"Sin amor no hay libertad, sino egoísmo que es el infierno."

aviso

Este blog no está recomendado para menores, así que tú mismo con tu mecanismo.

fin del aviso



2 de septiembre de 2009

10

Título: Le Petit Osama. Viñeta 1: Se ve a Osama de pequeño(ya con barba y turbante) y la mano de su madre haciendo el avioncito con la cuchara para que se coma la comida. Onomatopeya: Ñiaooo. Viñeta 2: El pequeño Osama sopla las dos velas de su tarta de cumpleaños. Onomatopeya: Fuuuh. Texto final: Una idea quiere nacer en su cerebro.

vampiros

La casa de mi abuela tiene planta rectangular, la fachada es estrecha pero luego la construcción se extiende bastante hacia el fondo. Toda la planta de calle la forma un amplio y oscuro garaje. El suelo es de cemento basto. Las paredes están sucias y sobre ellas se apoyan y apilan multitud de objetos viejos, mugrientos, carcomidos, oxidados.

Una gruesa capa de polvo lo cubre todo y no faltan las telarañas y todo tipo de rastros e indicios de vida insectil y animal. El techo muestra la obra desnuda, las tuberías y los cables cuelgan siniestramente bajo las vigas. Apenas un par de bombillas de escaso voltaje cuelgan inanes por el medio del garaje. El interruptor, negro y arcaico, anda perdido junto a la puerta que lleva a la casa propiamente. Por supuesto no funciona y la puerta está cerrada con llave desde el otro lado.

Me olvidaba, ni una sola ventana se dibuja en las paredes laterales.
Al fondo, una gran puerta de chapa, de dos hojas, conduce al patio trasero. En la parte superior tiene unas estrechas ventanas con cristales opacos que apenas dejan pasar la escasa luz que ilumina la escena. Al frente, otra enorme puerta falsa (esta sin ventanas), de chapa y de dos hojas también, conduce a la calle.

Cerca de la puerta que lleva a la casa hay un vano rectangular, cubierto con una cortina que hace las veces de puerta, que lleva al típico y angosto hueco de la escalera, que se suele aprovechar como despensa. En este caso lo que allí se guarda es tan raro e ignoto (y tan negra la oscuridad que ahí reposa) que nadie mínimamente avisado se aventura a curiosearlo. De tanto en tanto sale algún pequeño ruido o crujido de ese y otros rincones, así que las ratas no andan muy lejos.

Al fondo, junto a la puerta que lleva al patio, hay otra pequeña puerta desvencijada que conduce a un estrecho y angustioso cuarto de baño abandonado. La desolación es tal que su sola contemplación hunde el alma.

Normalmente el garaje suele estar lleno de vehículos, pero ahora no hay ninguno. Ni el tractor, ni el remolque, ni ninguna herramienta de campo. Este vacío se hace agobiante, provoca una vaga, imprecisa, sensación de angustia inarticulable. Sobre todo mirando al lejano fondo da la impresión de que algo malvado habita en la tiniebla.

Pues bien, en este acogedor y agradable entorno me encuentro, junto con varios amigos. Está atardeciendo y cada vez se ve menos.
Hemos sido llamados aquí con no sé qué extraño pretexto. El silencio es casi absoluto, palpable. No tenemos nada que arroje luz y apenas se adivina ya el perfil de los bultos más grandes.

Una inquietud creciente nos va embargando. Qué hacemos aquí? Para qué hemos venido? Fuera cual fuese la excusa ya ha perdido todo su sentido. El ánimo divertido, aventurero y curioso se ha esfumado de golpe y lo que ocupa su lugar es la tensión del peligro.

Ahora que me fijo, el número de personas que estamos reunidos es inusualmente elevado. Amigos o conocidos habrá como unos siete u ocho, pero de desconocidos serán unos quince o veinte.
Pronto sentimos a las claras que esto es una especie de trampa, una encerrona.

Cae la farsa y los desconocidos desvelan su verdadera naturaleza.
Son vampiros y se disponen a chuparnos la vida.
En medio de la oscuridad creciente se desencadena una confusa y violenta lucha.

No sé cómo, logramos reagruparnos. Yo me encargo de dirigir el grupo para que el pánico no nos pueda, no se nos apodere.
Ellos traen las sombras, la oscuridad. Despliegan de sí densas mantas oscuras que fluctúan y se expanden como tenues tentáculos. Yo puedo hacer un poco de luz con las manos.

