Hoy he tenido un sueño del que me he despertado con estas dos palabras, que me han motivado algunas ideas que quiero plasmar aquí.
La cosa ha empezado reflexionando sobre la miopía.
La tensión muscular tiene mucho que ver con ese defecto. Por eso hay técnicas que enseñan a relajar los ojos (método Bates, yoga ocular, etc.), que reeducan la musculatura facial, para recuperar la vista.
El caso es que, si no se corrige, esa tensión puede ir extendiendo su alcance y repercusión. Presiona y contrae la mandíbula, y llega a afectar la postura global del cuerpo.
Para estas cuestiones es muy pertinente estudiar la obra de Moshe Feldenkrais y la de Philippe E. Souchard.
El ejemplo más claro de miope extremo es el rostro de Popeye. Y esa deformación, llevada al límite resulta en la gárgola.
La gárgola es un ser grotesco, de carácter abyecto. Sirve como símbolo perfecto de las consecuencias de ir en contra de la naturaleza.
La gárgola representa el egoísmo.
Una conciencia que solo se tiene en cuenta a sí misma, no ama la vida, ni ve la profunda relación y conexión de todas las cosas. Tiene una visión somera, ruin, rastrera. Es capaz de cometer atrocidades. Nada le importa la espiritualidad ni la ecología.
Esa actitud perversa, distorsiona el ser y lo convierte en una abominación cada vez más monstruosa.
El cíngaro representa la armonía. Para ello, tomo una versión idealizada del mismo. El cíngaro entendido como hombre en comunión con la vida, libre y feliz. Sano, inocente y clarividente. Con perspicacia espiritual y ecológica.
Capaz de mirar el cielo estrellado y amar el infinito.
Capaz de mirar el medio ambiente y amar la Tierra.
Esa visión amplia, nítida y límpida, es síntoma de sensibilidad, integración y sabiduría. De virtud, autenticidad y devoción. Cualidades que solo proporciona el verdadero amor trascendental.
La energía fluye a través del cíngaro, sin nudos ni bloqueos. Tanto la energía que proviene de los cielos, como la que emana de la tierra.
El cíngaro la abraza y la irradia, con excelsa impronta. Esto es importante, la vida no quiere tubos neutros, sino manos espléndidas, artesanas de la apoteosis.
En la configuración del ser, juega un papel clave su entorno inmediato. La familia trasmite su conciencia y cultura.
Así, el buen camino tiende a perdurar, y el mal camino tiende a deteriorarse.
El abuelo vil, da lugar al padre miope, que a su vez da lugar al hijo ciego.
Esa es la secuencia lógica.
Y lo mismo pasa con cualquier otro tipo de desviación o patología.
Toda causa o motivo que lleva a una actitud o comportamiento en disonancia con la vida, tiene fatales repercusiones.
Pretender sobrevivir sin respetar la ley y esencia que posibilita y mantiene la vida, es una descabellada insensatez sin esperanza de futuro.
Las ramas taradas, encuentran su obligada consecuencia y dejan de continuar en el tiempo.
Sin embargo, el libre albedrío siempre existe.
La vida busca continua y orgánicamente el equilibrio.
Cuando una familia ha abusado o se ha descuidado de una cierta frecuencia energética, es habitual que la siguiente generación adopte la opuesta, para compensar el desvío y encaminar adecuadamente el porvenir familiar.
Hay siempre esta posibilidad y esperanza.
Sea cual sea tu punto de partida, legado y contexto, dispones de tu voluntad para elegir enfocarte hacia el verdadero crecimiento, hacia la reparación, sanación y redención.
Existir en armonía con la vida, no es ningún capricho accesorio.
De esto dependen la salud y la felicidad perdurables.
Toda civilización, tarde o temprano cosecha las consecuencias de su conducta y estilo de vida.
La salvación o la condenación.
La dicha o la calamidad.
El sistema actual, en decadencia y vías de colapso, es maléfico. Se basa en un paradigma bellaco y degradante, que busca allanar y devaluar las nociones y los sustentos de la población.
