Digo... Un año.
Ese es el tiempo que lleva este sitio rulando por el mundo virtual.
Y para celebrarlo se me ha antojado montar un libro con todo lo que ha ido saliendo por estos lares.
La cosa es que publicarlo en condiciones me ha parecido un poco rollo y engorroso así que, de momento, he optado por el método juan-palomo y lo he preparado para que cualquier persona interesada pueda imprimirlo y montarlo en su casa sin demasiados problemas.
Así que ya sabes, si te gustan las manualidades y tienes la suficiente paciencia y constancia como para dedicar una tarde entera a algo así y no desesperar ante los imprevistos, no dudes en bajarte este archivo:
suerte.
Y si eres uno de los pocos afortunados que poseen un libro electrónico, o simplemente te apetece curiosear sin necesidad de ponerte a imprimir nada, este es el tuyo:
Gracias por tu interés y dedicación, seguimos rodando mientras haya cuerda.
(En la columna derecha, bajo el epígrafe "Dersony portable" encontrarás el enlace más actual para acceder a esto.)
29 de mayo de 2008
2 de mayo de 2008
Manual del buen nihilista
Todo es nada.
Nada es real, nada existe, nada es.
Nuestra existencia carece de propósito, pero mientras no aprendamos a reconocer y aceptar que es así seguiremos atrapados en nuestras propias creencias.
A esto se le llama quitarse el velo que tapa nuestros ojos, abrirlos ante el vacío. No hay otra cosa, es todo lo que hay.
Reconocerlo es saber apreciarlo, no hay nada que temer, todos los caminos conducen a la nada.
Lo que resulta molesto es quedarse atrapado, atascado, a medio camino, en un estado intermedio, que por definición es justamente lo que es la vida.
Por eso conviene aprender a 'vivir', a no identificarse con el ego, a no apegarse a las cosas, a la materia.
Pues todo es cambio, todo es efímero y transitorio, hay que saber moverse dentro de esta tierra de mareas, en este reino del caos aparente.
La memoria intenta poner orden, preservar y fijar lo inaprensible, los recuerdos insisten en revivir, recuperar, repetir, perpetuar lo que un día fue, el paraíso perdido, vano proyecto.
No existe el regreso, no existe el retorno, nada permanece, nada hay, nada devendrá, salvo los fantasmas que habitan nuestra mente.
Reconozcamos nuestro estado actual, reconozcamos cuáles son nuestros temores, nuestros anhelos, nuestras creencias, esperanzas, ilusiones. Las historias que nos contamos, las películas que nos montamos, todo lo que nos retiene, nos frena, nos impide avanzar, fluir, existir en armonía.
Aprendamos a desvanecernos, fundirnos, deshacernos, que la meditación nos abra, nos libere de esta pesada cáscara que portamos cual caracol atolondrado.
Crecer, madurar, evolucionar consiste en aprender a trascender, ir más allá de lo que nos rodea, atravesar las cosas, ver su esencia, lo que contienen detrás de su apariencia. Atreverse a mirar al abismo y recibir su terrible mirada.
Naturalmente al principio no es nada fácil, los primeros intentos lo llenan a uno de espanto y horror, y apenas se consigue mantener la mirada una milésima de segundo. El vértigo nos embarga por completo y nuestro ser se repliega sobre sí mismo, retrocede, se esconde (de nuevo como un caracol), cierra los ojos ante la realidad.
Por eso vivimos de una forma tan extraña e incoherente, pocos son los que se atreven a vivir de forma auténtica, valiente, consciente en este mundo de sonámbulos.
La ciega justicia es un buen ejemplo de lo perdidos y desorientados que andamos. Símbolo del estado primario en el que, aún, se desarrolla nuestra existencia.
Poco a poco podemos ir familiarizándonos con nuestra propia naturaleza, con nuestro interior, con nuestra auténtica esencia, profunda, oculta, la nada. Asimilándola, reconociéndola, aceptándola, comprendiendo lo que representa, lo que supone, lo que significa, lo que es. Amándola, haciéndonos uno con ella.
Comprensiblemente durante el proceso de acercamiento hacia ella surgirán, emergerán, aflorarán multitud de inquietudes, dudas, miedos. Todo eso proviene de nuestra inmadurez, de nuestros apegos y creencias, de nuestra cultura y educación. Construcciones inherentes o auto-inculcadas que nos han modelado, moldeado, convertido en lo que hoy somos y que ahora nos corresponde desmontar, desarticular, desactivar.
Todos los conflictos contienen una o muchas de estas trabazones y nuestra tarea consiste en saber darle solución a todas y cada una de ellas. No hay atajos, no hay trucos, no hay excepciones ni posibilidad de hacer omisiones, todo lo que no se resuelve (disuelve) vuelve una y otra vez.
Sólo tras ese proceso de liberación alcanza uno la verdadera paz, la única, la auténtica, la nada, que entonces podemos ver y apreciar en su totalidad, en su perfección, en su hermosura (la amada que aguarda con los brazos abiertos al valiente caballero que sepa llegar hasta ella en noble gesta.)
Así pues, el buen nihilista sabe, conoce y aprende el verdadero valor de las cosas y fluye por la vida en armonía, en comunión con la esencia de todo, en contacto con la nada, perfectamente equilibrado, sin perder su centro, sin dejarse arrastrar, distraer o confundir por las circunstancias, los cambios, la vida, el caos, el principio y el final de las cosas, etc.
La muerte, tal y como la concebimos, puede servirnos para ir conociendo la nada, a través de la idea de la no-existencia.
