"Sin amor no hay libertad, sino egoísmo que es el infierno."

aviso

Este blog no está recomendado para menores, así que tú mismo con tu mecanismo.

fin del aviso



13 de noviembre de 2009

persiana

Estoy en mi pueblo, con mi hermana. Visito a mi primo, su madre ha muerto hace poco. Volvemos a casa, por el camino mi hermana se encuentra con su amiga, que me recuerda un poco a otra persona.
Luego mi hermana intuye que mi primo seguramente se irá de putas esta noche para consolarse.

Al día siguiente volvemos a su casa para ver cómo está, lo encontramos vestido con una bata y desayunando en el salón con una puta. Es una mujer joven, aunque su piel tiene cierto aspecto curtido, no vieja pero sí muy sobada. Su piel tiene un color ligeramente anaranjado y se ve cubierta por una fina capa de grasa que hace que tenga una tersura y un brillo mayores de lo habitual, lo cual le da un aspecto barnizado que a primera vista parece atractivo o saludable (pero que es como un cuero al que la roña y el tute han 'pulido' de tal guisa).

Otra peculiaridad de esta persona se halla en sus pechos, que tienen ambos dos profundos cortes transversales que los dividen en cuatro partes iguales (como quien corta una tarta). Los cortes parecen muy antiguos pues están perfectamente cicatrizados y con piel. Pero aun así la marca es muy profunda y ancha y la carne en esa zona tiene un aspecto irregular. Lo que hace que la visión de sus pechos resulte perturbadora, desagradable, inquietante, extraña, porque uno se pregunta qué se debe sentir al tocarlos y cosas así.

Mi primo está incomodo de que lo hayamos descubierto con una compañía tan comprometedora y no quiere que le juzguemos por ello.
Mi hermana confiesa que ya lo sabía desde hace tiempo. A mí me parece más o menos bien pero creo que hay algo que no entiendo, noto que ellos no me explican casi nada. Resulta que hace mucho tiempo que mantienen esta relación.
Entonces miro sorprendido a la puta y los demás se quejan, temen mi mirada pues con ella veo dentro de la gente y ellos no pueden ver en mí y eso les fastidia un poco. La puta se levanta y se aleja ligeramente. La sigo y empiezo a preguntarle cosas para comprender y comprobar hasta qué punto tiene sentido su relación.
Parece ser que se aman sincera y profundamente, le pregunto de qué trabajaría si abandonara su profesión, me dice que bailando o de camarera (o algo así). No me parece muy brillante pero tampoco me molesta.

Entonces acude mi primo y me lleva a otra parte, me quiere enseñar unos retratos de ella que ha ido haciendo durante cada ocasión en que se encontraban. Ahora resulta que también dibuja. 'Estás lleno de sorpresas' le digo.

Ahora su casa ha cambiado, sigue siendo un tercer piso pero la disposición recuerda a una iglesia. La planta es rectangular y consiste en una gran nave central, ocupada en su mayor parte por un mueble muy grande. El mueble es de madera oscura y se eleva solemne e imponente hasta el (ahora amplio y lejano) techo. Entre sus laterales y las paredes apenas quedan sendos estrechos y sombríos pasillos, que llevan del recibidor de la entrada al vacío salón del fondo que es donde se congrega la gente para rezar y tal.

Los laterales de dicho firme y robusto mueble, decorado con gruesos ornamentos recargados, labrados en su madera, contienen en sus estantes una colección de libros muy especial.
Se trata de volúmenes enormes (de 1 x 0,8 x 0,2 metros como mínimo) sobre artistas muy prestigiosos, llenos de reproducciones a toda página de sus obras. Muchos son ejemplares únicos y están impresos con tintas especiales, letras de oro, etc.
Pienso en el tremendo valor económico de esa colección y más aún en su enorme valor artístico y cultural. Me muero de ganas por coger uno y verlo por dentro.

En la cara frontal del mueble siempre hay uno de esos libros expuesto, mostrando su portada, a modo de altar, frente al que se reúne la gente para admirarlo y sublimarse (o dar gracias o algo así).
Cada cierto tiempo un mecanismo interno cambia el libro cuya portada se muestra, a modo de retablo.
Repaso con más detenimiento los lomos de los libros, con el nombre del autor al que está dedicado cada uno. Son nombres muy especiales para mí, salen tantos de los que más me interesan que es casi mi lista ideal.
También hay en otros estantes multitud de juguetes antiguos, valiosos por inencontrables hoy en día y atractivos como curiosidad del pasado reciente. Todos están perfectamente envueltos en sus plásticos transparentes, la mayoría son naves espaciales, tiburones o cosas así. Casi todos de plástico gris o azul grisáceo. Lo que resulta un poco molesto es la fina capa de polvo que lo cubre todo y que no permite disfrutar con claridad de los detalles, además como la mayor parte de las cosas no se puede tocar es un poco frustrante.

Mi primo desea privacidad para poder mostrarme sus dibujos pero como ha llegado la gente para la 'misa' de la mañana resulta un poco difícil, así que empieza a despachar amablemente a todos.
Algunos remolones se quedan disimulando, yo me quedo con tres o cuatro que están frente al altar. Entonces mi primo desde uno de los pasillos acciona un mecanismo que despliega unas puertas hechas de láminas de madera que cierran los pasillos y aíslan la zona del altar del resto de la casa. Lo malo es que no he entendido su intención y yo me he quedado en el lado del altar y él en el otro lado.

Lo curioso del mecanismo es que, una vez cerradas las puertas, sigue desplegando otra barrera parecida, aunque de menor grosor, justo por delante de ellas. Y como lo van haciendo lentamente, me pongo entremedio para mirar su funcionamiento. Entonces deduzco que mientras la barrera-persiana no topa con una pared no se detiene y se me ocurre un experimento curioso.
Abro una ventana y dirijo hacia ella la barrera que sigue desplegándose. Así sale por ella y sigue creciendo lentamente. Los demás tipos miran eso divertidos y sorprendidos. La persiana alcanza el edificio de enfrente. Llega a una azotea donde un vecino gordo desayuna, lo fastidiamos un poco moviendo su mesa con la persiana y luego dejamos que siga creciendo por encima del edificio.

La persiana llega hasta un terraplén soleado, elevado, donde unos niños juegan vestidos elegantemente. Un poco más al fondo hay una iglesia. Saludo a los niños como si estuviera en la punta de la persiana, luego hago que retroceda y dejo que caiga hacia abajo.
Llega hasta el suelo de la calle y deja de crecer.
Se me ocurre que podemos descender fácilmente por ella, para luego subir por el ascensor y sorprender a mi primo. Explico el plan a los demás y bajo el primero. Cuando llego al suelo noto que la persiana comienza lentamente a replegarse, aviso a los de arriba para que se den prisa.
La siguiente en bajar es una chica que me gusta, pero no se atreve a soltarse, a saltar al suelo. Duda, y como la persiana sigue retrocediendo, cada vez lo tiene más difícil. No me espero a que baje, me dirijo hacia la entrada del piso. Allí veo a mi primo despidiéndose de uno de los visitantes. Se sorprende al verme, se lo explico. Subimos en el ascensor, tiene un ojo encharcado de sangre.
Me dice que tiene miedo, que está enamorado a tope. 'Te comprendo, a mí me pasa lo mismo', le digo.