Las estrellas son unas criaturas bastante cachondas, aunque por lo general su vida es tranquila, previsible, rutinaria.
Un día, Sirio se aburría y se fue a visitar a Orión.
Hablando de todo un poco, a Sirio se le ocurrió una broma que gastarle a los humanos, así que se acercó por la noche y habló en sueños al faraón de turno de Egipto. Le dijo:
-Has de saber, oh príncipe de la creación, que en tu excelsa grandeza, tu vida sostiene la existencia del propio universo y que, cuando tú desaparezcas (los dioses te den extensa longevidad), el universo dejará a su vez de existir.
-Oh, luminoso heraldo, cruel destino me anuncias.
Qué será de mis fieles súbditos? Acaso no hay esperanza alguna?
-Solo hay una cosa que puedas hacer: Preserva tu cuerpo incorrupto el máximo tiempo que te sea posible. De esta forma el universo permanecerá sin desintegrarse por un tiempo y tu memoria será honrada y alabada por todos, pues reconocerán tu magnánima generosidad. Tu cuerpo será el templo sagrado que sostenga la creación y hasta los mismos dioses apreciarán y admirarán tu abnegada entrega.
El faraón, por supuesto, se tragó el cuento e instauró el rito de la momificación, que tuvo bastante éxito a partir de entonces.
Sirio se echó unas risas durante unos cuantos siglos y luego olvidó dónde estaba la gracia de aquella broma, así que se dedicó a otra cosa.