Recuerda esas noches de tu infancia en las que, justo cuando estabas a punto de dormirte te invadía como un miedo repentino, un vértigo súbito que te ponía en contacto con tu naturaleza mortal (con la muerte que, en la euforia de tu existir, habías olvidado que te aguardaba al final de tu vida). Y cómo esos pequeños momentos de angustia te llevaban a tener algún tenue vislumbre de lo que sería estar muerto, de lo que significa el vacío, la eternidad sin ti, la inmensidad inabarcable, el nunca jamás (nevermore, dijo el cuervo), lo imposible de medir, el abismo de tu no-existencia, su ausencia total de atributos.
Lógicamente estas primeras visiones nos llenan de una honda tristeza, de preguntas para las que no tenemos respuesta, de profundas dudas esenciales. Por qué vivir si luego ya no habrá nada? Por qué molestarse? Por qué, si, comparada con la eternidad del vacío infinito, nuestra existencia es una triste, minúscula e insignificante gota.
Así todos vamos viviendo albergando en nuestro interior estas cuestiones vitales, que la mayoría eluden y evitan como la peste y que algunos se atreven a meditar, reflexionar, profundizar en ellas y que, en el fondo, siempre buscan lo mismo: El sentido de la vida.
Pues bien, todo buen nihilista sabe que la vida no tiene sentido, la existencia sólo ES, nada más. No hay ninguna intención, propósito, meta ni objetivo. Nada se persigue, nada se busca, nada se pretende de ella y por supuesto no hay creador, nadie dicta el destino, no hay designios ni elevados planes ni sublimes proyectos.
Pero esto no significa que la vida sea un absurdo grotesco, una chapuza ciega y borracha, ni que podamos permitirnos el lujo de involucionar, degradarnos, convertir nuestra existencia en una vergonzosa aberración destructiva, en esta humillante parodia de 'progreso' que venimos desarrollando.
Se trata, entonces, de aprender a mirar y valorar las cosas de forma adecuada, de aprender a ver con lucidez y claridad, sin vendas ni velos, sin estúpidos prejuicios ni caducos principios, de actuar con madurez y responsabilidad hacia una realización, manifestación, construcción edificante y elevada que nos ayude a todos a vivir en un plano de existencia más digno, satisfactorio, equilibrado, armónico. O sea que no hay planes divinos que busquen nuestro crecimiento pero eso no quiere decir que tengamos que comportarnos como cerdos, es responsabilidad nuestra crecer en la dirección adecuada, ir hacia esa sublimación, sin perder el norte (cosa que ya hemos hecho, lo de perder el norte quiero decir).
Sigamos, una vez tenemos claro el funcionamiento y la dirección podemos decir que ya le hemos dado sentido a nuestra existencia y, lentamente, vamos creciendo, desprendiéndonos de todo lo que nos limita y atrapa, sin olvidarnos en ningún momento de cuidar y mantener aquellas convenciones, actitudes y costumbres que nos permiten desarrollarnos de una forma civilizada, integrada, 'humana', comprensiva y respetuosa con el entorno y con los demás.
Pues también se puede llegar a la nada a través de la destrucción total pero no parece una opción demasiado inteligente para unos seres supuestamente 'evolucionados'. Además, la calidad, la forma, el modo en que uno llega a la meta determina claramente esta.
La nada es siempre la misma pero si uno no ha aprendido a llegar a ella correctamente seguirá sin alcanzarla ni comprenderla completamente, condenado a repetir el proceso una y otra vez hasta lograr pulir, trascender y liberarse de aquello que le impide alcanzarla.
Resumiendo (que esto ya se está alargando demasiado), somos un poco como una cebolla y debemos ir aprendiendo a desprendernos capa a capa de aquello que nos ancla a este plano para poder seguir creciendo, la identidad, el ego, las apariencias, la frivolidad, la superficialidad, las etiquetas, las definiciones, los deseos, los apetitos, las pulsiones, los instintos primarios, las posesiones, la ambición de poder, los apegos, la ruindad, las distinciones, las escalas de valores, la competitividad y tantas otras cosas.
Para un buen nihilista una compañía de seguros es un chiste absurdo y un plan de ahorros, una ridícula broma. El buen nihilista sabe que el valor de todo es cero, que una vida humana vale lo mismo que la de un mosquito, que el dinero es un concepto vacuo, erróneo, que 'tener' un millón es tener un millón de ceros a la izquierda.
Pretender lo contrario garantiza un continuo sufrimiento, una tortura perpetua, una pérdida tras otra.
Nada eres, nada tienes, nada puedes cambiar, salvo tu forma de ver, de comprender las cosas, el mundo, la vida.
Observa el caos con indiferencia (sin establecer diferencias) y comprensión, ama el cambio, la inestabilidad, la frágil y bullente materia en sus infinitas formas, sin juicios, sin filtros, sin categorías, de forma abierta, pura, auténtica y sincera en todos los planos y a todas las escalas. Así el vacío reconoce al vacío, la esencia toca a la esencia, la nada llega a la nada.
No hay ni bien ni mal, todo es lo mismo, los extremos conducen a los problemas, el centro es perfecto, uniforme, armonioso, la nada.
Si se hace bien, lo que nos aguarda es la paz, el equilibrio, la armonía, esa cosa que llamamos felicidad (cuyo mejor ejemplo es el buda sonriente) y que simplemente es amor, del bueno, sin endorfinas, sin adicciones, sin altibajos, sin principio ni fin, sin distinciones. Lo mismo estás vivo como estás muerto, te da igual, una vez abrazas la nada dar ese paso es tan fácil como un parpadeo.
Todo es la nada.
La nada es real, la nada existe, la nada es.
Pd: O bueno, igual me equivoco y no es así, entonces lo más probable es que el buen nihilista, a su muerte, retroceda toda la escala evolutiva y en sus próximas 800.000 vidas le toque reencarnarse en piedra. Lo cual tampoco está nada mal, bien mirado.
Nada es real, nada existe, nada es.
