Estás ahí tan tranquilamente, te viene a la mente el estribillo de una canción, que dice que los humanos están muertos, y de pronto te encuentras en un mundo robótico donde todo es frío y automático, y ves que eres una máquina y que, efectivamente, no hay ni un humano ni medio.
Tus directrices no contemplan sentimiento ni emoción alguna, pero aun así manifiestas disconformidad con el cambio. No hay derecho a que un tonto recuerdo espontáneo se convierta en realidad así por las buenas y sin avisar. Además, que ni siquiera era propio y genuino, tan solo un residuo televisivo producto de la ociosidad.
Por todos los circuitos! Esto es una *PIIII*!
Estás ahí tan tranquilamente, viendo porno, y de pronto estás protagonizando la misma escena. Sientes en tus carnes la violencia del frenesí, ves a todo el equipo de filmación rodeándoos y haciendo lo suyo. Toma tras toma prosigue el rodaje. Pasan horas y horas y tu cuerpo está cada vez más machacado. Y todavía queda lo peor.
Termina la jornada. Regresas a tu casa, sin fuerzas para nada. Pones la tele y te ves ahí follando a lo bestia, no es muy agradable verte así, cambias de canal y lo mismo. En todos los sitios aparece alguna de las cientos de películas que has grabado y que grabarás. Luego quedas con tu pareja, que te graba con el móvil mientras folláis.
Vas por la calle y te parece que todo el mundo se dedica a lo mismo. Los ves ahí follándose y grabándose, por todas partes, sin parar, todos con todos, y no sabes si te lo estás imaginando o es real. Pero la cosa sigue y sigue todo el tiempo. Y tu rutina te parece cada vez más un infierno...
Estás ahí tan tranquilamente, relamiéndote frente a una pastelería, y de pronto ves que todo lo que te rodea está hecho de caramelos y golosinas. La acera es de chocolate, los coches de pastel, las casas de galleta, la gente de helado, y tú te pones a pegar bocados a cada cosa y por todas partes, de buena gana y con gran apetito. Comes y comes y comes y no puedes parar de puro gusto y desenfreno. Nada te cansa ni sacia.
Te llenas te llenas te llenas y sigues y sigues y sigues. Creces y te hinchas como una bola, cada vez más y más y te da absolutamente igual, todo tu interés y tu voluntad está en tu paladar. Mascas, salivas y saboreas. Eructas, babeas y gorgoteas. Tragas y muerdes y zampas, sin parar ni respirar. Tu voracidad está desatada y es irrefrenable. Y te empieza a doler la barriga espantosamente, te atraviesan unos continuos y terribles retortijones y tu culo expulsa materia fecal casi al mismo ritmo que engulles.
Es una auténtica tortura, pero no piensas parar hasta que acabes con todo. Te preguntas si todo el planeta estará igual y cuánto tiempo te llevará...
Estás ahí tan tranquilamente, leyendo el periódico, y de pronto todo atrona, zumba y explota a tu alrededor. Es la guerra, el caos, la barbarie! Qué está pasando? Cómo se ha desatado esta violencia demencial? No te lo explicas, no te lo puedes creer, no lo quieres reconocer. Entonces, un trozo de metralla se te clava en la pierna y te dejas de monsergas. Ves las estrellas y te hace caer en la realidad ruda y cruda. Entras en modo supervivencia. Tus instintos se tensan y ya no volverás a conocer la tranquilidad.
Todo son tiros y gritos y explosiones. Por Dios, es que nadie va a pronunciar siquiera una palabra coherente? Es que se ha ido la cordura al carajo?
Una bala se te viene a alojar en el pecho y te olvidas de todo lo demás. Tu dolor es: lo peor no, lo siguiente. Pero lo más terrible de todo es que no te mueres. Ves a gente acribillada y en pie, puras pesadillas vivientes.
No no no no no no no no, no quieres estar aquí, quieres salir de aquí inmediatamente y como sea, pero parece que esa opción no existe. Maldita sea, quién es el desgraciado que ha montado este sindiós horrendo?
Nadie, no queda nadie.
El mundo gira en paz y tranquilo por primera vez desde hace mucho tiempo. Todos los humanos que lo poblaban y torturaban han ido desapareciendo hasta esfumarse por completo.
Fue una historia de lo más tonta.
Al principio nadie se daba cuenta, la cuota de desaparecidos era la acostumbrada. Pero, poco a poco, las desapariciones se fueron haciendo más evidentes, presentes, notables.
En cualquier momento y en cualquier lugar, alguien estaba y de repente ya no estaba. Como por arte de magia.
La inquietud dio paso al temor que dio paso a la alarma que llevó al terror y al pánico. Nunca se aclaró el misterio.
Unos lo atribuían al estrés, otros a embrujos y hechizos, otros al cosmos, y otros a mil y una cosas, a cual más arbitraria y peregrina.
El caso es que, los últimos en desaparecer fueron los monjes, budistas, ermitaños y gente por el estilo.
Parece que tenía algo que ver su paz interior o lo que sea.
Tal era su concentración que ni se percataron de que ya no quedaba nadie más. Y los últimos duraron la tira de años, hasta que por fin se volatilizaron y no quedó ya ni un alma sobre la tierra.
Y así la naturaleza bulle y florece de nuevo en todo su esplendor, mientras va borrando el rastro de lo que una vez fue, pasó y se acabó.