Pepe es un cerdo chorizo que se dedica a robar y mentir.
Lleva años y años viviendo de esta manera.
Al principio era divertido, pero luego se hace cansino.
Atrapado en una pesadilla repetitiva.
Para colmo, todos se han apuntado al juego y hacen lo mismo.
Pepe está harto y asqueado de la vida que lleva.
No tiene amigos de verdad, solo compinches y competidores.
Soporta un estrés inhumano para mantener el engaño.
Se esconde tras una máscara incómoda y opresiva.
Pepe se siente como un tiburón desgraciado, que se va desdentando.
Su club de fans ya no le llena.
Su paranoia ya no le libera de su inmundicia.
Ya no halla alivio ni justificación para su miseria.
Pepe aborrece su retorcida vileza.
Le da náusea su camino y resultado.
Ni se atreve a implorar redención.
Ningún futuro alienta su esperanza.
Para el dinosaurio, despertar es extinguirse.
Y continuar es despedazarse lentamente, en un absurdo sinsentido.
Todo el mundo odia a Pepe, incluso Pepe.
El pobre no quiere comprender.
Que no es a él como persona a quien se odia.
Sino a su abominable comportamiento dañino.
Que la puerta siempre está abierta.
Y que su ruina y condena se deben a sí mismo.
Los días están contados.
No habrá continuación de su legado.
Ni clemencia en su memoria.
Se hunde sin remedio.
Y lo que tendrá al otro lado es serio.
El ciego arderá hasta claudicar.