Nuestra existencia carece de propósito, pero mientras no aprendamos a reconocer y aceptar que es así seguiremos atrapados en nuestras propias creencias.
A esto se le llama quitarse el velo que tapa nuestros ojos, abrirlos ante el vacío. No hay otra cosa, es todo lo que hay.
Reconocerlo es saber apreciarlo, no hay nada que temer, todos los caminos conducen a la nada.
Lo que resulta molesto es quedarse atrapado, atascado, a medio camino, en un estado intermedio, que por definición es justamente lo que es la vida.
Por eso conviene aprender a 'vivir', a no identificarse con el ego, a no apegarse a las cosas, a la materia.
Pues todo es cambio, todo es efímero y transitorio, hay que saber moverse dentro de esta tierra de mareas, en este reino del caos aparente.
La memoria intenta poner orden, preservar y fijar lo inaprensible, los recuerdos insisten en revivir, recuperar, repetir, perpetuar lo que un día fue, el paraíso perdido, vano proyecto.
No existe el regreso, no existe el retorno, nada permanece, nada hay, nada devendrá, salvo los fantasmas que habitan nuestra mente.
Reconozcamos nuestro estado actual, reconozcamos cuáles son nuestros temores, nuestros anhelos, nuestras creencias, esperanzas, ilusiones. Las historias que nos contamos, las películas que nos montamos, todo lo que nos retiene, nos frena, nos impide avanzar, fluir, existir en armonía.
Aprendamos a desvanecernos, fundirnos, deshacernos, que la meditación nos abra, nos libere de esta pesada cáscara que portamos cual caracol atolondrado.
Crecer, madurar, evolucionar consiste en aprender a trascender, ir más allá de lo que nos rodea, atravesar las cosas, ver su esencia, lo que contienen detrás de su apariencia. Atreverse a mirar al abismo y recibir su terrible mirada.
Naturalmente al principio no es nada fácil, los primeros intentos lo llenan a uno de espanto y horror, y apenas se consigue mantener la mirada una milésima de segundo. El vértigo nos embarga por completo y nuestro ser se repliega sobre sí mismo, retrocede, se esconde (de nuevo como un caracol), cierra los ojos ante la realidad.
Por eso vivimos de una forma tan extraña e incoherente, pocos son los que se atreven a vivir de forma auténtica, valiente, consciente en este mundo de sonámbulos.
La ciega justicia es un buen ejemplo de lo perdidos y desorientados que andamos. Símbolo del estado primario en el que, aún, se desarrolla nuestra existencia.
Poco a poco podemos ir familiarizándonos con nuestra propia naturaleza, con nuestro interior, con nuestra auténtica esencia, profunda, oculta, la nada. Asimilándola, reconociéndola, aceptándola, comprendiendo lo que representa, lo que supone, lo que significa, lo que es. Amándola, haciéndonos uno con ella.
Comprensiblemente durante el proceso de acercamiento hacia ella surgirán, emergerán, aflorarán multitud de inquietudes, dudas, miedos. Todo eso proviene de nuestra inmadurez, de nuestros apegos y creencias, de nuestra cultura y educación. Construcciones inherentes o auto-inculcadas que nos han modelado, moldeado, convertido en lo que hoy somos y que ahora nos corresponde desmontar, desarticular, desactivar.
Todos los conflictos contienen una o muchas de estas trabazones y nuestra tarea consiste en saber darle solución a todas y cada una de ellas. No hay atajos, no hay trucos, no hay excepciones ni posibilidad de hacer omisiones, todo lo que no se resuelve (disuelve) vuelve una y otra vez.
Sólo tras ese proceso de liberación alcanza uno la verdadera paz, la única, la auténtica, la nada, que entonces podemos ver y apreciar en su totalidad, en su perfección, en su hermosura (la amada que aguarda con los brazos abiertos al valiente caballero que sepa llegar hasta ella en noble gesta.)
Así pues, el buen nihilista sabe, conoce y aprende el verdadero valor de las cosas y fluye por la vida en armonía, en comunión con la esencia de todo, en contacto con la nada, perfectamente equilibrado, sin perder su centro, sin dejarse arrastrar, distraer o confundir por las circunstancias, los cambios, la vida, el caos, el principio y el final de las cosas, etc.
La muerte, tal y como la concebimos, puede servirnos para ir conociendo la nada, a través de la idea de la no-existencia.
Recuerda esas noches de tu infancia en las que, justo cuando estabas a punto de dormirte te invadía como un miedo repentino, un vértigo súbito que te ponía en contacto con tu naturaleza mortal (con la muerte que, en la euforia de tu existir, habías olvidado que te aguardaba al final de tu vida). Y cómo esos pequeños momentos de angustia te llevaban a tener algún tenue vislumbre de lo que sería estar muerto, de lo que significa el vacío, la eternidad sin ti, la inmensidad inabarcable, el nunca jamás (nevermore, dijo el cuervo), lo imposible de medir, el abismo de tu no-existencia, su ausencia total de atributos.
Lógicamente estas primeras visiones nos llenan de una honda tristeza, de preguntas para las que no tenemos respuesta, de profundas dudas esenciales. Por qué vivir si luego ya no habrá nada? Por qué molestarse? Por qué, si, comparada con la eternidad del vacío infinito, nuestra existencia es una triste, minúscula e insignificante gota.
Así todos vamos viviendo albergando en nuestro interior estas cuestiones vitales, que la mayoría eluden y evitan como la peste y que algunos se atreven a meditar, reflexionar, profundizar en ellas y que, en el fondo, siempre buscan lo mismo: El sentido de la vida.
Pues bien, todo buen nihilista sabe que la vida no tiene sentido, la existencia sólo ES, nada más. No hay ninguna intención, propósito, meta ni objetivo. Nada se persigue, nada se busca, nada se pretende de ella y por supuesto no hay creador, nadie dicta el destino, no hay designios ni elevados planes ni sublimes proyectos.
