28 de abril de 2011
ojos inquietos
Luisillo era fan superfan de uno de esos escritorzuelos garrapateros que escriben los libros a peso y venden mogollón. Se acababa de terminar de leer el último tochaco infumable de su ídolo y estaba extasiado. Se acostó en su cama con la mente soñadora y el corazón animado. Ojalá pudiera yo ser él, se dijo Luisillo. Y su hada madrina escuchó su deseo y le hizo unos pases con la varita mágica. Lo malo es que la tenía casi con la batería descargada y sólo le llegó para un medio hechizo. Y ni siquiera era lo que había pedido. Así que, al día siguiente, Luisillo se levantó y vio que algo raro le pasaba en los ojos, que no paraban de moverse, alocados, de un lado a otro todo el rato. Luisillo se mareaba y las pasó canutas para prepararse el desayuno. Luego, como pudo, se acercó al médico para que le vieran lo que le pasaba. Los médicos, para variar, no tenían ni repajolera idea de qué se trataba. Eso sí, le hicieron cienes y cienes de pruebas y tal. Cuando se cansaron de eso, le ofrecieron a Luisillo la posibilidad de una intervención muy arriesgada y sin garantías de éxito. Como no se le ocurría otra cosa mejor que hacer, pues accedió. Le cortaron todos los músculos oculares y ya no podía moverlos en ninguna dirección. Ahora tenía que tener mucho cuidado cuando estornudaba porque se le salían de las cuencas y se le quedaban colgando del nervio óptico. Daba mucho asco esto. También le ofrecieron el instalarle unas prótesis robóticas para que le leyeran la mente y que movieran sus ojos hacia donde él quisiera. Pero se lo pensó mejor y casi que prefería pasarse sin tanta complicación, total no tenía más que mover el cuello u orientar las pupilas con el dedillo. Lo que más le dolía a Luisillo es que ya no podía leer a su idolatrado autor con la misma facilidad y soltura que antes. Ahora iba mas lento y se cansaba pronto. Así que le perdió el gusto a esas historias, que le aburrían y le frustraban hasta casi enfadarse un poquito y todo. No se atrevía a confesárselo, pero su corazón se había llenado de un odio y rencor inexplicables hacia su amado escritorzuelo. Incluso maquinaba formas de extorsionarle u ocasionarle algún mal, en venganza, por una cuestión que ni le iba ni le venía. La mente del Luisillo estaba un poco alterada y enajenada con todo esto. Lo peor de todo era que seguía sintiendo los impulsos de los músculos seccionados, eso le ocasionaba leves tics en torno a sus ojos. Se estaba volviendo loco, no lograba centrarse en nada, se sentía atrapado en vida, reducido a una existencia anulada. Le intervinieron de nuevo y le eliminaron todo rastro de músculo tremolante. Pero Luisillo juraba y perjuraba que seguía notando algo. Lo dejaron por imposible. Se suicidó al poco, el ingrato. A todo esto, nadie había sabido encontrar una explicación a tan rara afección. De resultas que, el pase defectuoso, había conectado telepáticamente los ojos del Luisillo con la pluma del negro que escribía los libros de su admirado ídolo. Así, sus ojos eran, indirectamente, los testigos primerísimos de cuanto creaba aquel fulano. No estuvo afinada el hada, pero nada nada. Las prisas, siempre las prisas. Se ve que su sindicato hace la risa de mala manera. Si es lo que digo yo, nos come, el mercado nos come. Eso sí, como encuentre el comprobante, le pido la hoja de reclamaciones, fijo. Faltaría más, ya no puede uno ni contar una historia sin problemas, qué poca profesionalidad. Adónde vamos a llegar, madre mía.