Nos sentamos en el suelo, arrinconados contra la puerta de chapa del fondo. La escasa sombra-de-luz que se filtra hace como de barrera protectora. Ellos se remueven inquietos y siseantes justo al otro lado de esa tenue defensa ilusoria.

No podemos perderlos de vista ni un segundo. Son como depredadores hambrientos a la espera de un resquicio, de un punto ciego, de la más leve distracción. Por eso permanecemos quietos y silenciosos como estatuas. Cualquier mínimo movimiento se realiza con el mayor de los cuidados y discreción posibles. Para que no pueda ser tomado como provocación o excusa y se decidan a atacar.

Este precario equilibrio únicamente se sustenta en la duda que ellos albergan al ver nuestra actitud y serenidad. Como si temieran que pudiéramos esconder algún arma peligrosa para ellos.

Nos preparamos para pasar la noche así, en esa tensa y larga guerra psicológica. Ellos no paran de moverse a pocos palmos de donde estamos. Incitadores y osados prueban una y otra vez a lanzarse sobre nosotros, a adelantar sus oscuros cuerpos y brazos. Amagos que obedecen a una estrategia de desgaste que tarde o temprano dará sus frutos.

Mientras tanto, logro desplazarme hasta el baño. Me coloco junto a una ventana ciega olvidada, para abrirla cuando amanezca. Pero pienso que es muy arriesgado, no puedo mirar la hora y no sé si el sol sale por este lado.
(Es la segunda vez que sueño con esta situación, soy consciente de ello. De hecho, creo que mi duda proviene precisamente de la primera vez, y me parece que no acabó muy bien la cosa...)

Poco a poco el sopor y el cansancio pueden con nosotros y nos vamos durmiendo. En cuanto detectan esto, los vampiros de apoderan de los cuerpos indefensos y se dedican a tomar su banquete. Se apiñan cuatro o más en cada durmiente y la absorción parece ocuparles todo el tiempo y toda su atención.

Hay que decir que extraen la energía directamente, por proximidad, sin necesidad de abrirnos ni de beber nuestra sangre. Es más, desde que ha anochecido parece como si se hubieran vuelto incorpóreos, intangibles. Cosa que aprovecho para dirigirme sigilosamente hacia la puerta que da a la calle. Finjo tener poca vitalidad, para que ninguno de ellos se fije en mí. Pero, es tan veraz mi actuación que a mitad del camino me quedo sin fuerzas, me reclino y caigo en un profundo sueño.

Puedo sentir cómo dos o tres acuden a mí y comienzan a sorber ansiosamente mi aliento vital.
Mientras se entregan a esta tarea se nota como una vigorización de las tinieblas, cómo se van haciendo más densas, profundas y terribles, creando una oscuridad total.

Entonces me veo en la calle. No sé cómo, he logrado salir.
Está amaneciendo.
En la calle hay un tipo en su coche, haciendo negocios por teléfono.
Es el responsable de todo el lío, él nos ha vendido la fiesta.

Le reclamo, le exijo explicaciones, no me hace caso. Se encara con su coche-oficina (no tiene luna frontal y el salpicadero, liso y de madera como una mesa de trabajo, se extiende en parte sobre el capó, portando en su superficie lo típico: Plumas, papeles, portafolios, grapadoras, pisapapeles, botes de clips, etc.)

Ante mi insistencia, maniobra con el volante y me arrincona contra la pared. Yo me defiendo tirándole cosas de su mesa con un palo que tengo.

Le digo: Por tu culpa tengo el garaje lleno de vampiros, mira!

Y abro las puertas de chapa de par en par.
Se oyen como unos aleteos agónicos pero no se ve a nadie.
Entonces, lentamente, van saliendo mis amigos, pálidos, demacrados, macilentos.

Me introduzco decidido y ayudo a los que faltan a salir al aire libre.
Los vampiros han perdido todo su poder y se retuercen sobre sí mismos de dolor, flotando caótica y desmayadamente por todo el garaje, sin escapatoria.
Justo entonces se despejan las nubes, mostrando el sol de la mañana, cuya luz entra y baña el garaje, destruyendo las sombras y a sus parásitos moradores.

Yin Yang Jung

Yin Yang Jung.
Come con las manos y sa hace pis.
Corre com'un loco y se porta mal.
Rompe los rosarios yeso es tabú.

Yin Yang Jung.
Pinta'n la pizarra y te culpa' ti.
Grita (a) la comida y te tira sal.
Roba tu mochila y t'hará vudú.

