El diálogo resulta imposible cuando tu interlocutor es presa del miedo.
Una persona atemorizada, no piensa.
De sobra es sabido que, ante la amenaza, nuestro cuerpo está diseñado para luchar o huir.
El problema es cuando ese automatismo se convierte en algo tan frecuente y habitual, que tus capacidades cognitivas quedan mermadas, atrofiadas, malogradas.
El sistema imperante es perverso porque incentiva precisamente esto.
Quiere convertir al ser humano en un dócil consumidor, sumiso y previsible.
Un borreguito fácil de manejar.
Por eso los medios de comunicación se han convertido en armas bombardeadoras de propaganda.
Hay que lavarle el coco a la chusma, para que avance por el camino que se le marca.
El discurso oficial es descaradamente capcioso, y tiránico se impone mediante chanchullos y amaños.
Crecer sumergido en ese constante embuste ponzoñoso, te deja pocas oportunidades de despertar.
La educación se ha convertido en una fábrica de autómatas.
Te inculcan a machamartillo las ideologías y los dogmas que deberás acatar.
Muy pocos se zafan de esa trituradora.
Por eso la sociedad actual se compone de zombis ineptos, engullidores de consignas disparatadas.
Carecen de raciocinio, carecen de inteligencia, carecen de imaginación.
Son un pedazo de carne con ojos.
El esclavo total.
Es muy triste ver cómo se prestan a su propio exterminio.
Uno quisiera gritarles cuatro verdades bien alto, para arrancarles las telarañas que plagan sus sesos.
Pero es vano empeño.
Quien rehúsa razonar, se suma a la sandez predominante.
Quien no quiere pensar por sí mismo, se escuda en memos pretextos.
Hoy por hoy, la excusa más frecuente es la de delegar en terceros.
O sea: La falacia del especialista.
El pardillo presupone que el estudioso está haciendo bien su trabajo.
Toma la negligente postura de dar por buenas las conclusiones de aquél, sin revisarlas.
Y ahí está el problema.
Las palabras de un presunto conocedor pueden ser verdaderas o falsas, acertadas o erróneas, sinceras o taimadas.
Para examinar su validez, uno debe evaluar directamente aquello sobre lo que tratan.
No hay atajos para esto, no hay aprendizaje si falta una reflexión verdadera y de primera mano.
El conocimiento no te lo darán las palabras de otros, sino tu propia investigación.
No es lo mismo estudiar la realidad, que estudiar unas palabras que supuestamente describen la realidad.
Quien solo trata con espejismos, cosecha delirios.
La verdad no es asimilable desde un apartado parapeto.
El saber no es una papilla para bebitos.
La inercia del desinterés no conduce al discernimiento.
La desidia llama a la bazofia.
Para conocer hay que poner atención, pasión, dedicación.
Las palabras de terceros pueden servir de ejemplo y estímulo, pero nada más.
No existe una pasiva modalidad comodona de labrar tu lucidez.
Tu deber es comprobar y comprender las cualidades y correlaciones de la vida, sus fundamentos y sus procedimientos.
Lo interesante de la verdad es que permite múltiples vías de constatación.
Algunas más toscas y tontas y otras más refinadas y sutiles.
La verdad es un rico y tupido tapiz, y es una bella labor el ir descubriendo su precioso diseño y la magnífica interconexión de todas sus partes.
Hay una correlación entre el significado que eres capaz de reconocer y los métodos de los que te sirves para ello.
Sin escrúpulo, solo hay perdición; sin tiento, se va al desastre.
Cuanto más acertado es tu conocimiento, más adecuado es tu proceder.
La sabiduría no es algo accesorio y opcional.
La existencia se torna sublime o pesadillesca según sepas orientarte atinadamente o no en sus coordenadas.
En lo óptimo hay versatilidad y bondad.
Solo quien tiene una clara noción trascendental sobre la existencia, sabe conducirse en todo momento con la justa mesura y prudencia.
Con el debido respeto a lo esencial, a lo sagrado.
Por otra parte, los burdos se enfrascan en desatinos brutales.
Participan en dinámicas dañinas y suicidas.
En cuenta de ganar en sensatez, se degeneran.
No saben sopesar ni calibrar.
Solo admiten aquello en lo que han sido adoctrinados.
Es la fe del ignorante.
Dan por certero lo que les dicen quienes dicen saber.
Tal cual, sin cuestionarse nada.
Es que eso de hacerse preguntas es un incordio y una pesadez.
El necio vocacional, peca de ingenuo y de simplista.
Adopta una lógica defectuosa, basada en falaces axiomas jamás verificados.
En su mente no cabe la posibilidad de que aquellos supuestos expertos en los que está confiando puedan estar engañándole.
No se lo puede ni remotamente figurar.
Esa carencia absoluta de imaginación, evidencia su ausencia de inteligencia.
Un ser de nula conciencia, es como un burro con orejeras; va a puro castigos y premios.
No comprende ni distingue el rumbo que lleva, ni las consecuencias de sus acciones y omisiones.
Vive en un constante accidente.
Nada ve venir, nada sabe gestionar ni solventar por sí mismo.
Resulta facilísimo timarlo con cualquier cuento.
Es el pelele perfecto, siempre dispuesto a ser manipulado por otros.
Para alguien tan ciego, la corrupción de las jerarquías y de los estamentos es un mero mito inocuo y arcaico.
Ponerse a analizar verdaderamente la realidad, le supondría agotador esfuerzo y voluntad.
Total para qué, mejor no calentarse los cascos.
Y así estamos.