Pero esto no significa que la vida sea un absurdo grotesco, una chapuza ciega y borracha, ni que podamos permitirnos el lujo de involucionar, degradarnos, convertir nuestra existencia en una vergonzosa aberración destructiva, en esta humillante parodia de 'progreso' que venimos desarrollando.
Se trata, entonces, de aprender a mirar y valorar las cosas de forma adecuada, de aprender a ver con lucidez y claridad, sin vendas ni velos, sin estúpidos prejuicios ni caducos principios, de actuar con madurez y responsabilidad hacia una realización, manifestación, construcción edificante y elevada que nos ayude a todos a vivir en un plano de existencia más digno, satisfactorio, equilibrado, armónico. O sea que no hay planes divinos que busquen nuestro crecimiento pero eso no quiere decir que tengamos que comportarnos como cerdos, es responsabilidad nuestra crecer en la dirección adecuada, ir hacia esa sublimación, sin perder el norte (cosa que ya hemos hecho, lo de perder el norte quiero decir).
Sigamos, una vez tenemos claro el funcionamiento y la dirección podemos decir que ya le hemos dado sentido a nuestra existencia y, lentamente, vamos creciendo, desprendiéndonos de todo lo que nos limita y atrapa, sin olvidarnos en ningún momento de cuidar y mantener aquellas convenciones, actitudes y costumbres que nos permiten desarrollarnos de una forma civilizada, integrada, 'humana', comprensiva y respetuosa con el entorno y con los demás.
Pues también se puede llegar a la nada a través de la destrucción total pero no parece una opción demasiado inteligente para unos seres supuestamente 'evolucionados'. Además, la calidad, la forma, el modo en que uno llega a la meta determina claramente esta.
La nada es siempre la misma pero si uno no ha aprendido a llegar a ella correctamente seguirá sin alcanzarla ni comprenderla completamente, condenado a repetir el proceso una y otra vez hasta lograr pulir, trascender y liberarse de aquello que le impide alcanzarla.
Resumiendo (que esto ya se está alargando demasiado), somos un poco como una cebolla y debemos ir aprendiendo a desprendernos capa a capa de aquello que nos ancla a este plano para poder seguir creciendo, la identidad, el ego, las apariencias, la frivolidad, la superficialidad, las etiquetas, las definiciones, los deseos, los apetitos, las pulsiones, los instintos primarios, las posesiones, la ambición de poder, los apegos, la ruindad, las distinciones, las escalas de valores, la competitividad y tantas otras cosas.
Para un buen nihilista una compañía de seguros es un chiste absurdo y un plan de ahorros, una ridícula broma. El buen nihilista sabe que el valor de todo es cero, que una vida humana vale lo mismo que la de un mosquito, que el dinero es un concepto vacuo, erróneo, que 'tener' un millón es tener un millón de ceros a la izquierda.
Pretender lo contrario garantiza un continuo sufrimiento, una tortura perpetua, una pérdida tras otra.
Nada eres, nada tienes, nada puedes cambiar, salvo tu forma de ver, de comprender las cosas, el mundo, la vida.
Observa el caos con indiferencia (sin establecer diferencias) y comprensión, ama el cambio, la inestabilidad, la frágil y bullente materia en sus infinitas formas, sin juicios, sin filtros, sin categorías, de forma abierta, pura, auténtica y sincera en todos los planos y a todas las escalas. Así el vacío reconoce al vacío, la esencia toca a la esencia, la nada llega a la nada.
No hay ni bien ni mal, todo es lo mismo, los extremos conducen a los problemas, el centro es perfecto, uniforme, armonioso, la nada.
Si se hace bien, lo que nos aguarda es la paz, el equilibrio, la armonía, esa cosa que llamamos felicidad (cuyo mejor ejemplo es el buda sonriente) y que simplemente es amor, del bueno, sin endorfinas, sin adicciones, sin altibajos, sin principio ni fin, sin distinciones. Lo mismo estás vivo como estás muerto, te da igual, una vez abrazas la nada dar ese paso es tan fácil como un parpadeo.
Todo es la nada.
La nada es real, la nada existe, la nada es.
Pd: O bueno, igual me equivoco y no es así, entonces lo más probable es que el buen nihilista, a su muerte, retroceda toda la escala evolutiva y en sus próximas 800.000 vidas le toque reencarnarse en piedra. Lo cual tampoco está nada mal, bien mirado.
fantasma
Soy Clín Ísvud y voy, junto con otras personas, hacia una redada para cazar a unos gánsters que se reúnen en un estadio deportivo.
Es de noche y las calles están vacías y silenciosas.
Avanzamos, atentos y concentrados, conscientes de la difícil tarea que vamos a llevar a cabo, pero con la convicción moral de hacer lo correcto.
De repente un coche dobla la esquina y se dirige hacia nosotros a toda velocidad, desde su interior unos mafiosos nos acribillan a balazos con sus ametralladoras Tómson. Todo ha sucedido tan rápido que no hemos tenido tiempo ni de reaccionar. Nuestros cuerpos inertes caen por su propio peso hacia el borde de la calzada, donde se enfrían y se mojan con la sucia agua que corre hacia las alcantarillas de los costados.
Me incorporo con dificultad, lentamente, observo mi cuerpo lleno de agujeros de bala, ahí, tumbado en el suelo, retorcido de mala manera. Me doy cuenta de que estoy muerto y de que ya no tengo cuerpo físico.
Los mafiosos se han detenido para comprobar que estamos todos muertos, los miro con curiosidad. Todos menos uno se van de nuevo en el coche, el que queda se aleja andando tranquilamente hacia su casa, lo sigo. Llega, besa a su mujer y a su hija, se ponen a cenar, yo me muevo a mis anchas por la casa, pensando, buscando la manera de vengarme.
