En la primera guerra mundial todos los países, todos, tenían la obligatoria obligación de participar como participantes.
A los que se les ocurrió la ocurrencia de hacer una grandiosa gran guerra guerrera, inmunda, mundanal y planetaria con todo el mundo, pronto enseguida les pareció bien el parecer de que había que imponer un poco de orden impuesto y ordenado, porque si no iba a ser un lío de esos que no te aclaras. Por eso decidieron decisos la decisión de montar turnos para que los países guerrearan la guerra a su debido turno.
Hicieron una lista hacendosa hecha con los listos países listados y repartieron las fechas fechadas, fechando por turnos los turnos oportunos. También decidían además con quién te tocaba pelear la pelea. Lo más normal, normalmente, era luchar la lucha luchando vecino contra vecino, entre vecinos, para no tener que irse muy lejos, porque si no la guerra sale muy cara y muy costosa.
Total, en suma, que los países iban entrando conflictivamente en conflicto a su debido tiempo y por los belicosos campos de batalla siempre había algún historiado historiador o alguna erúdita eminencia (algún entendido, para entendernos), anotando para apuntar quién había ganado la victoria.
Eso era importantemente importante, porque si haces una guerra es para saber quién es el más mejor y así luego puedes hacer lo que te da la gana haciendo lo que te apetece y todos te hacen caso y te dejan en paz tranquilo a tus anchas.
El caso es que cuando llegó el turno de Gunildia versus Pelarna era un lluvioso martes y 13 y estaba lloviendo copiosamente bastante, así que se reunieron en una reunión y decidieron la decisión de aplazar el plazo del enfrentamiento frente a frente (más que nada porque, más que nada, los gunildianos son algo bastante supersticiosos y los pelarnos son también un poco muy suyos, así que...)
Lo que pasa es que les costó una tremenda barbaridad enorme ponerse de acuerdo en ponerse de acuerdo en la fecha para quedar.
Tenían sus complicadas agendas un poco complicadas, cuando podía uno no podía el otro y cuando podía el otro no podía el uno y así. Se pasaron el rato pasando el rato hasta que el rato se quedó pasado.
Al final, finalmente, por una cosa y por otra, acordaron que se acordarían de encontrarse el 7 de agosto de 1991, sábado, a las 7 de la mañana para ser más exactamente exactos.
Y así quedó fijado el plazo del aplazamiento y de esta forma, de tal manera, terminó la conclusión de la primerísima primera guerra mundial y los historiados historiadores anotaron diligentes y aplicados todos los resultados en sus cuadernos de notas (forrados y plastificados). Resultados resultantes de todos los encontrados encuentros efectuados menos ese faltante que faltaba y que tuvieron que dejar en blanco, vacío, aunque no les hiciera de gracia ni mucha ni poca sino ninguna.
Al poco tiempo los países (ya paisanos), que se habían quedado con más ganas de más, montaron por segunda vez una segunda guerra mundialmente mundial y sí, esta vez sí, todo salió como manda dios que salga todo. Daba gusto y gozo ver los batallantes campos de batalla, agrestes y rebosantes a rebosar de cadavéricos cadáveres, desmembrados miembros ('desmembranados', como dicen los de allende), esparcidos restos, manchados de sangrientas manchas de sangre, dispersos por todos los lados y todo eso. De nuevo, nuevamente, todo eficaz y detalladamente anotado y registrado por los eficientes y detallistas historiadores, cuyas rigurosas y minuciosas anotaciones registradas eran la sensacional sensación de los elegantes salones galantes de la altiva alta sociedad (sobre todo las de un tal Gila).
