Todos los objetos y bienes de consumo están absurda y caóticamente tirados por los suelos, inutilizados.
La cantidad de trastos esparcidos es tal, que resulta imposible circular con ningún vehículo.
Además, toda criatura viviente ha sido semi-engullida por los pavimentos.
La mayoría ya ha fallecido, otros están en ello y algunos mantienen resignado temple y cordura a pesar de hallarse casi plenamente sepultados, cosa que causa un contraste grotesco y chocante.
Solo unas pocas personas parecemos habernos librado de semejante espantoso destino.
El panorama es atroz y desolador, por todas partes asoman porciones y segmentos corporales, con signos vitales o con terrible inertitud.
El aire empieza a oler sutilmente a cadáver y descomposición.
Es nefasto avanzar por entre ese sólido mar salpicado de cachos fatídicos.
Y lo peor de todo es no saber la causa de ese horror ni la razón de nuestra excepción.
Esa incertidumbre nos hace debatirnos entre la esperanza y el pánico.
Queremos creer que exista algún posible remedio o solución, pero al mismo tiempo tememos que nuestra zozobra es inminente e inexorable.