Sin embargo, él expresa pesar y arrepentimiento, como si notase mi presencia. Intento utilizar su ordenador para delatarlo, denunciarlo, pero veo borrosas las letras del monitor. De nuevo, curiosamente, parece percibir mi deseo y me ayuda (para saldar su deuda) a escribir el mensaje que quiera. Yo no deseo que su familia se quede sin él, le dicto mi mensaje: "déjalo, ya no importa" y me voy.
A cada paso que doy me duele el hecho de estar muerto, no por no tener cuerpo sino por no haber ascendido al cielo, cada segundo de permanencia aquí abajo supone una dolorosa negación, una triste y penosa resistencia de mi voluntad a disolverse, dejarse ir, desaparecer del todo.
Vago sumido en esa etérea melancolía de fantasma solitario, de un lado a otro, sin meta, sin objetivo, sin ilusión, arrastrando mi incorpóreo cuerpo sobre la tierra, fría, indiferente, ajena, 'cruel', con los extraviados, como yo, que ya no pertenecen a este lugar.
Está amaneciendo, la luz llena aún más de patetismo mi estado actual, no hay nada más triste que verse traspasado por los rayos del sol, como si nada. Aunque, lo curioso es que un poco de sombra sí que produce mi intangible presencia, por eso si uno se fija bien puede detectar a otros como yo.
Y me acabo de dar cuenta de esto precisamente porque he ido a parar a un lugar donde se reúnen varios de ellos, espíritus vagantes, almas errantes, pobres anclados a la tierra, o llámeselos como se quiera.
Concretamente, están en el interior de un antiguo recinto industrial, normalmente abandonado, que se encuentra con sus anchas puertas metálicas abiertas, permitiendo el libre acceso a su amplia explanada amurallada que contiene las distintas naves y edificios que conforman el complejo.
Justo a la entrada del más cercano, una sencilla garita de guarda, hecha de ladrillo, vacía, se encuentra un grupo de personas vivas, una pequeña comunidad que están ahí para ayudarnos, a nosotros, a dar el paso final.
Sus gestos, su actitud, sus caras demuestran mucha humildad, bondad y comprensión hacia nuestra situación.
Esto me llena de una honda emoción, me impresiona profundamente, haciéndome sentir como un niño pequeño, torpe, delicado, avergonzado, lleno de miedo y gratitud a partes iguales.
Así pues, tras recibir unas agradables indicaciones y una cálida y paciente invitación me coloco en la fila y espero mi turno.
Veo cómo funciona el proceso, con los que están delante mío, las personas les hablan con mucha ternura, afecto y delicadeza, animándoles a asumir su destino, a dar ese paso, hasta que el espíritu en cuestión se rinde, se rompe en infinitos pedazos y asciende hacia el cielo, que se ilumina levemente al acogerlo.
Al romperse el alma se despide de sí, pues sabe que los fragmentos seguirán cada uno un destino diferente, totalmente ajeno y libre de su pasado común. Permitir esa desintegración, esa dispersión, ese desvanecerse en la nada, supone una demostración de amor supremo, especialmente difícil de alcanzar, ya que el instinto, la tendencia natural, insiste en mantener y conservar lo conocido, la persona, su identidad, su ego, que se resiste a autoaniquilarse.
Sólo a través de la comprensión y de la piedad puede ese yo, lleno de miedo, trascenderse y llegar a su esencia destilada, al ser más allá de todo vestigio de existencia. Tarea de la más elevada dificultad, pues nada obliga a ella.
El alma es inmortal en este estado de etereidad fantasmal y ningún elemento externo, excepto estas buenas gentes, requiere ni solicita nuestra ascensión.
Es un acto totalmente libre y voluntario, que requiere de gran valor y serenidad interior para poder llevarlo a cabo, ya que, en el fondo, se trata de terminar expresamente con tu propia existencia consciente.
Ideas todas estas que se me van acumulando en mi interior creándome un nudo tremendo que me llena de dolor, pena y sufrimiento por cada segundo que sigo aquí, así, ya que en realidad no tengo claro lo que quiero, ni si seré capaz o me arrepentiré o qué pasará, sólo sé que esto es cada vez peor y, con cada 'respiración', se acentúa la angustia, este dolor de corazón, este punzante pavor, este nudo de honda tristeza, pena y melancolía, este largo, amargo, adiós forzado.
Llega mi turno, avanzo, indeciso, abrumado. Una amable persona, llena de bondad y paciencia, 'posa' su mano en mi hombro y me mira con una sincera sonrisa. Algo, una sutil sensibilidad ética, reacciona en lo más profundo de mi ser y se rompe todo lo que me retenía.
Estallo en un tremendo llanto de pura gratitud, de auténtico amor y de verdadera admiración hacia ese gesto tan sencillo, tan humano y desinteresado, hacia su preciosa, hermosa, maravillosa, generosa ayuda.
Impresionado, deslumbrado, liberado de todos los pesares y penas, al fin me deshago, floto, asciendo, me disuelvo.
Me despierto con la cara bañada de lágrimas.
Es de noche y las calles están vacías y silenciosas.
Avanzamos, atentos y concentrados, conscientes de la difícil tarea que vamos a llevar a cabo, pero con la convicción moral de hacer lo correcto.
De repente un coche dobla la esquina y se dirige hacia nosotros a toda velocidad, desde su interior unos mafiosos nos acribillan a balazos con sus ametralladoras Tómson. Todo ha sucedido tan rápido que no hemos tenido tiempo ni de reaccionar. Nuestros cuerpos inertes caen por su propio peso hacia el borde de la calzada, donde se enfrían y se mojan con la sucia agua que corre hacia las alcantarillas de los costados.