Y finalmente por fin llegó el 7 de agosto del 91, un caluroso día que hacía un poco de calor, pero aun así los dispuestos países rivales estaban ya listos en sus puestos para encontrarse y enfrentarse. Lo que pasa es que ya estaban un poco bastante 'pasados' (más arrugados que unas pasas), se habían vuelto mayormente mayores y daba grimosa grima verlos, su tosca presencia desentonaba con el panorama (pues no estaban en la toscana). Era una lastimosa lástima y una penosa pena el aspecto que presentaban. Verdaderamente daban un triste y lamentable espectáculo, la verdad. Así que, en esas condiciones, no eran condiciones de ponerse a batallar ninguna batalla así como así. Aun así llegaron a un pacto pactado por el que pactaban que dejarían en herencia a sus herederos aquel pendiente enfrentamiento pendiente, que habrían de realizar los dichosos susodichos (desdichados) de una vez por todas en cuanto llegaran a la edad adecuada y pudieran hacerlo de una vez por todas adecuadamente.
Cosa que no hizo gracia ni alguna ni ninguna, o sea muy poca, a los historiantes historiadores, porque la cosa ya se estaba demorando más de la cuenta ya que el emplazamiento del enfrentamiento se estaba demorando más de lo esperado y tanta espera prorrogada y prolongada se hacía ya interminable e inaguantable. Y es que un aplazamiento que no se acaba nunca acaba con la paciencia de cualquiera, por mucha paciencia que tenga quien sea, porque una cosa es una cosa y otra es otra y no es plan andar por la vida así en estas condiciones, con emplazamientos continuamente aplazados y cosas así, como si tal cosa.
De esta forma, así, de esta manera, llegó el año 2000 y la solución del tema seguía sin llegar a solucionarse.
Hasta un 15 de junio en el que, sin previo aviso y por sorpresa, estalló explosivamente la guerra entre los beligerantes gunildos y los belicosos pelarnos.
Esto pilló a todos desprevenidos y los historiadores y compañía se pillaron un cabreo, cabreados por no haber sido avisados con un aviso después de tanto tiempo esperando una desalentadora espera tan inesperada, intempestiva y desesperante.
Y es que no hay derecho, las cosas hay que hacerlas bien hechas y no rápido y a lo loco, con prisas locas. Además que no es plan andar jugando con la paciencia de las gentes pacientes de buena fe que lo único que quieren únicamente es poder disfrutar del disfrute del espectacular espectáculo que tanto tiempo tardío y tardano ha tardado en llevarse a cabo, al fin y al cabo, que incluso algunos históricos historiadores han tenido tiempo de sobra para aburrirse mortalmente y hasta para morirse aburridamente con tanta espera tonta y tanto hastioso tedio (tedioso hastío) mortal.
Encima además para que ahora vayan esos y se vengan con una actuación tan bochornosa, vergonzosa y destalentada.
Bueno, pues, al final (en fin) ganó buenamente la victoria Gunildia y así por fin se pudieron completar por completo los históricos libros de historia (manualmente a mano, qué remedio) y los historiadores pudieron tomarse un descanso, y descansar sus nervios, tranquilos en la tranquilidad, de sus histriónicos nerviosismos histéricos.
Que bastante buena carga habían tenido que sufrir y aguantar sobre sus sufridos hombros (y hombreras) aguantando durante todo ese tormentoso tiempo los tempestuosos temporales.
Que la gente es muy amiga de hablar habladurías y cuchichear cuchicheos entre sí, parloteando cotilleos cual parloteantes cotillas sobre cosas que ni les van ni les vienen sino todo lo contrario.
Que fíjese usted qué poca profesionalidad profesional, qué poco respetuoso respeto por la tradición y la costumbre, dejar un hueco en blanco, faltando un dato que falta, blablabla...
Que si fíjate tú (ya hasta se tutean, tú) qué poca vergüenza que tienen los sinvergüenzas, cuánta desfachatez, qué descaro hacer algo así, un espacio vacío. Hay que ver, lo que hay que ver...
Y todo por culpa de unos insensatos ineptos, incapaces de hacer nada bien, unos irresponsables que no tienen el más mínimo sentido de la responsabilidad para ejecutar una simple y sencilla orden y cumplir con lo ordenado y terminar con el deber cumplido como se debe y no hacer estas chapuceras chapuzas de chapuceros.
Y es que si ya no hay seriedad ni respeto ni en la guerra no sé adónde vamos a ir a parar ya.