Estoy en mi pueblo, después de haber pasado una larga época fuera.
Lleno de la ilusión del retorno y de sensación de reencuentro.
Ayudo con los preparativos de una celebración familiar importante, una graduación o boda o algo así, de una prima mía.
Mi regalo para ella, consiste en las secciones de una alta valla de reja de alambre, suficientes para establecer un perímetro de seguridad.
Parece un obsequio inusual, pero quizás significativo.
La ceremonia tendrá lugar dentro de unos pocos días, y me veo envuelto en el trajín de todo eso.
Hay varios pre-compromisos que me tienen ocupado, todos agradables. Cena con unos familiares, comida con otros, y tal y cual.
Todo preñado de acogedora amabilidad y fraternal felicidad.
En una de esas idas y venidas me topo con una amiga conocida, que reclama mi ayuda para completar una parte de su acicalamiento de cara a la inminente ceremonia de pasado mañana.
Va con un grupo de colegas suyos que muestran una alocada euforia generalizada, a la que me sumo sin caer en sus excesos pero sin ser un lastre tampoco.
El devenir de los acontecimientos se me antoja ligeramente absurdo, pero por simpatía hacia quienes me rodean sigo la corriente.
Hay una sencilla complicidad espontánea en todo esto, típica de las poblaciones pequeñas y sanas.
Parece ser que mi amiga lo que pretende es que yo le haga la manicura, cosa de la que no tengo ni idea. Aun así, ella está más que convencida de mi potencial, pericia y capacidad respecto a eso.
Llegamos a una localmente afamada peluquería, abarrotada de clientas. Mi amiga se cuela con descaro y al dueño le pide prestados varios instrumentos, necesarios para mi manual cometido.
Luego vamos a la sede de una peña importante, que es el centro neurálgico de entre lo más granado y activo del pueblo.
El recibidor interior parece estar en permanentes reformas, debidas a la ilimitada inventiva y ambición de algún genio creativo. Y en verdad que ese lugar presenta cada día algo nuevo y sorprendente en su diseño y decoración. Esto gusta a todos y los espolea en su espíritu emprendedor y sus conjuntas iniciativas.
Sin embargo, a pesar de tanto dinamismo y brío animoso, esta peña se muestra exigente y selectiva respecto a los no-socios. Para poder entrar allí conmigo, mi amiga debería rellenar bastante papeleo, pero dada su urgencia, logra posponer esa formalidad.
Parece que eso de salirse con la suya, no se le da nada mal. Casi como si fuese capaz de piratear la realidad para modificarla a su favor. Pero esto es más una sospecha que una certeza.
Ya dentro, la amplia sala central bulle de actividad. Por todas partes hay grupillos enfrascados en diversos proyectos y afanes, casi todos de carácter fabril, artesanal o cosas así.
En nuestro rincón asignado, de alguna manera cumplo con mi deber y mi amiga queda gratamente complacida con el resultado.
Luego salimos a la calle y retornamos varias veces, debido a distintos encargos y recados que nos van surgiendo.
En una de esas, tomamos un pasaje que atraviesa un edificio. Transitamos por dicho pasillo sombrío, cuyos laterales abundan en tiendas y negocios varios.
Al final de ese corredor, hay una puerta acristalada que debemos abrir para seguir a calle abierta con nuestro rumbo. Pero algo se interpone y obstaculiza nuestro camino. En una mesita cercana hay alguien sentado ojeando un periódico, y a sus pies reposa una especie de chucho extraño y grotesco.
Ese bicho grandote, está tumbado de tal manera que impide que podamos abrir la puerta.
Parece un engendro salido de otro mundo, su rostro es bastante humano pero con rasgos un tanto delirantes. Su sonrisa de dientes irregulares y salientes, da tirria y repelús.
Casi sospecho que se trata de alguien disfrazado, a modo de surreal reclamo publicitario o algo por el estilo. Pero no las tengo todas conmigo.
Para colmo, el esperpento ese se me acerca y se pone a propinarme memos mordiscos breves, altamente exasperantes.
Al poco, se transforma en un perrillo convencional y lo aparto sin más contemplaciones para abrirnos paso y salir.
Algo después, nos encontramos por la calle con varios conocidos que también van de regreso a la peña.
Conversamos y comento que lo que más me ha sorprendido del local al que nos dirigimos, es saber que en invierno queda inundado con agua del río cercano, y que aun así los socios siguen allí como si nada, cubiertos de agua hasta el pecho pero empeñados en continuar con sus actividades a pesar de todo.
Tal vez eso explica en parte su admirable vitalidad y su bravo vigor indómito, que tan contagioso resulta.
Ahora estoy de nuevo allí dentro, pero sin mi amiga. Asique me toca hacer todo su papeleo pendiente, trámite que se torna en ayudar a montar una estantería y en recoger escrupulosamente ordenadas varias herramientas y utensilios, en sus correspondientes compartimentos.
De pronto, sin solución de continuidad, ya es fin de semana por la noche y la peña se llena de gente con ganas de fiesta.
Veo a un par de antiguos conocidos, que se han convertido en solterones empedernidos. Están elegantemente acicalados y en su actitud se adivinan similares esperanzas, su respectivo anhelo de destacar favorablemente por comparación con el otro. Pero en realidad son tan semejantes entre sí, que eso parece poco probable.
También me encuentro con otro viejo amigo de la infancia, que feliz me cuenta lo que ha sido de su vida.
Resulta que se emparejó con una acróbata y se unió a su circo, haciendo de payaso durante muchos años.
Es el oficio que menos se podría esperar de él, pero me alegra su buenaventura.
Empiezo a imaginarme un posible proyecto personal: Hacer una novela gráfica que narre la vida de mi amigo.
Ya hasta visualizo alguna escena de eso, y me atrae la idea.
Luego, sigo topándome con más gente conocida y ya me despierto.