Estoy en una iglesia importante, aunque no muy visitada, con aspecto de medio abandonada u olvidada. Oscura, triste, solitaria.
De factura rudimentaria y sobria, sin ornamentos. Sólo un montón de piedras, frías y desgastadas, apiladas.
Casi podría decirse que es más una fortaleza que un lugar para oficiar ritos (ahora que lo pienso, creo que ni siquiera tenía retablo o altar).
El principal elemento de la edificación es la, amplia y robusta, torre central (de planta cuadrada), que se eleva unos 20 metros, más o menos, y que domina todo el paisaje circundante.
En lo alto de la torre se encuentra el recinto más importante, una biblioteca (secreta, ultraprivadísima, férreamente custodiada) que, en su día, albergaba los documentos más importantes, y valiosos, del culto (y, probablemente, de toda la humanidad).
Esto es lo que nos explica el guía turístico, aunque intuyo que hay algo más. Cuando la gente comienza a descender por la escalera, hacia el próximo punto de interés, me quedo rezagado y contemplo, tras los gruesos barrotes de hierro que la protegen, los escasos documentos, mohosos, que quedan en las carcomidas estanterías y sobre las polvorientas mesas. Panorama que inspira una profunda asolación y decadencia.
Entonces, ante esa penosa visión, súbitamente, me invade un recuerdo, como un fogonazo repentino, que me sumerge de lleno en algo que sucedió aquí, hace mucho tiempo.
Veo a Hitler saliendo apresuradamente de la celda principal, cargando con cuatro grandes libros, gordos (de los que hay que leer sobre atril), y que son extremadamente importantes, pues contienen el mayor conocimiento esotérico que existe y que, en manos inadecuadas, pueden ocasionar grandes problemas, hasta incluso condenar y someter por completo a toda la humanidad.
Así pues, el bueno de Adolf desciende raudo las escaleras de piedra, que bajan en espiral, pegadas a la pared interior de la torre, dejando en el centro de la misma un espacio vacío, libre, cuadrado. Que es justamente a donde se dirige el susodicho con su preciado botín robado, una vez rebasados los peldaños y alcanzada la base del edificio. Ya que, dicho pequeño 'patio' interior, cuadrangular, contiene a su vez en su centro la boca, rudimentaria y arcaica (también cuadrada) de un pozo antiguo, seco, abandonado, de escasa profundidad (un par de metros a lo sumo). Al que desciende, resuelto y decidido, de un salto.
Pues, de la biblioteca, asoma el sumo sacerdote de la iglesia, el último responsable de la guarda de todos aquellos archivos, papiros y manuscritos, que no está dispuesto a dejarle escapar con tan valiosa (y peligrosa) mercancía.
Aparentemente el pozo, un burdo agujero excavado en la tierra, es un callejón sin salida. Sin embargo, una de sus paredes (la que mira al norte, creo) contiene, tras una barrera de tierra, de seis o siete metros de grosor, un túnel, una galería, que lleva a otro lugar.
Especie de 'escapatoria' que sólo los muy versados en saberes ocultos conocen, pues se trata de un paso muy especial. Ya que sólo hay una manera de atravesarlo, que es desintegrándose, volviéndose uno completamente inmaterial durante unos cuantos metros, hasta alcanzar el nacimiento de dicha gruta o caverna.
Pues intentar abrirse paso a través de la pared mediante el uso de palas o herramientas similares es del todo inútil. La tierra, ahí, posee una 'cualidad' mágica que la hace invulnerable, inexpugnable.
Por supuesto, el 'fiurer' conoce esta vía y sabe cómo alcanzarla, desapareciendo pues de la vista en un instante.
Con lo cual acabo de presenciar su auténtico 'final' histórico (tan diferente del que se cuenta en los libros), ya que, otra particularidad de esa barrera, es que es imposible volver a atravesarla, una vez cruzada ya no hay vuelta atrás. Quien entra, no sale nunca más. Pues, en realidad, se trata del famoso túnel-que-conduce-a-una-luz que todo el mundo recorre a su muerte.
