"Sin amor no hay libertad, sino egoísmo que es el infierno."

aviso

Este blog no está recomendado para menores, así que tú mismo con tu mecanismo.

fin del aviso



31 de marzo de 2011

aventura fragmentada

Una buena mañana, tu cabeza se separa de tu cuerpo y decide que ya no quiere ir más al trabajo. Tu cuerpo es más responsable y se propone cumplir con su deber, aun sin ella.
Mientras, la cabeza se hace la dormida.

El cuerpo se viste a tientas, como un ciego, y se prepara el desayuno, con bastantes dificultades. Se queda perplejo cuando se da cuenta de que ya no tiene boca con la que tomarlo.

Tras tantear un rato por la zona del cuello, se decide a verter por ahí el desayuno que tanto le ha costado preparar.
De poco no se ahoga al hacerlo. Parte del líquido se le mete por los pulmones, otra parte llega al estómago y el resto resbala por fuera, mojando la camisa y dejándole hecho un asco.

Mientras el cuerpo se sacude violentamente, tosiendo para expulsar el líquido de los pulmones, la cabeza tose y se agita también, compartiendo la sensación de angustia y asfixia, aunque luego adquiere una actitud divertida ante el suceso.

Al no poder saborear lo que ha tomado, el cuerpo se siente como vacío o decepcionado. Sin embargo, la cabeza sí que percibe un ligero aroma del desayuno que se ha colado hasta el dormitorio, cosa que despierta su apetito y le hace salivar un poquito. Con lo cual, curiosamente, el cuerpo termina por sentir más hambre que la que tenía antes de haber tomado nada.

Aun empapado como está, ni se plantea el cambiarse de ropa, bastante odisea ha tenido ya. Se toca el reloj de la pulsera, como intentando adivinar la hora. Barrunta que se le hace tarde, así que, sin más, sale como puede y cierra con un portazo tras de sí.

De repente, un sudor frío se apodera de su espalda. Teme haber olvidado las llaves. Comprueba que están en su bolsillo. Se tranquiliza.

Baja las escaleras con cuidado.
Sale a la calle.
Toma el camino de todos los días, con infinita prudencia, para no perder la orientación, manteniendo siempre el contacto con algún punto de referencia.

La cabeza se sumerge en un ligero duermevela y empieza a soñar con alguna escena semierótica.
El cuerpo se distrae con eso y participa de las sensaciones de la fantasía. Se desvanece su noción del espacio y del tiempo, justo cuando acaba de llegar a la parada del bus.
Pierde su autobús.
Para cuando despierta de nuevo, se descubre desorientado y con una erección inoportuna.

Llega otro autobús. Reza para que sea el suyo, intenta preguntarlo por señas a alguien. Esto le resulta más difícil de lo que parece. Sólo dispone de un sentido, el tacto, para percibir lo que le rodea, y la gente se asusta ante sus mímicas y tanteos.

De repente, la cabeza se sorprende a sí misma gesticulando como si estuviera hablando. Al no pasar aire por sus cuerdas vocales no produce sonido alguno, pero en su mente la pregunta que intenta formular es clara: Oiga, por favor, es este el 24?

Esto marea un poco a la cabeza. Nota que, a pesar de la separación, ambos siguen siendo conscientes de lo que hace y siente el otro. Eso fastidia un poco la cosa. Es como si siguieran conectados y necesitándose y, a la vez, se interfirieran en sus diferentes caminos.

La culpa es de ese estúpido cuerpo, por irse de mi lado y ponerse a hacer lo que no debe. Piensa la cabeza.
La culpa es de esa maldita cabeza, por desprenderse de mí y negarse a obedecerme. Piensa-siente el cuerpo.

De repente, una especie de idea ilumina al cuerpo. A la porra, yo así no puedo seguir. Qué tonto, cómo no se me habrá ocurrido antes.
Se baja del autobús antes de que arranque y decide regresar a casa.
La cabeza adivina sus intenciones y no le gustan ni un pelo. Este viene a por mí, va a obligarme a ir donde él quiera.
La cabeza se inquieta y empieza a maquinar alguna escapatoria.

El cuerpo percibe lo que trama la cabeza y procura acelerar el paso, todo lo que le es posible en sus condiciones.

La cabeza intenta salir de la cama, esconderse en algún rincón, fuera del alcance del cuerpo. Pero decirlo es más fácil que hacerlo.

Se contorsiona violentamente intentando propulsarse con los músculos del cuello. Con todo, a duras penas logra agitarse un poco, como un pez fuera del agua, a coletazos.
Tras mucho esfuerzo, consigue salirse de la cama y caer al suelo. Se da un buen cocotazo al aterrizar, pero no hay tiempo para lamentaciones.

