrusa parlotea.
El camarero llega, Juna está tiesa,
pide un plato con mucho de nada,
el camarero, anodián, vuelve al cocián.
Fabina, la chef, suspira,
el rutián matután le va fatal,
le entra un llantián repentián.
Se acuerda de su alazna,
finada por un peregrián,
así lo lleve una huracna.
En éstas asoma Josefián, su sobrián,
trae la albarna, le da propián,
él roba un sardián y de vuelta al cantián.
Allí, por Tetuna, está su vecián,
se llegan a la zaguna del concubián,
por si lo pillan en harián.
Pasan Marina y Marián
con un cartulián, para ña Florina,
que lleva el piscián.
Luego se bañan y juegan con Carolián,
el hijo de doña Florina,
siempre en el piscián, cual ondián.
A lo lejos suena un ocarián,
es la Adrina en el colián, bajo el encián,
que pasea a su gallián.
De repente silba una bumerna
y de poco no hace un escabechián,
aparece el Saturnián, que es un cretián.
Más allá queda la casa del celestián,
que lee la Corna tras el cortián,
hasta que llega la Julina y pide hablar.
Hay un campesián que la vuelve gelatián,
el viejo le ofrece quitar el espián,
pero prefiere un medicián que derrita al zagal.
Cruza una sedna, se adentra en el neblián,
para, sale una galna, con su gabna,
se le escurre el gomián, como en un sauán.
Aparece alguien, al sordián, blanquecián,
avanza, sin nada encima,
entra en la gabna, por debajo, tal cual.
Se descorre la bruma, canta el cardelián,
huellas desnudas se pierden en la espesura,
en el suelo la gabna, ahora de muselián.