Intento reparar una secuencia de un corto de animación.
En él aparece un ratoncillo que se vuelve gigante, pero no se percibe la transición por algún error en la vinculación de los archivos.
Voy rastreando esto para poder subsanarlo.
Ahora el ratoncillo da paso a un gato que también se gigantiza.
Y eso da paso a unos aviones que sobrevuelan el pueblo.
Esta última escena se ha convertido en realidad.
Empezamos a huir o perseguir a esos aviones que las bajas nubes ocultan casi de continuo, pero adivinamos su posición por su rastro sonoro.
Hay en el aire como una alerta o emoción por esta incursión inesperada.
Casi tenemos el pálpito de que van a bombardearnos.
Casi podemos sentir las bombas silbando y cayendo.
Pero nada sucede luego.
No van a detonar? O han sido imaginaciones nuestras?
El caso es que hay una cierta complicidad o inquietud respecto a los pilotos de esos aeroplanos.
Como si fueran conocidos nuestros o adivináramos sus intenciones.
Por el ruido del motor se deduce que son avionetas de motor de hélice, y que están volando especialmente bajo y temerariamente despacio.
Todavía no hay contacto visual.
Seguimos callejeando a su caza.
Las tejas sobresalientes de las casas se van aproximando más y más entre sí, hasta apenas dejar resquicios de cielo sobre nosotros.
Llegamos a una plaza donde hay una maqueta que ocupa unos cuantos puñados de metros.
La maqueta reproduce exactamente el pueblo al completo, y todas las ventanas con sus respectivos cristales.
Cristales que ahora lucen negros opacos, igual que se ha vuelto de repente el cielo.
No hay estrellas ni nubes ni nada.
Hay una profunda quietud y hondo silencio.
Imponente.
Ya no se oyen los aviones.
Parece haber desaparecido una porción crucial y considerable de la vida misma.
La oscuridad es ominosa en su insondabilidad, casi estremecedora.
Solo brillan tenuemente las plantas, la vegetación, los árboles.
Con una levísima autoluminiscencia gris opaca.
Nos aproximamos a la corteza de un árbol. Mientras, alguien reflexiona en voz alta: La vida es un pasote.
Pero dicho con una enjundia de gran calado y con unas palabras que no atino a concretar ahora, pues eran más sentidas o intuidas que otra cosa.