A la desesperada, no ve otra salida que meterse debajo de la cama, tratando de colocarse en el rincón más recóndito y apartado.
En su histérica agitación va removiendo la pelusilla acumulada bajo la cama, que se le mete por todos lados. Más vale que no sea alérgico a esta basura, que si no estoy apañado, piensa.

Finalmente, la cabeza se queda quieta, alerta, atenta, arrinconada en su improvisado refugio, a la espera de lo inevitable.

Al poco, se escuchan unos pasos subiendo las escaleras, lentos, tétricos, espantosos.
Luego se escucha un largo forcejeo con las llaves, hasta que acierta con la cerradura y se abre la puerta.
Entra.
Cierra.

Silencio.

La cabeza aprieta con fuerza los párpados. Tiene la extraña sospecha, infundada, de que el cuerpo sea capaz de recibir lo que ven sus ojos y adivinar así dónde se esconde.

Él no ve, pero siente. Intuye y sabe con plena certeza dónde está la cabeza. Ha seguido todos los acontecimientos, al igual que ella los suyos.

Por eso ahora la cabeza se sabe descubierta, atrapada, perdida. Siente cómo el cuerpo se aproxima, con sigilo, y se dispone a levantar la cama y alcanzarla.
Nota cómo sus manos agarran el borde del somier. La fuerza terrible, solemne, implacable con la que comienza a levantar el peso, el obstáculo que se interpone entre ellos.

Entonces, pasa algo inesperado, los brazos se desprenden y caen junto al somier, que arma un poco de estruendo al volver a su posición.

Al cuerpo le da un brinco el corazón, un ataque de pasmo, un tembleque incontrolable, por la sorpresa, por lo increíble de la situación. No puede ser, y ahora qué hago? Se dice.

Los brazos cobran vida y se van reptando, cada uno por su lado.

El cuerpo no se rinde, recobra la calma, recupera la serenidad como buenamente puede (por no decir que se recompone en su entereza, pues eso sería una pésima broma de muy mal gusto, jeje) y trata de introducirse bajo la cama, empujándose, sirviéndose de las piernas. Con la intención de magullar a la cabeza, la primera y última responsable, según su parecer y entendimiento, de todo este desaguisado.

La cabeza ve cómo se aproxima, se agita aterrorizada y grita silenciosamente. Los ojos se le salen de las órbitas de puro espanto.
Literalmente.
Se le salen y se van rodando. Uno acaba debajo del armario y el otro llega hasta el pasillo.

Mientras, el brazo izquierdo está en el baño, se ha trepado hasta el váter, ha caído dentro y ahora no logra salir, sacarse de ahí.

El brazo derecho está trepando las cortinas del salón. En un momento dado, sin previo aviso, el brazo se le separa de la mano y cae al suelo, donde se agita tontamente, como el rabo recién cortado de una lagartija.

La mano se queda colgando, aferrada a la tela, suspendida en las alturas, quieta, sin saber qué hacer.

A todo esto, las piernas se han desprendido también.
El pene se escapa de los calzoncillos y se va de parranda, en busca de marcha y diversión.

Las piernas se han enzarzado en una pelea de zancadillas. Los pies deciden irse por libre, a explorar mundo.

En sus erráticos avances casi aplastan al ojo que estaba en el pasillo. Menos mal que ha salido despedido y ahora se ha quedando mirando hacia la entrada, que su retina ve boca abajo, como si la puerta naciera del techo y no del suelo.

Reina el caos y la confusión. Confusión dada, más que nada, porque todas las partes se siguen percibiendo entre sí, lo que hacen, dónde se encuentran, lo que sienten, etecé. Siguen conformando una unidad, a pesar de toda la fragmentación acaecida.

Esto coloca en una intensa esquizofrenia a cada elemento. Eres el contrincante y al mismo tiempo el perseguido. Eres el tránsfuga y el perdido. El explorador y el abandonado. El buscado y el olvidado.
La alegría y el llanto.

Todo se mezcla en una cacofonía decadente y absurda. La desarmonía lleva a una desarticulación total. Se suspende la actividad, cesa el movimiento, se apaga la vida.
Quedan las partes, detenidas, congeladas, a la espera, a la escucha.
Sintiendo el paso del tiempo, notando cómo la nada se les mete dentro. Cómo se disecan sus restos, cómo se les deseca el alma, el espíritu, el aliento...

Triste panorama que encontrare quien lo hallare. Con todas tus partes por ahí desperdigadas. Salpicando la vivienda, como si se hubiera producido una explosión incomprensible, inexplicable.
Inenarrable.