Me incorporo con dificultad, lentamente, observo mi cuerpo lleno de agujeros de bala, ahí, tumbado en el suelo, retorcido de mala manera. Me doy cuenta de que estoy muerto y de que ya no tengo cuerpo físico.
Los mafiosos se han detenido para comprobar que estamos todos muertos, los miro con curiosidad. Todos menos uno se van de nuevo en el coche, el que queda se aleja andando tranquilamente hacia su casa, lo sigo. Llega, besa a su mujer y a su hija, se ponen a cenar, yo me muevo a mis anchas por la casa, pensando, buscando la manera de vengarme.
Sin embargo, él expresa pesar y arrepentimiento, como si notase mi presencia. Intento utilizar su ordenador para delatarlo, denunciarlo, pero veo borrosas las letras del monitor. De nuevo, curiosamente, parece percibir mi deseo y me ayuda (para saldar su deuda) a escribir el mensaje que quiera. Yo no deseo que su familia se quede sin él, le dicto mi mensaje: "déjalo, ya no importa" y me voy.
A cada paso que doy me duele el hecho de estar muerto, no por no tener cuerpo sino por no haber ascendido al cielo, cada segundo de permanencia aquí abajo supone una dolorosa negación, una triste y penosa resistencia de mi voluntad a disolverse, dejarse ir, desaparecer del todo.
Vago sumido en esa etérea melancolía de fantasma solitario, de un lado a otro, sin meta, sin objetivo, sin ilusión, arrastrando mi incorpóreo cuerpo sobre la tierra, fría, indiferente, ajena, 'cruel', con los extraviados, como yo, que ya no pertenecen a este lugar.
Está amaneciendo, la luz llena aún más de patetismo mi estado actual, no hay nada más triste que verse traspasado por los rayos del sol, como si nada. Aunque, lo curioso es que un poco de sombra sí que produce mi intangible presencia, por eso si uno se fija bien puede detectar a otros como yo.
Y me acabo de dar cuenta de esto precisamente porque he ido a parar a un lugar donde se reúnen varios de ellos, espíritus vagantes, almas errantes, pobres anclados a la tierra, o llámeselos como se quiera.
Concretamente, están en el interior de un antiguo recinto industrial, normalmente abandonado, que se encuentra con sus anchas puertas metálicas abiertas, permitiendo el libre acceso a su amplia explanada amurallada que contiene las distintas naves y edificios que conforman el complejo.
Justo a la entrada del más cercano, una sencilla garita de guarda, hecha de ladrillo, vacía, se encuentra un grupo de personas vivas, una pequeña comunidad que están ahí para ayudarnos, a nosotros, a dar el paso final.
Sus gestos, su actitud, sus caras demuestran mucha humildad, bondad y comprensión hacia nuestra situación.
Esto me llena de una honda emoción, me impresiona profundamente, haciéndome sentir como un niño pequeño, torpe, delicado, avergonzado, lleno de miedo y gratitud a partes iguales.
Así pues, tras recibir unas agradables indicaciones y una cálida y paciente invitación me coloco en la fila y espero mi turno.
Veo cómo funciona el proceso, con los que están delante mío, las personas les hablan con mucha ternura, afecto y delicadeza, animándoles a asumir su destino, a dar ese paso, hasta que el espíritu en cuestión se rinde, se rompe en infinitos pedazos y asciende hacia el cielo, que se ilumina levemente al acogerlo.
Al romperse el alma se despide de sí, pues sabe que los fragmentos seguirán cada uno un destino diferente, totalmente ajeno y libre de su pasado común. Permitir esa desintegración, esa dispersión, ese desvanecerse en la nada, supone una demostración de amor supremo, especialmente difícil de alcanzar, ya que el instinto, la tendencia natural, insiste en mantener y conservar lo conocido, la persona, su identidad, su ego, que se resiste a autoaniquilarse.
Sólo a través de la comprensión y de la piedad puede ese yo, lleno de miedo, trascenderse y llegar a su esencia destilada, al ser más allá de todo vestigio de existencia. Tarea de la más elevada dificultad, pues nada obliga a ella.
El alma es inmortal en este estado de etereidad fantasmal y ningún elemento externo, excepto estas buenas gentes, requiere ni solicita nuestra ascensión.
Es un acto totalmente libre y voluntario, que requiere de gran valor y serenidad interior para poder llevarlo a cabo, ya que, en el fondo, se trata de terminar expresamente con tu propia existencia consciente.
Ideas todas estas que se me van acumulando en mi interior creándome un nudo tremendo que me llena de dolor, pena y sufrimiento por cada segundo que sigo aquí, así, ya que en realidad no tengo claro lo que quiero, ni si seré capaz o me arrepentiré o qué pasará, sólo sé que esto es cada vez peor y, con cada 'respiración', se acentúa la angustia, este dolor de corazón, este punzante pavor, este nudo de honda tristeza, pena y melancolía, este largo, amargo, adiós forzado.
Llega mi turno, avanzo, indeciso, abrumado. Una amable persona, llena de bondad y paciencia, 'posa' su mano en mi hombro y me mira con una sincera sonrisa. Algo, una sutil sensibilidad ética, reacciona en lo más profundo de mi ser y se rompe todo lo que me retenía.
Estallo en un tremendo llanto de pura gratitud, de auténtico amor y de verdadera admiración hacia ese gesto tan sencillo, tan humano y desinteresado, hacia su preciosa, hermosa, maravillosa, generosa ayuda.
Impresionado, deslumbrado, liberado de todos los pesares y penas, al fin me deshago, floto, asciendo, me disuelvo.
