"Sin amor no hay libertad, sino egoísmo que es el infierno."

aviso

Este blog no está recomendado para menores, así que tú mismo con tu mecanismo.

fin del aviso



1 de febrero de 2013

minifetos

Estoy en un aula haciendo un curso de informática o algo así. Alguien me ha dado una bolsa de chucherías o no sé de dónde la he sacado. No son unas chucherías normales, se trata de unos minifetos humanos del tamaño de un pulgar, más o menos.

A mi lado está un amigo que tiene problemas con su ordenador, le falta una placa o algo, porque no funciona. Para colmo el monitor o la torre se resbalan de la estrecha repisa sobre la que están colocados. Le ayudo como puedo a sostener el cacharro y tal, pero esto no quita para que siga sin funcionar. Le digo que lo mejor es que se cambie a cualquier otra mesa libre. No parece demasiado dispuesto a tomar la iniciativa por sí solo, teme que el profesor le llame la atención o algo y prefiere esperar a ver. El profesor, por cierto, está ausente y no parece que vaya a regresar en bastante rato.

Ahora me acuerdo de otra escena que he soñado antes. Estoy en un piso compartido, en mi habitación, pequeña y con puertas y ventanas de cristales rugosos. Al entrar veo un pajarillo gordote que quiere salir pero que no se atreve a volar de lo asustado que está. Lo cojo entre mis manos y lo llevo hasta una playa que parece estar justo ahí al lado.

En lugar de arena está llena de gravilla de cantos rodados, como en un río. Hay un gato negro al que le faltan las dos patas delanteras, de las que solo le quedan dos tímidos muñones. Se me acerca zalamero y pedigüeño para que le dé algo. Creo que no sabe lo que guardo en mis manos, aunque me parece que algo se huele, pues no para de mirar y tal.

Se produce una elipsis imperceptible, regreso ya con las manos vacías, así que supongo que he soltado al pajarillo y se ha ido volando. El gato sigue ahí cansino y lastimero. Por un instante me ha parecido que no tenía ni patas traseras ni delanteras, ni siquiera muñones, cosa que me ha inspirado no poca repulsa y desagrado, pero al momento veo que no es así, que está como al principio.

Volviendo al aula, me voy comiendo los fetos esos y me entra la duda de si son auténticos o solo imitación. No logro distinguirlo con seguridad. Su apariencia es bastante lograda, como si los hubieran tratado para convertirlos en un aperitivo apetecible. Son medio gomosos y esponjosos, por dentro son tiernos y dulces, sin que se aprecie al masticarlos matices ni texturas diferenciadas. Por fuera tienen color de masa pastelera y se les transparenta tenuemente algún órgano del interior medio azulado y tal.

El caso es que soy el único que tiene algo así, me sé especial por esto, pero al mismo tiempo preferiría librarme de ellos cuanto antes y no llamar demasiado la atención. No puedo escurrir el bulto como si nada, así que me los voy comiendo, uno tras otro, sin demasiado interés ni entusiasmo.

Soy discreto pero no secreto, poco a poco se van percatando los demás de que me traigo algo entre manos. Algunos compañeros se acercan y miran con reserva y distancia. Un amigo se decide a probarlos y me ayuda a menguar más rápido la dichosa bolsa.

Es extraño, en sí comerlos no supone ningún problema, sin embargo la duda es molesta y me incomoda. No paro de darle vueltas, buscando algún sentido o significado a esto. Qué estoy haciendo? De dónde proceden? A qué se debe esto? Por qué? No sé si es profundamente estúpido seguir, o todo lo contrario. Lo que sí que percibo es una carga de responsabilidad asociada. Solo por portarla trae un deber contraído, aunque no sepa exactamente cuál sea. Es por esto que quiero desembarazarme pronto y bien de su contenido. Será la forma adecuada? Estaré equivocando el camino?

Una parte lejana y silente de mí intuye vaga y ligeramente algún posible simbolismo, pero no alcanza a modificar de ninguna manera el curso de los acontecimientos.

A mitad de bolsa aparece un batiburrillo de escamas variadas de confitería, como si fuera la materia prima sin elaborar con la que están hechos, o no, los fetos. Sea como fuere, la novedad alivia y se agradece. Luego siguen más fetos.

Mi amigo se saca uno negro de la boca como si estuviera malo, le da vueltas y lo mira hasta que concluye que se trata de un feto de otro animal, no recuerdo cuál.

Al poco me pasa algo parecido, cojo uno medio negro y deforme y resulta que es un feto de pingüino. Es tosco y gracioso pero no me inspira diversión ni alegría en este momento. Lo aparto a un lado y prosigo con desgana mi tarea.

Toda el aula está enterada del turbio y dudoso tejemaneje que andamos perpetrando. Unos compañeros nos miran acusadores, dos o tres filas por delante, desde sus mesas. Uno de ellos me señala con el dedo. De su dedo nacen tres pequeños objetos que vienen hacia mí.

Dos de ellos ya no los recuerdo, el tercero es una araña. Con un simple ademán de mi mano hago que desaparezcan antes de que alcancen mi mesa.

De nuevo el compañero acusador me apunta con su dedo, del que salen otra vez los mismos tres. Llega la araña y se planta sobre la mesa, delante de mí, mirándome y a la espera. Me intriga y sorprende su actitud, no acierto a adivinar lo que representa su porte, pero se ha ganado mi reconocimiento o algo así.

Cojo y le planto encima un posavasos cuadrado, hago presión pero el bicho se mantiene firme como el hierro. De pronto, chaf, cede y se aplasta. Bajo el posavasos asoma una masa grisácea por un lado.

La cosa prosigue luego por otros derroteros confusos y borrosos hasta que al poco me despierto y ya.

Ah, sí, me viene un último retazo, inconexo y sin sentido, de alguien de mirada insolente y retadora que sostiene entre sus brazos una cucaracha gigante a la que acaricia como si tal cosa.

Que me aspen si entiendo nada.