En estos días estamos presenciando, con no poco bochorno, el delirio de la pseudoindependencia, enarbolada como zanahoria y batuta por los impostores habituales, que pastorean a la caterva de mentecatos que se han tragado el cuento.
La mentira tiene las patas cortas, pero cuando capta afín audiencia, es capaz de estirarse como un chicle.
A los farsantes no les importa quedar en evidencia ante los hechos, prosiguen con su discurso paranoide enajenante.
Esto da buena prueba del oscuro empeño que mueve tal proyecto.
La manipulación es burda, y busca estafar a las mentes de poca lucidez y alcance, mediante la apelación a pulsiones irracionales.
Como si el reiterado cacareo de falacias, las dotase de pertinencia o viabilidad. Como si la amplificación y magnificación de las soflamas taimadas, confiriese autenticidad a la patraña.
Es triste contemplar semejante coro de simios aulladores, engañados por la cantinela a la que se han adscrito, soñando que van a alcanzar el paraíso como premio por las excelsas virtudes que dicen tener.
Y cierto es que en todo ser humano existe la posibilidad y el potencial de encarnar y manifestar sus mejores cualidades.
Pero no es delegando en representantes como se demuestra y realiza tan noble aspiración.
La última argucia de los falsarios, es buscar una pretendida equidistancia. Vender su postura como equivalente y equiparable.
El mal quiere que la mentira sea reconocida igual de válida que la verdad. Que el diamante de imitación, es admisible como semejante al genuino. Que la noche es idéntica al día, y que optar por una cosa u otra es mera cuestión de gustos o preferencias.
Pero no cuela.
El bien y el mal tienen cualidades total y definitivamente opuestas.
Quien no ve esto, no entiende la vida, ni remotamente.
Eso es evidente.
La vida se manifiesta físicamente, gracias a la dualidad-polaridad, pero su núcleo es solo uno: El infinito misterio de la deidad.
Ante esto, cada corazón resuena con un Sí, o con un No.
Y quien camina hacia la luz, va a la salvación.
Y quien a la tiniebla, a la perdición.
Así de fácil funciona la cosa.
En la degeneración actual, predomina la falsedad y abundan los renegados, que elijen autoengañarse mediante endebles arbitrariedades patéticas y ridículas.
Pero, amargo destino aguarda a los perdidos.
Toda acción o motivación injusta y dañina, es carga que se añade al karma.
Y esta es la consecuencia de la idiocia y de abrazar la bandera equivocada.
La aspiración de libertad es comprensible. Pero ceder el timón a bellacos, en pos de dicha meta, es una completa y necia calamidad que demuestra total ceguera.
Los canallas embaucan a los pazguatos vendiéndoles la Luna.
Qué digo la Luna? Les venden el reflejo de la Luna en el agua.
Y los bobos chapotean en su sandez, sin saber que servirán de aperitivo para los cocodrilos.
Este circo de trileros, ya estraga y estomaga.
La población reacciona como buenamente sabe o puede.
Esto ha salpicado el paisaje de banderas, y esta novedad casi se podría decir que hace bonito, en un plano meramente estético.
Lo interesante de las banderas es que contienen un mensaje.
Hay en ellas una afirmación, un enunciado, un pronunciamiento.
Y el mensaje es siempre el mismo: Yo estoy aquí.
Para algunos, 'aquí' tiene un alcance menor, y para otros, mayor.
Siendo positivos, algo es algo. Pero una respuesta incompleta, trae problemas. Una verdad podada, da cabida a la mentira. Y de ahí vienen los males.
Por eso, lo ideal sería plantar la secuencia completa de banderas:
La primera, debería mostrar tu cara.
La segunda, tu heráldica familiar.
Tercera, tu barrio o municipio.
Cuarta, comarca.
Quinta, provincia.
Sexta, región.
Séptima, país.
Octava, continente.
Novena, planeta.
Décima, sistema solar.
Undécima, galaxia.
Duodécima, universo.
Decimotercera, Dios.
El tamaño de cada una de esas banderas, debería ser ligeramente ascendente, para simbolizar la anidación que vehicula su orden.
Es interesante tratar de imaginarlas. Qué iconos representarían los ámbitos remotos? Cómo diseñarías la bandera de Dios?
Una conclusión evidente de este ejercicio, es que lo distante nos resulta abstracto y difícil de comprender.
La conciencia humana, está en el fango todavía.
Muchos ni quieren ni saben trascender lo inmediato.
Por eso el mal abunda en el mundo, y el egoísmo es atroz epidemia.
Feliz quien sea capaz de reconocerse comprendido dentro del más elevado reino, pues sabrá de la futilidad de las banderas.
Es importante procurar alcanzar esa lucidez y madurez. Despertar para acabar con la pesadilla.
Recordar lo que hemos olvidado.
La cultura moderna está enferma, y cada vez presenta síntomas más grotescos. Pero nuestros antepasados sabían bien la verdad.
Lo sagrado es imprescindible.
Sin religión, no hay ética.
Esto es importante comprenderlo bien.
Los que enarbolan la bandera del universo pero no la de Dios, poseen una deontología quizás avanzada y considerable, aunque todavía insuficiente.
Para que un ideal sea lo más perfecto posible, debe contemplar el conjunto, la totalidad de la realidad.
