Bajo por el cielo en caída libre, mi velocidad de descenso se ve alterada según mi presencia de ánimo. Si confío, se atenúa dulcemente y si temo, se incrementa alarmantemente. Como si la gravedad se adecuara atenta y solícita a mi sentir y parecer.
Al momento siguiente estoy tan tranquilo apoyado en la barra de un bar, vacío y asosegado por de buena mañana. Entra un amigo, su andar apresurado, convulso y agarrotado denota su profunda turbación. Me saluda, pide una taza de café y me cuenta su acuciante problema.
Dice que acaba de tener un pequeño percance y que en ello ha visto un terrible presagio inminente, que le tiene sumido en este estado de desesperación agobiante y angustiante, casi hasta punzante y contagioso solo de verlo.
Voy a decirle unas palabras reconfortantes para que se tranquilice pero no me da tiempo. De repente agarra la taza y se la lleva a la boca bruscamente para bebérsela de un trago, con tal ímpetu que cae hacia atrás desde el taburete y se parte el cuello al chocar con el suelo, con un sonoro crac que encoge el alma.
Sin embargo, a pesar de ello sigue vivo y su cara boquea y se retuerce en espantosa mueca ante la comprensión de haber sido él mismo el fatídico artífice de su terrible perdición, ya irreversible.
Y ya todo se precipita con una celeridad de vértigo, inquietante, desconcertante, perturbadora, que corta el aliento.
Su cuerpo ha quedado del todo inerte, minusvalizado, como dicen los de allende, y deslavazado por la fractura de los nervios, salvo el brazo izquierdo, que se agita y sacude alocado y calambreante, presentando un panorama de lo más grotesco y delirante. La cabeza reposa en un ángulo antinatural, doloroso con su sola contemplación. Una intensa sensación de viva irrealidad envuelve toda la escena.
Sin tiempo para comprender, la mano saca de un bolsillo una punta de flecha y se pone a sajar el cuello para separarse en dos y fallecer definitivamente. Trajín bajo el cual se va formando lenta y terroríficamente un charco de sangre. De pronto, de pura rabia y desesperación, se le disparan los nervios y como que se apuñala la cara con saña e insania indecibles, para volver de inmediato a lo suyo. Y sus ojos transmiten el más hondo horror, el más indescriptible abismo y torbellino de sentimientos encontrados y contradictorios, lleno de pavor, resolución, asco, insensibilidad, náusea, incredulidad, desesperación, lucidez y la más estridente y espantosa fobia al dolor, feroz, salvaje, feral, visceral, incomprensible, insondable, irrefrenable, descabellada, inenarrable.
Con tal patetismo, ira y urgencia, en su afán y penuria ocasionada por su terrible fiasco, que enerva y abomina. Y es tan grande la intensidad, tan enorme la tensión que genera y desencadena estar ahí presenciando y viviendo semejante aborrecible situación, que al instante reviento y emerjo de la ensoñación, repelido, expulsado rauda y violentamente por su mera crudeza, con no poco alivio, e impregnado aún vivamente de pasmo y estremecimiento, sin dar siquiera ocasión a que se completara la increíble, persistente y desquiciante acción de pesadilla por aquel emprendida.