Él era el amo(r) de su vida.
Ella lo amaba con todo su ser, totalmente entregada.
Él era su vida, lo que daba sentido a su existencia, él llenaba de significado y orden cada instante, cada momento, todos y cada uno de los días. El tiempo ya no lo marcaba el reloj, lo escribía él con su presencia, con su amor, con su maravillosa personalidad.
Y ella era la feliz, la dichosa, la afortunada protagonista de su historia juntos, de su precioso cuento de hadas.
Él la amaba apasionada, dulcemente, y ella lo colmaba de cuidados y atenciones. (Y los mimos se volvieron servicios, el cariño se hizo servidumbre y ella se convirtió en esclava de su amor. Su sierva amantísima, cuyo único fin era complacerle, procurarle gozo y bienestar. Voluntaria sumisión placentera, de gratísimo pago.)
Ella vivía para él, por él, a través de él.
Él era su luz, su faro (su falo), su alegría, su placer, el aire que respiraban sus pulmones, la sangre que corría por sus venas, el brillo que iluminaba su mirada, la sonrisa dulce, pícara, traviesa, el pulso acelerado de su corazón, las mariposas en el estómago, las cosquillas de la piel, el perfume de sus sueños, el susurro cálido en sus oídos, los besos que llenaban sus labios, el sabor del más dulce néctar, la melodía del mar, tarareada, las caricias del viento, el estremecimiento, la chispa, el gusanillo, la boca que se hace agua, el baile, la risa, el silencio que lo dice todo, la dicha, el vértigo, el deseo...
Él era su cielo, su sueño, su paraíso eterno. Pero, un día, ay, murió.
Él, murió! (Oh, drama, oh, desdicha, oh, tragedia.)
Y ese día ella quebró por dentro. Se partió en dos, su cuerpo quedó en pie pero su alma se fue con él.
El entierro fue desgarrador, sepultó su corazón junto a su amado (venerado, idolatrado).
Ella quedó apagada, desanimada, acabada, como una marioneta desarticulada.
Él había muerto, sí, pero seguía vivo en su interior.
Ha desaparecido: no volverá (No ha desaparecido: volverá, ya lo verás) No, no: está muerto (No: no está muerto) Muerto: muerto por siempre jamás (Nunca: nunca) Siempre: siempre: siempre:::
Su cabeza rondaba (rodaba) continuamente la locura, como una peonza descontrolada, mientras él (su vida, su amor, su esperanza) se arrugaba y descomponía silenciosamente en la oscuridad de su lecho eterno. Oscuridad que ella compartía con su luto perpetuo. Ya no tenía ilusión por nada, ya no tenía ánimos para nada, ya no tenía energía...
Lo había depositado todo, su amor, su dicha y vitalidad, en él, el mejor y más fiable procurador. Y lo imposible, lo impensable, lo increíble se había hecho realidad (maldita realidad). La muerte vino sin avisar y se lo arrebató de su lado, cruel, despiadada, insobornable.
Y ella lo perdió todo, lo que fue, lo que era y lo que podía ser. Su futuro, su historia, su identidad. Su vigor, su tono. Su trono, su fortaleza. Sus riquezas, su belleza. Su refugio, su cobijo. Sus proyectos, sus ideas. Sus ilusiones, sus esperanzas.
Ahora ya nada le queda, sino visitar su tumba en el cementerio.
Triste, escaso consuelo.
Allí, a su lado (tan cerca, tan lejos) se siente más sola, ante su inmensa, insoportable, clamorosa ausencia.
Y el vacío que ha dejado se le hace espantoso, palpable, doloroso, como miles de lanzas atravesándola, despedazándola.
Mas su alma descuartizada ya nada puede, sino llorar por dentro (implorar), destilando su desesperada amargura, llenándose de lágrimas hasta el borde, como una cantimplora, tratando de ahogarse en su propio sufrimiento. Y al instante ver cómo emergen de nuevo los recuerdos y revive la honda herida, que la deja seca, fría, helada, exhausta, muerta por dentro (como si un vampiro le vaciara toda su sangre de golpe), y quedar otra vez a merced de sus tormentos, intensificados por el eco de su cuerpo hueco.
Se siente lesionada, mutilada, amputada, y al otro lado de la losa yace su parte seccionada, sustraída, ajenada (como dicen los de allende), su miembro fantasma, inalcanzable, intocable, irrecuperable. Su vida, su aliento, su alimento, su apetito, su deseo, su fuego, la droga que más ansía. El alivio, el bálsamo, la cura que tanto anhela. El remedio a su sueño roto en añicos (la salida, el descanso, para esta pesadilla que no termina).
Pero ya no hay arreglo, no hay solución, el cofre está cerrado y con su llave dentro. La barrera es insalvable.
Así languidece, frente a su lápida, que ella quisiera habitar, desplomarse, sucumbir allí mismo, sustituirle, ocupar su lugar.
Ella ya no puede bregar con la vida, va a la deriva, como un alma errante, como una nave sin gobierno, como una gallina descabezada, aturdida, anulada, despistada, vacilante.
Él era su guía, su brújula, su timón, Él era su mapa, su itinerario, su destino. Su sustento.
Pobre viuda desdichada, abandonada, inconsolable, dejada a su suerte, como un trapo viejo, olvidado, tirado, gastado.
Pobre lánguida desahuciada, desvalida, desamparada.
Quién te salvará ahora? Quién te rescatará de tu desidia? Quién te protegerá de tus miedos? Quién remendará tus entresijos? Quién resolverá tus problemas? Quién vencerá tus dificultades?
La vida ríe y ella llora,
la vida bulle y ella huye,
la vida vuela y ella se hunde.
El sol brilla, la dama se esconde. El viento silba, la dama se tapa los oídos. Los pájaros bailan, la dama mira al suelo. El agua baña sus dedos, la dama arde en su infierno.
La vida rueda pero la viuda queda, anclada, atascada, cautiva.
Apresada, recluida, encerrada. Retirada, aislada en su dolor, envuelta por la bruma y la tiniebla. Abrazada a la fría piedra.
Castigada, condenada a sufrir su pena. Atada a su pasado muerto, a su dicha agotada, acabada.
A su vida, exprimida, deprimida, atrapada.
Como una presa con la pierna cazada en un cepo fiero, hiel(o).