Me despierto con la cara bañada de lágrimas.
chico chico
Oye oye,
ven ven,
mira mira,
toca toca,
pasa pasa,
saca saca,
vaya vaya,
dame dame,
coge coge,
toma toma,
bebe bebe,
come come,
chupa chupa,
así así,
sigue sigue,
espera espera,
ahora ahora,
más más,
sí sí,
vale vale,
para para,
bueno bueno,
adiós adiós.
ven ven,
mira mira,
toca toca,
pasa pasa,
saca saca,
vaya vaya,
dame dame,
coge coge,
toma toma,
bebe bebe,
come come,
chupa chupa,
así así,
sigue sigue,
espera espera,
ahora ahora,
más más,
sí sí,
vale vale,
para para,
bueno bueno,
adiós adiós.
estatua
Me encuentro en un paisaje desolado, aunque yo no estoy físicamente en él, soy un mero espectador, flotante, etéreo, intangible.
Lo que se extiende ante mi vista es un páramo lleno de ruinas, todas de aspecto y estilo parecido, no muy concreto ni definido, romano, griego o más bien genérico. Algunas columnas, algunas estatuas misteriosas, algún trozo de muro o muralla y unos pocos edificios inquietantes aún se mantienen en pie.
El resto está tan lleno de cascotes y escombros que más que una ciudad derruida se diría que esto es una especie de cementerio, un vertedero al que han ido a parar todos los vestigios del pasado.
Sin embargo, la impresión que causa no es de amontonamiento sino de enorme ciudad devastada por continuos y terribles enfrentamientos, invasiones, tormentos.
Así a primera vista se podría definir el lugar como las tierras del cielo y del infierno, pero enseguida se ve que no encaja del todo, pues ciertos matices en el ambiente y la asolación general que lo cubre todo me llevan a intuir que aquí no hay nadie bueno, que todos son por naturaleza malos o más malos.
Por esto, si tuviera que ponerle algún nombre a este espacio sería el de las tierras de la muerte y del horror. Aunque no tiene la menor importancia el nombre que le queramos dar. Parece superfluo e innecesario ante la propia realidad y tangibilidad del paraje. Que parece completamente despoblado y silencioso.
Incluso las nubes, densas, grises, bajas, parecen estar congeladas en el cielo. La tenue luz que se filtra a través de ellas le da a todo un aspecto uniforme, gris, apagado, aunque no por ello difuso ni oscuro.
Curiosamente la ausencia de grandes contrastes de luz y sombra hace que los contornos de las ruinas se vean con mayor nitidez, hasta más lejos de lo que sería habitual (un poco como después de una tormenta, cuando el aire está limpio y se ven las cosas más claras), con precisión, los volúmenes mejor definidos, como si esa neutra luz permitiera percibir las cosas de una forma más directa, despojada de artificios y distracciones.
Así pues, bajo esa luz uno tiene la sensación de encontrarse muy próximo, cercano, a la auténtica esencia de las cosas, que se ven crudas, sencillas, puras, desnudas. A todo esto se le debe añadir la profunda quietud que domina toda la escena, que parece llevar de esta forma toda una eternidad.
Lo cual me transmite un sosiego muy especial, una serena tranquilidad que no sería lo que uno se esperaría de un lugar semejante, ya que en el fondo no desaparece la otra sensación de siniestra oscuridad que contienen e implican todas esas ruinas.
Volviendo al principio, al fijarme bien veo que una pequeña senda tortuosa recorre ese mar de escombros y deshechos y que justamente por ella vienen un par de individuos (yo no diría humanos, más bien parecen ogros, orcos o algo así) de aspecto cochambroso y maligno. Portan un saco grande, se dirigen hacia una estatua milagrosamente entera que se encuentra cerca, a mi lado.
Actúan con rapidez, enseguida la tapan con el saco e intentan inmovilizarla, pues parece ser que está viva. Ponen especial cuidado en que no se salgan sus alas del saco, pues si no se les escaparía.
Tras mucho forcejear logran atarla y se marchan cargando con ella.
Se dirigen hacia uno de los pocos edificios que siguen en pie, del que emanan sensaciones no muy halagüeñas. En su interior se encuentra otra estatua, de proporciones gigantescas y de presencia amedrentadora.
Los dos secuaces depositan su captura ante ella y los tres se ríen cruelmente viendo cómo forcejea en el saco la asustada estatua.
Hasta que se aflojan las ataduras y logra desembarazarse del saco. Entonces echa a volar, mueve sus alas de forma rudimentaria, como con articulación limitada (a lo Harryhausen), alcanzando escasa altura. Lo cual ya es bastante para una estatua de piedra.
Los otros, enfadados, intentan capturarla, atraparla de nuevo (para hacer con ella no se sabe qué macabros divertimentos y destrucciones), mientras la asustada estatua vuela tan rápido como puede, de un lado a otro, buscando una escapatoria. Enseguida localiza una pequeña abertura en uno de los muros y se introduce en ella.
La estatua gigante se enfurece y sus espantosos pasos retumban terriblemente desde el interior del pequeño refugio improvisado. Por suerte el acceso es demasiado pequeño para la estatua gigante y queda fuera del alcance de sus esbirros. Aun así el terror y la desesperación no abandonan a la estatua alada, que se sabe en muy mala situación.
Cuando logra calmarse un poco inspecciona el oscuro túnel en el que se encuentra, enseguida llega a lo que parece ser una tubería, llena de un agua oscura y fría, nada tranquilizadora.
Con mucho miedo y recelo la estatua se introduce en ella, le cubre hasta la cintura, y avanza hacia uno de los lados, por donde entra algo de luz.
Llega hasta una salida que da al aire libre pero que está custodiada por dos centinelas temibles, listos para atraparla en cuanto asome por allí. Retrocede para explorar adónde conduce el otro extremo.