Yin Yang Jung.
Sigu'a la vecina y l'hace sufrir.
Dobla las cucharas y quedan genial.
Pela' su mascota y le da'l tutú.

Manosmuertas

Manosmuertas es un artista, ha dedicado muchos años a aprender la técnica, sólo que no logra aplicarla. El miedo al fracaso paraliza, congela su voluntad. Así el tiempo pasa y su obra apenas avanza.

A esto hay que añadir su naturaleza solitaria y melancólica; Él quiere ser de otra manera pero no le sale. Vive solo y no se le conocen familiares ni amigos. Pero esto a nadie le importa, pues en la ciudad no hay tiempo para contemplaciones. Te distraes un poco y zas, te quitan el puesto.
Y justo eso le pasa a Manosmuertas. Un día, sin saber cómo ni por qué, es despedido de su trabajo. Entonces sufre una profunda aguda-crisis-grave (?) que lo lleva derechito al hospital.

Es un caso curioso, le diagnostican una atrofia súbita localizada. O sea, que pierde toda la fuerza en las manos, que le cuelgan flácidas todo el rato. Le asignan una pensión de invalidez y habilitan su casa lo mejor posible para que pueda valerse por sí mismo.
Aun así cada mínima acción es toda una odisea. Abrir la nevera, beber, ir al servicio. En fin, ya te imaginas.

Lo peor de todo es que esto no le ayuda precisamente a superar su bloqueo creativo. Los pinceles acumulan polvo desde ni se sabe hace ya cuánto. Pero aun así se niega a reconocerlo, sigue creyéndose pintor, sólo que primero necesita documentarse, inspirarse.
Por eso navega todo el tiempo por internet. Él no lo admite pero es un adicto. Consume así las horas, los días, las semanas, los meses, las estaciones, los años, su vida. Sin con ello ir a ninguna parte.
Simplemente se pone frente a la pantalla y se disuelve, como un cubito de aceite.

Verlo teclear es un triste espectáculo. Coloca sus manos suspendidas sobre el teclado y lentamente las desciende hasta que un dedo toca la tecla deseada. A veces el dedo se le dobla sin llegar a pulsarla y tiene que intentarlo una y otra vez. Pero esto sólo le pasa al principio.
Luego, con el paso del tiempo, sus manos sufren una cierta necrosación y se le quedan como acartonadas, facilitándole esta tarea (no hay mal que por bien no venga, oye).

Si quieres podemos curiosear un poco en su ordenador. Aunque (madredelamorhermoso!), a lo mejor no es buena idea...

Ejem, así Manosmuertas vive su particular descenso a los infiernos.
De manera apenas perceptible su vida suena cada vez en un tono más bajo: Do, Si, La, Sol, Fa, Mi, Re, Doooo...
Suavemente se deja resbalar por el filo de la depresión crónica (Manosmuertas llama a su nueva y patética existencia 'Lowlife', en homenaje a un conocido cómic).

Los médicos le recetan una estricta dieta a base de calmantes y mucho reposo. Cosa que adopta sin problema pues en nada afecta a su rutina alienante. Simplemente anda un poco más abotargado, aletargado, de lo habitual, pero enseguida se acostumbra.
Se desliza dulcemente envuelto por una burbuja amable y tierna que alivia (tapa) todos sus dolores y pesares.

Todos menos uno. Si hay algo que no desaparece es su deseo de encontrar pareja. Manosmuertas tiene el convencimiento de que si halla a la persona adecuada podrá recuperar la ilusión, la energía, la alegría de vivir. En esto no se equivoca, pues su cuerpo se ha vuelto indolente, apático, dependiente. Y, como no produce apenas nada, todo lo tiene que absorber de quien se pone a su alcance.
Vitalidad, entusiasmo, ánimo: Combustible. Es un parásito, un vampiro, y ni le importa ni le parece mal. Claro que, la gente no es tonta y todas escapan espantadas en cuanto ven de qué va el asunto.

Y no es para menos, flaco, pálido, demacrado y con las manos colgando, amoratadas, tumefactas, desecadas, es la viva imagen de la muerte y el mal rollo.
De todas formas, la ciudad no es su campo de caza, le basta con el internete. Sólo con charlar un poco con alguna desconocida ya se alimenta. El problema es que eso no aplaca su deseo, su sueño, su anhelo de encontrar un ángel redentor.