La única diferencia es que, quien conoce su ubicación y lo atraviesa de este modo, pasa al más allá con su cuerpo físico. Desapareciendo sin rastro y por siempre para el resto de los mortales. Aunque, una vez alcanzada la 'luz', esa distinción se vuelve irrelevante, ya que, el más allá, es un mundo paralelo donde sucede lo mismo que en la tierra solo que con otras formas (es algo así como una dimensión metafórica y al mismo tiempo también es una suerte de continuación de la vida anterior) y, por tanto, todo el mundo sale de la caverna (y entra en su nueva vida) con un cuerpo nuevo, diferente, acorde a su naturaleza, tanto si se llega allí con cuerpo y alma como si sólo con alma.
Total que, ahora soy el sacerdote, y sigo los pasos del ladrón, cruzo pues aquel umbral y llego también al más allá, deslumbrante al principio. Luego, sorprende su similitud con el mundo terrenal, tiene algo que lo hace familiar, conocido, corriente, cotidiano, natural. O sea, todo lo contrario a lo que habitualmente se cree o se piensa sobre la vida tras la muerte. Tanto misterio, tanta elucubración e incertidumbre y en cuanto llegas ahí: Puf, se desvanece toda fantasía, cual espejismo. Una vez que lo ves es lo más normal del mundo, lo mas lógico. Cómo podía haberse pensado en otra cosa?
Pues bien, el paisaje es como el de la tierra, o mejor dicho, tal y como debió de ser antes de que apareciera el hombre, lleno de vida, plantas, animales... Naturaleza en armonía y exuberante.
El cielo se ve limpio, amplio, puro. La mirada se extiende con satisfacción sobre la verde ondulación que lo cubre todo, sobre la rica variedad de especies que comparten el espacio. Y el terreno es más bien llano, sin graves accidentes a simple vista, apacible.
Entonces miro mis manos y me doy cuenta de que me he convertido en una especie de mono humanoide, con el cuerpo cubierto de pelo largo y rubio. Veo algunos otros primates por ahí dispersos o en pequeños grupos, dedicados a diferentes tareas, recolectando frutos y cosas así, muy tranquilos, básicamente disfrutando de la vida, sin prisas. También se sabe (se supone) de la existencia de pequeñas aldeas.
En general la sensación que transmite este lugar es de serenidad, de sencillez, de reposo, relajación, placidez, inocencia, naturalidad, calma, paz, recogimiento. Aunque se percibe una oscura sombra que empaña en parte esa plenitud y es que la llegada del señor H. ha supuesto una amenaza inquietante. Pues la forma que ha adquirido (la que le corresponde en este mundo) es la de un mono negro gigante, un titán, terrible, espantoso, de dimensiones colosales. Que en todo momento permanece visible sobre el horizonte, lejano y distante (por fortuna), vagamente desdibujado como por una neblina.
Imponente presencia que sugiere grave peligro, tanto para la pacífica existencia de los aquí habitantes como para los moradores de la tierra. Pues, si lograra aplicar el conocimiento arcano de los libros sustraídos, podría llegar a encontrar la forma de regresar al mundo de los humanos con su cuerpo actual, con el tormento y la monstruosa pesadilla que eso supondría.
Y que, por tanto, me pone en la obligación de perseguirlo y buscar la manera de anular, neutralizar, ese posible horror, esa negra amenaza, ese fatídico sino (cosas estas que, curiosamente, parece la humanidad ya ha intuido ligeramente, a grandes rasgos, como queda vaga, remota, sutilmente reflejado en creaciones como 'el planeta de los simios' y 'king kong').
Entonces, llegado a ese punto, ese recuerdo, esa visión que me había sobrevenido de forma súbita, se disuelve, se deshace, con la misma rapidez, de forma repentina.
Y, a partir de ahí, el sueño continúa con otras escenas más 'convencionales' y frecuentes: La típica estación de autobuses, la búsqueda del punto de encuentro, las dudas del momento y esas cosas.