Se topa con uno de los secuaces (la estatua gigante ha debido de ayudarle a alcanzar la abertura), pelean, la estatua logra partirle el pescuezo con facilidad. Sigue avanzando, cada vez está más oscuro, de repente una boca enorme, como de un cocodrilo o algo así, emerge del agua y atrapa a la estatua, llevándosela consigo, arrastrándola a las profundidades, mientras las burbujas se van deshaciendo y la superficie del agua va recuperando su calma.
Lo que se extiende ante mi vista es un páramo lleno de ruinas, todas de aspecto y estilo parecido, no muy concreto ni definido, romano, griego o más bien genérico. Algunas columnas, algunas estatuas misteriosas, algún trozo de muro o muralla y unos pocos edificios inquietantes aún se mantienen en pie.
El resto está tan lleno de cascotes y escombros que más que una ciudad derruida se diría que esto es una especie de cementerio, un vertedero al que han ido a parar todos los vestigios del pasado.
Sin embargo, la impresión que causa no es de amontonamiento sino de enorme ciudad devastada por continuos y terribles enfrentamientos, invasiones, tormentos.
Así a primera vista se podría definir el lugar como las tierras del cielo y del infierno, pero enseguida se ve que no encaja del todo, pues ciertos matices en el ambiente y la asolación general que lo cubre todo me llevan a intuir que aquí no hay nadie bueno, que todos son por naturaleza malos o más malos.
Por esto, si tuviera que ponerle algún nombre a este espacio sería el de las tierras de la muerte y del horror. Aunque no tiene la menor importancia el nombre que le queramos dar. Parece superfluo e innecesario ante la propia realidad y tangibilidad del paraje. Que parece completamente despoblado y silencioso.
Incluso las nubes, densas, grises, bajas, parecen estar congeladas en el cielo. La tenue luz que se filtra a través de ellas le da a todo un aspecto uniforme, gris, apagado, aunque no por ello difuso ni oscuro.
Curiosamente la ausencia de grandes contrastes de luz y sombra hace que los contornos de las ruinas se vean con mayor nitidez, hasta más lejos de lo que sería habitual (un poco como después de una tormenta, cuando el aire está limpio y se ven las cosas más claras), con precisión, los volúmenes mejor definidos, como si esa neutra luz permitiera percibir las cosas de una forma más directa, despojada de artificios y distracciones.
Así pues, bajo esa luz uno tiene la sensación de encontrarse muy próximo, cercano, a la auténtica esencia de las cosas, que se ven crudas, sencillas, puras, desnudas. A todo esto se le debe añadir la profunda quietud que domina toda la escena, que parece llevar de esta forma toda una eternidad.
Lo cual me transmite un sosiego muy especial, una serena tranquilidad que no sería lo que uno se esperaría de un lugar semejante, ya que en el fondo no desaparece la otra sensación de siniestra oscuridad que contienen e implican todas esas ruinas.
Volviendo al principio, al fijarme bien veo que una pequeña senda tortuosa recorre ese mar de escombros y deshechos y que justamente por ella vienen un par de individuos (yo no diría humanos, más bien parecen ogros, orcos o algo así) de aspecto cochambroso y maligno. Portan un saco grande, se dirigen hacia una estatua milagrosamente entera que se encuentra cerca, a mi lado.
Actúan con rapidez, enseguida la tapan con el saco e intentan inmovilizarla, pues parece ser que está viva. Ponen especial cuidado en que no se salgan sus alas del saco, pues si no se les escaparía.
Tras mucho forcejear logran atarla y se marchan cargando con ella.
Se dirigen hacia uno de los pocos edificios que siguen en pie, del que emanan sensaciones no muy halagüeñas. En su interior se encuentra otra estatua, de proporciones gigantescas y de presencia amedrentadora.
Los dos secuaces depositan su captura ante ella y los tres se ríen cruelmente viendo cómo forcejea en el saco la asustada estatua.
Hasta que se aflojan las ataduras y logra desembarazarse del saco. Entonces echa a volar, mueve sus alas de forma rudimentaria, como con articulación limitada (a lo Harryhausen), alcanzando escasa altura. Lo cual ya es bastante para una estatua de piedra.
Los otros, enfadados, intentan capturarla, atraparla de nuevo (para hacer con ella no se sabe qué macabros divertimentos y destrucciones), mientras la asustada estatua vuela tan rápido como puede, de un lado a otro, buscando una escapatoria. Enseguida localiza una pequeña abertura en uno de los muros y se introduce en ella.
La estatua gigante se enfurece y sus espantosos pasos retumban terriblemente desde el interior del pequeño refugio improvisado. Por suerte el acceso es demasiado pequeño para la estatua gigante y queda fuera del alcance de sus esbirros. Aun así el terror y la desesperación no abandonan a la estatua alada, que se sabe en muy mala situación.
Cuando logra calmarse un poco inspecciona el oscuro túnel en el que se encuentra, enseguida llega a lo que parece ser una tubería, llena de un agua oscura y fría, nada tranquilizadora.
Con mucho miedo y recelo la estatua se introduce en ella, le cubre hasta la cintura, y avanza hacia uno de los lados, por donde entra algo de luz.
Llega hasta una salida que da al aire libre pero que está custodiada por dos centinelas temibles, listos para atraparla en cuanto asome por allí. Retrocede para explorar adónde conduce el otro extremo.
Se topa con uno de los secuaces (la estatua gigante ha debido de ayudarle a alcanzar la abertura), pelean, la estatua logra partirle el pescuezo con facilidad. Sigue avanzando, cada vez está más oscuro, de repente una boca enorme, como de un cocodrilo o algo así, emerge del agua y atrapa a la estatua, llevándosela consigo, arrastrándola a las profundidades, mientras las burbujas se van deshaciendo y la superficie del agua va recuperando su calma.
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