El paradigma cojo, pronto se topa con tesituras o casos que evidencian y ponen a prueba su precariedad. Cual embarcación con fugas en el casco, tarde o temprano zozobra.
Quien opta por un alcance parcial, equivoca la parte por el todo y yerra en su juicio.
La conciencia adquiere su noción de hogar, de acuerdo a su comprensión de la vida.
La vida tiene un diseño concreto y definido, que hace que el bien y la felicidad solo sean posibles en comunión con la verdad.
El comportamiento es armónico cuando tienes presente que aquello o aquellos con quienes interactúas forman parte, holísticamente, de ti y viceversa.
Por eso la bandera del universo tiene mérito, pero sigue siendo un sucedáneo, sobre todo cuando pretende ser la mayor posible. Presunción que trata en vano de eclipsar la verdad última.
Dios es la clave cohesiva significadora.
La visión lineal, falla por falta de eco reflectante.
No por nada el hermetismo afirma: Como es arriba, es abajo.
Solo Dios proporciona esa cualidad infinita, eterna, absoluta, fractal, holográfica, omnímoda, paradójica, metafísica, fundamental.
Por eso el amor es la ley de la vida.
Y conocer a Dios es lo que nos dota de honor, rectitud y lealtad.
Respeto y responsabilidad.
Integridad.
Dios es el eje que vertebra y equilibra, que ubica y centra. La raíz que nutre y sostiene los valores y principios, impecables y óptimos para la vida.
No hay vuelta de hoja.
Descubrir esta verdad profunda de la existencia, es deber indispensable, intransferible, interminable.
Conocer a Dios es la labor alquímica suprema.
Que empieza con el famoso: Conócete a ti mismo.
Solo quien de veras inicia y adentra tal búsqueda, comienza a comprender la paradoja local-global.
Prefiero no abundar en lo que ya he tocado en otros ensayos.
Volviendo al tema del separatismo.
Pobres, pobres desdichados alienados, aquellos que se llevan a desgracia con mentiras y patrañas, hueras y yermas.
Es obvio que el sistema actual es una farsa indignante.
Pero no serán palabrerías ni promesas las que cambien nada.
Solo cuando la población tenga suficiente conciencia, dejará de adoptar y secundar falacias y embustes, y se encaminará hacia la verdad. Entonces, y solo entonces, será posible establecer un sistema realmente justo y sostenible.
Democracia, consenso, soberanía, convivencia, fraternidad, etc, seguirán siendo utopías imposibles, hasta que no exista un compromiso hondo y verdadero para con el bien.
El bien es una noción absoluta, que requiere proximidad con Dios.
Por eso la espiritualidad es crucial.
De ahí el daño que hacen las instituciones religiosas, que usurpan y adulteran algo tan vital e íntimo.
Para ser justo, siempre hay alguna honrosa excepción personal, alguna persona excepcional que actúa como catalizador, capaz de inspirar a la automejora, comunicando luz y alimentando la pasión que ayuda a avanzar por el buen camino.
Pero las iglesias actuales, se han tornado fraudulentas sucursales parásitas, que cumplen la misma función que las azafatas de un avión.
Mantienen al pasaje controlado pero ignorante.
Establecen un adocenamiento y tutela desvirtuantes, que inculca una versión simplificada y mediatizada, de algo tan esencial para nuestro porvenir.
Cuando, el deber de todos y cada uno de nosotros es ser el piloto de nuestra propia espiritualidad.
Por seguir con el ejemplo: Nacemos con ala-delta incorporado en la espalda. Pero somos aturullados y troquelados continuamente, y así pocos logran darse permiso y tiempo para aprender a desplegar y usar tan trascendental equipamiento.
La consecuencia es dolorosa y patente.
En un mundo despiadado y profano, el mal campa a sus anchas.
Todo toma un cariz absurdo y demencial.
La relatividad y el nihilismo van de la mano.
Proliferan la falacia y el engaño.
La iniquidad emponzoña cuanto alcanza.
Y esta es la bonita danza que vienen tocando los pérfidos, para descarriar a cuantos más incautos puedan.
En estas condiciones, la tecnología es un peligroso suplemento.
Somos como un bebé jugando con una bomba, fabricada por manos ajenas con intenciones ocultas.
O despertamos nuestra inteligencia a la de ya, o el disgusto va a ser de aúpa, de cuidado, de aquí te espero.
El desmantelamiento prosigue con voracidad desquiciada, y ningún azar va a anular su guadaña, que va arañando pedacitos de nuestra alma.
El ser humano desarrolla inventos acordes a su madurez. Y hasta los avances más prometedores y versátiles, acaba utilizándolos en concordancia a su limitada altura de propósitos.
En otras palabras: Toda vileza es esclava de su propia condición.
Por vivir con una conciencia superficial y carecer de valores y principios sustanciales, la sociedad se ha atrapado en una espiral autodestructiva, en la que se desdibuja y descompone por pura vacuidad.
Esta tecnoasolación suicida, solo hay una manera de tornarla retorno a la senda serena:
Abrazando la decimotercera bandera.
PD:
Tras concluir la redacción de este ensayo, he descubierto una estupenda presentación de un libro que trata cuestiones muy parecidas a lo que aquí esbozo. Me atrevo a recomendar esa grabación y la lectura de ese libro, sin duda valioso y de provecho:
https://timefortruth.es/2017/11/21/modernidad-versus-tradicion-con-arcadio-rojo/