Los mezquinos, atacan lo elevado y propician lo más bajo.
Envenenados por su propia farsa, siembran hiel y cosechan ceniza.
El amor entre los dormidos, es una nefasta parodia enfermiza.
La manera en que un adulto trata con un niño, es muy reveladora.
Las gárgolas saben poco o nada del amor, sus corazones tienen más de agujero negro que de fuente de luz. Su lucidez es rudimentaria y superficial. Por eso, sus muestras de afecto son torpes y poco acertadas. La típica persona que le pide al niño que haga monerías. Y que busca ganarse su afecto mediante estímulos burdos, como quien adiestra a una mascota.
La infancia es una etapa crucial, por esto mismo. El niño rebosa de energía y potencial, pero se las tiene que ver con unos adultos más o menos despiertos, más o menos capaces de verdadera empatía y amor.
Imagina que eres un cíngaro que nace en una familia de gárgolas.
Llegar a la madurez sin perder tu esplendor, será la más difícil odisea, y lograr realizar tu potencial dentro de semejante entorno, ídem de ídem.
La convivencia implica una cierta permeabilidad. Las gárgolas chupan del corazón del cíngaro. Y el cíngaro se acoraza cual gárgola.
A veces esa interconexión resulta positiva para ambas partes, otras negativa, según el equilibrio de energías y el resto de factores intervinientes.
Por eso, las apariencias engañan. No siempre, pero sí en ocasiones.
Una contrahecha gárgola, puede esconder un verdadero cíngaro parapetado.
Y un exquisito cíngaro, puede albergar una horrenda gárgola encubierta.
Obviamente, la despierta conciencia sabe ver la esencia verdadera, asique su posible confusión o engaño son nimios.
El auténtico drama lo vive el portador de su lacra.
El egoísmo es una patética tragedia.
La conciencia que no se eleva, está condenada a malograr todos sus proyectos. Incluso sus éxitos traen poso amargo.
La falta de profundidad, la ausencia de espiritualidad, hace del amor un espejismo endeble y fugaz.
Una gárgola es un monstruo inestable, imprevisible.
Su falta de tacto, hace que sea proclive a causar daños, voluntarios o inadvertidos. Multiplica los problemas y deteriora los vínculos.
La queja y la infamia son su lenguaje cotidiano.
Al carecer de coordenadas en concordancia con la realidad, su existencia es un desvarío errático, un tormento pesadillesco.
La ignorancia lleva al sufrimiento, la ceguera proporciona accidentes, la banalidad es estéril. Pero los frívolos ríen y danzan, embriagados de nihilismo. Celebran su vacuidad, brindan por su autoaniquilación.
Tal bajeza, rechaza activamente la elevación.
Primero porque le es del todo desconocida.
Y segundo porque la elevación no puede imponerse mediante terceros.
Sin embargo, es factible desincentivar la iniquidad y promover la virtud.
Por eso el diseño de los protocolos y las estructuras de coexistencia, son claves.
Un sistema que posibilita la corrupción, está premiando el mal y produce horrores cada vez mayores y peores.
Una comunidad sostenible, cuida muy mucho el compartir y articular unos valores, principios e ideales impecables, que solo pueden resultar de una genuina conciencia plena, espiritual, despierta, elevada, integrada, responsable, consagrada.
Somos energía, y nuestra conciencia y actitud configuran la calidad de nuestra presencia y huella.
Existir implica un diálogo continuo con la vida.
Tu luz, la luz de la Tierra y la luz de las estrellas están siempre en trueque y mezcla.
La luz es más importante de lo que nos pensamos.
Mi provisional teoría al respecto, es:
Todos los planetas son estrellas en fase de formación.
Cada ser vivo es una llama que ya nunca se apaga.
Toda criatura que alguna vez ha existido en la Tierra, sigue presente en forma de fuego fatuo.
Aunque invisible a nuestros ojos, esa energía es acumulativa.
