La cosa empezó con una encuesta.
Se trataba de puntuar una pequeña lista de elementos según el orden de preferencia o prioridad en que estarías dispuesto a prescindir de cada uno de ellos.
Al analizar los resultados observaron un elevado número de personas que sacrificarían antes un brazo que internet.
Publicaron el dato en los medios como noticia curiosa.
Un creativo lo vio y se le ocurrió una idea.
Propuso un concurso basado en tal premisa.
Lo estrenaron.
Tuvo un éxito tremendo.
Se trataba de una competición por ver quién era el más rendido fanático de la red.
Su más fiel servidor, su más entregado usuario, su más valeroso defensor.
Como te puedes imaginar no faltaban candidatos ni concursantes.
A cual más zumbado.
Después de varias eliminatorias el finalista se enfrentaba a la prueba final.
Que consistía en demostrar si de verdad estaba dispuesto a perder un brazo o solo era un farol.
La recompensa a cambio consistía en un equipo y una conexión de superlujo, de por vida, con todas las garantías.
Si el concursante pronunciaba el "sí" definitivo se desataba el clímax total entre el público y las audiencias.
A continuación presenciaban la inmediata amputación de su brazo que eligiera.
Las típicas bromas de saluda por última vez con el brazo y cosas así.
Luego la inyección de anestesiar, la sierra de amputar y el láser de cauterizar.
Espectacular.
Apoteósico.
La locura total.
La tele se desquitaba así del medio que estaba acabando con ella.
El brazo se lo quedaba el programa.
Lo metían en formol y lo colocaban de adorno en el escenario.
Pronto acumularon tantos que ni sabían dónde meterlos.
Se hicieron museos a propósito para ellos.
Y vuelta a empezar con una nueva ronda.
Diversión ilimitada.
El formato del concurso se expandió por todo el mundo.
En todas partes se realizaba, con resultados similares.
Esto hizo florecer nuevos negocios, la aparición de otro nicho de mercado.
Levantó economías, estimuló una nueva era de productividad.
Aparecieron multitud de aparatos pensados y diseñados para los amputados.
Curiosamente se resistían a, y rechazaban, cualquier tipo de prótesis.
No se mostraban dispuestos a prescindir de su signo de distinción.
Estaban orgullosos de ello.
Formaban un clan fácilmente reconocible.
Es más, la sociedad tenía un comportamiento deferente para con ellos.
Una cierta distinción, admiración, condescendencia.
Una sutil disposición y subordinación de la masa para con los diferenciados.
Cosa que estos últimos no dejaron de observar y explotar, claro.
Así pues, los unibráquidos, como se les llamaba, no tardaron en ocupar los puestos más destacados.
Tanto es así que se estableció todo un culto.
Una nueva estructura, una nueva casta.
La brecha tecnológica se hizo insalvable.
De repente la humanidad estaba dividida y no se mezclaba.
Era lo más natural del mundo amputar el brazo del recién nacido cuando sus padres eran de la élite.
Luego ya ni hizo falta, directamente nacían ya así, como sus progenitores.
La élite ostentaba y mantenía sus privilegios con un control férreo, inquebrantable.
La chusma se sometía y servía a los designios de aquellos.
Los unibráquidos eran los únicos que disponían ya de internet y todos los demás avances tecnológicos.
Se las habían apañado para adueñarse y apropiarse de todo invento o cacharro relacionado con su dios supremo, la red.
La lógica era sencilla, si no estás dispuesto a sacrificar un brazo tampoco mereces disfrutar de internet.
Y así se hizo la separación de la especie.
Llegó un punto en el que ya no se ofrecía ni la oportunidad.
Bibráquidos unos, unibráquidos otros y ni una vía de comunicación.
El tiempo y los usos hizo que cada subespecie evolucionara a su modo y por su cuenta.
Los bibráquidos se animalizaron y degradaron.
Los unibráquidos mutaron en otro sentido también extraño.
Era muy curioso ver cómo su anatomía se había transformado compensando la asimetría.
Ahora su cuerpo presentaba aspecto de equis rumbosa u ocho abierto.
Me explico: El tronco se les había adelgazado y desplazado hacia el lado donde faltara el brazo.
El otro brazo que conservaban, sin embargo, se había notablemente robustecido.
La impresión global era como de lazo cortado.
La cadera como cruce central, sobre ella y bajo ella, espacio vano, a los lados, músculo y hueso.
Y el cráneo superdesarrollado.
Unos bichos raros, de todas todas.
Y más rara aún era su mente.
Su pensamiento había derivado por unos derroteros incomprensibles.
Sus credos y proyectos eran absolutamente marcianos, ajenos a este mundo y cualquier otro.
Toda la humanidad estaba pues metida en una empresa indescifrable, sin sentido, demencial.
Se dice que hasta los propios unibráquidos habían olvidado sus motivos.
Que sus mentes vagaban errantes y enajenadas sin norte ni destino, sin filtro ni criterio alguno.
Sin seso ni provecho.
Huecas, muertas, vacías.
Sorbidas.
De tal modo el ser humano se perdió y desapareció.
En esencia y espíritu.
Lo que quedaban no eran sino envoltorios vivientes.
Cáscaras con el piloto automático.
Y el caos del que se nutrían.
Y el caos que las engullía, poco a poco.
Así fue que la red conquistó la realidad y se la zampó.