Lo malo es que su alto ideal apenas existe, y mucho menos en la red de redes. Manosmuertas se ha vuelto un experto en reconocer la calidad del material que se le ofrece y en descubrir el estrato social al que pertenece. Sabe perfectamente que se mueve en una escala mucho más baja de la que sería apropiada y necesaria para alcanzar su objetivo, pero no pierde la esperanza.

Mientras tanto se entretiene y juega con su particular colección de mujeres-phising, mujeres-florero, mujeres-lapa y mujeres-antes-me-corto-las-venas. Le divierte introducirse en la personalidad de cada una y descifrar sus rudimentarias mentes.
Claro que eso no le lleva hacia donde quiere, sino todo lo contrario.

Así, un día, Manosmuertas toca fondo y descubre lo más bajo de todo, el subsuelo del sustrato de las más profundas y remotas catacumbas de los sótanos de las mazmorras de la superautopista de la información. Descubre una extraña página que alienta a relacionarse en la más absoluta y morbosa oscuridad, en el más perfecto anonimato.
Ve que hay toda una increíble red de hoteles que facilitan ese tipo de encuentros en habitaciones especialmente acondicionadas para ello.
La depravada mente de Manosmuertas alucina ante la sola idea y las inmensas posibilidades que supone, así que no tarda en apuntarse y recolectar posibles presas.

El primer encuentro resulta un tanto extraño. Él llega primero y se acomoda en la cama, luego se abre la puerta y oye cómo algo, una espantosa mole, lucha contra el marco de la puerta hasta lograr introducirse en el cuarto.
El horror lo paraliza, ella avanza hacia la cama, entonces el cuerpo de Manosmuertas reacciona, salta como un resorte y sale de ahí corriendo como alma que lleva el diablo. No para de correr hasta que llega a su casa, su refugio, sano y salvo.

Después de esa experiencia tarda un tiempo en reunir el valor suficiente para intentarlo de nuevo, pero su hambre de vitamina social puede más y vuelve a las andadas.
Así logra tener varios encuentros, cada uno rodeado de detalles enfermizos, que atormentan sus recuerdos. No hay término medio, o son morsas o son esqueletos. Y la que no, tiene escamas, o espantosas cicatrices, o su piel es extrañamente pegajosa y viscosa, o sufre malformaciones terribles. Pero no se queja, sus manos y su cuerpo tampoco son para tirar cohetes, claro.

Aun así siente que necesita algo más, que esos encuentros esconden un tesoro oculto en algún lado, algo que no acierta a ver o a encontrar. Hasta que un día se le enciende la bombilla y descubre qué es eso que le falta. Quiere poder ver y estudiar esa fascinante fauna de los abismos oceánicos (mejor dicho 'sociogénicos'), esos raros especímenes de criptohomínidos (o de apariencia humanoide cuando menos).
Así pues, se hace con una pequeña cámara de video con grabación nocturna y con ella se dedica, poco a poco, a recopilar alucinantes documentos, increíbles testimonios de un mundo oculto y desconocido hasta la fecha.

Manosmuertas decide que esta sea su gran obra, el genial legado que ofrecer a la humanidad y con el que espera pueda comenzar su ascenso, su reconciliación con la existencia.
Por tanto, edita y prepara el montaje de su asombroso documental y convoca a los medios para su presentación.
Pero, algo no sale como esperaba. La prensa se centra en su figura.
Queda impresionada con su aspecto, con su tez macilenta y sus manos a lo monti-barns.

Él se percata de su error y procura adecentarse mejor para futuras apariciones. Cubre sus manos con unos discretos guantes y las mantiene rectas con un par de finas reglas sujetadas bajo las mangas. Pero de nada sirve, ya es demasiado tarde, la prensa ha visto 'sangre' y quiere su carnaza.
Le ofrecen sumas desorbitadas para que acceda a salir por la tele.
Incauto (y codicioso) acepta la oferta y se convierte en la mascota de los programas más indecentes y degradantes.
Para cuando se quiere dar cuenta ya está atrapado en un inframundo de basura y cotilleos, con un montón de periodistas pululando a su alrededor como moscas en torno a la mierda.

Harto y asqueado, Manosmuertas idea una salida drástica: Finge su propia muerte, cosa que no le cuesta demasiado esfuerzo con su aspecto. Y en cuanto puede se escabulle, raudo y sigiloso como una cucaracha, hacia su nueva vida y la continuación de sus extraños proyectos y su rara obra.