Nosotros participamos de la conciencia y calidad experiencial de todos cuantos nos han precedido, pues siguen presentes y nadamos en su magma.
Nuestra inteligencia depende de nuestra interacción con ese acervo concomitante y la congruente asimilación de su provecho.
Así, el saber de la humanidad contiene la sabiduría, asumida o latente, de todos los demás reinos y niveles.
Algunas de cuyas porciones somos capaces de reconocer, como lo que llamamos instintos primarios o mente reptil, por ejemplo.
Ojo, no hay que confundir esto con la falaz teoría de la evolución. Toda la vida tiene un mismo origen y participa de un mismo propósito, pero cada especie opera en su propio campo y con sus propias cualidades. Somos como una gran orquesta. Cada instrumento tiene su propio color y rango. Todos participamos de la armonía y melodía que estamos cocreando. Todos hablamos el mismo lenguaje musical y aprendemos unos de otros. El ser humano puede considerarse uno de los instrumentos principales, pero de ahí a creerse el director-compositor-lutier, va un abismo.
Volviendo a la luz: Cuanta más se acumula en un planeta, más se eleva su conciencia.
Cuando esa energía adquiere suficiente carga, rebosa y se manifiesta como luz visible, cada vez más brillante y abundante.
Además, tal vez los sistemas solares también son cambiantes.
El Sol ocupa la posición central hasta que otro planeta alcanza la condición de estrella y sobrepasa en tamaño o masa al astro principal.
Aunque parece más bien un fenómeno extraordinario, explicaría la existencia de sistemas con dos o más estrellas.
Si consideramos que las estrellas se componen de la información de millones de vidas, que comparten y comunican su experiencia al universo entero, queda claro que nuestra conciencia también consiste y participa de ello.
En gran medida, nuestra mente más madura y espiritual, se debe a eso.
La bondad y el silencio favorecen la escucha profunda, la comunión con las esferas más elevadas.
Y todavía hay más implicaciones, que prefiero no desarrollar de momento, para no liar demasiado la cosa.
A modo de pincelada:
La luz es imprescindible para la vida. La luz está siempre presente, incluso cuando no la vemos.
Todo emite luz, pero nuestros ojos solo ven una franja muy pequeña de esa energía.
La luz es de naturaleza absoluta, infinita y eterna.
Nuestras pobres mediciones nos llevan a engaño.
La idea material-lineal de la luz, se queda muy corta.
Lo mismo que pasa con nuestra noción del tiempo.
Percibimos linealmente una pequeña porción de una totalidad perpetua.
Deberíamos tener siempre presente que cada instante de nuestra vida queda grabado para la eternidad, sin posibilidad de ocultación o modificación.
Hacer el bien, madura y responsablemente, da paz y felicidad.
Cualquier otro amaño o chapuza, lastra y carga de pesar y traumas.
El Más Allá no es un ámbito remoto y ajeno.
La conciencia debe realizar una seria labor de reflexión para empezar a comprender y vislumbrar tales tremendos misterios.
Es fácil caer en malentendidos cuando se intenta explicar algo de esto.
Por ejemplo, lo de elevar la conciencia se refiere a estar en contacto con la parte más sutil, metafísica y esencial de la vida.
Las coordenadas arriba y abajo son solo una forma de hablar, más o menos.
En un fractal no hay ni arriba ni abajo, todo existe en el mismo plano, absolutamente interminable y sublime.
Entonces, más adecuado sería hablar de amplitud y alcance de la conciencia.
Pero, esto también se presta a confusión.
El infinito, entendido de manera lineal, lleva a fatal error.
Por eso, la visión holística es imprescindible.
Solo quien asimila la paradoja, comprende la Totalidad sagrada.
En nuestra mano está hacer de nuestra vida un círculo vicioso o virtuoso.
O lo que es lo mismo: La calidad cardinal de tu existencia, depende de la madurez de tu conciencia.
La gárgola no ve más allá de sus narices.
El cíngaro se reconoce como parte del infinito.
Y llegado de nuevo al comienzo, mejor no sigo.
Capito?