La crisis fue un juego de niños, un simple aperitivo, comparado con lo que vino después.
Mientras los gobiernos, organismos e instituciones se dedicaban a marear la perdiz discutiendo sobre las medidas a tomar, que nadie quería (ni podía ya) asumir, para solucionar los problemas económicos y de sostenibilidad derivados de un sistema totalmente agotado, explotado, desfasado, la tierra siguió con su proceso natural de transformación (al margen de si era consecuencia o no de la intervención humana). Lo cierto es que estaba sucediendo una reestructuración notable.
El principal indicador de dicho cambio fue la desaparición de los polos, que se fundieron en apenas tres años, haciendo que el nivel del mar ascendiera unos pocos metros, suficientes para cambiar por completo el contorno de los continentes. Gran número de ciudades costeras quedaron inundadas, inhabilitadas, y muchas personas fallecieron tontamente en ellas por simple falta de previsión e incapacidad de reacción.
A su vez, claro, también se esfumaron como por arte de magia los glaciares, los picos nevados (se acabo lo de ir a esquiar para los niños pijos), cosa que hizo que se secaran los ríos, causando que las poblaciones asentadas en sus riberas quedaran 'dramásticamente' (como dicen los de allende) diezmadas.
Desabastecida del líquido esencial, a la humanidad no le quedó más remedio que movilizarse, emigrar a la busca de lugares más propicios para su pervivir.
Pero este cambio de 'estilo de vida' no sucedió de forma ordenada, no. Muchos se tomaron bastante mal eso de verse privados de sus comodidades y lo que hacían era pagarla con el primero que pillaban a mano. Fue delicioso contemplar el súbito estallar de ese maravilloso géiser de odio, rabia, salvajismo, locura y caos que parecía no tener fin y que tan vigorosamente se manifestaba y plasmaba.
El caso es que, por H o por B, en poco tiempo murieron miles de millones de seres humanos, en medio de la más espantosa, inhumana y descarnada desolación.
Los que lograron sobrevivir a ese festival de gore barato marcharon pues en busca de un 'paraíso perdido' (qué majos, primero lo rompen y luego añoran lo roto) que no habría de volver.
La vida había dado un giro de 180 grados, se acabó la opulencia y el sedentarismo y comenzó (a la fuerza) el nomadismo y la escasez.
Así los nómadas vagaban de un lado a otro, encontrando siempre lo mismo, tormento, horror y escasez.
Algún sitio había menos perjudicado pero, por supuesto, sus pobladores lo defendían firme, fieramente.
Y qué bello espectáculo era contemplar sus fronteras, siempre en desesperada pujanza con los tenaces invasores.
Igualmente hermosa fue la desaparición de la tecnología. El suministro de energía quedó fragmentado, roto, atomizado.
Se deshizo la red, desapareció el mantenimiento, y muy pocos tuvieron la suerte de conservar una cierta estabilidad precaria.
Las prioridades habían cambiado drásticamente, ya no se podía jugar a chuparle la sangre al prójimo (ahora había que hacerlo abierta, directamente para sobrevivir), a lucrar asquerosamente (el dinero murió en el acto, perdió todo su valor de golpe), a construir aparatitos electrónicos (el hambre no sabe nada de chuflas de esas).
La gente intentó volver a la tierra apresuradamente. Fue conmovedor contemplar los vanos intentos de 'cultivos' de los confusos 'hijos del esmárfon'.
Algunas naciones aprovecharon para meterse en una guerra que llevaban mucho tiempo deseando. Incluso se dieron el gustazo de lanzar alguna bomba H (y qué buen resultado dieron! En un momento lo sembraban todo de montañas de cadáveres crujientes, cual patatas fritas: servicio automático, listas en un instante, para llevar o tomar).
Y, por supuesto, los pocos líderes que aún conservaban un mínimo de cordura, lucidez y sensatez fueron inmediatamente quitados de en medio con el clásico método del atentado (la democracia nunca funcionó, simplemente porque los 'malvados', los incultos, siempre fueron más, en inmensa, insalvable, desproporción).
A estas alturas de la película poco sorprenderá que muchas regiones involucionaran hasta extremos sorprendentes, así sin más, desarrollando un glorioso resurgir de prácticas primarias, animales.
Y qué bonito es el canibalismo, qué sensual y estimulante la caza de la presa, el hincar los dientes en la carne cruda, el sentir el pulso vibrante del bocado, qué refrescante el manantial de sangre que brota borboteante, qué reconfortante arrancar el corazón aún latiendo, caliente, el olor del miedo, el contacto, la textura de la piel al desgarrarse, el sometimiento de la hembra, la copulación a lo bruto.
Por su parte, las epidemias aprovecharon para proliferar y medrar a costa de todos esos cuerpos acostumbrados a 'protegerse' con medicinas ya caducadas, gastadas, desactualizadas. Todos esos cuerpos que quedaron expuestos, a la merced de la naturaleza. Fue una gozada ver cómo caían fulminados, uno tras otro, debilitados, carcomidos por dentro. Y qué rápido se descomponían, qué bien hacía su trabajo la putrefacción.
Sí, aquellos fueron días felices para la naturaleza.
Después de tanta opresión, abuso, maltrato y aniquilación había llegado la hora de la devolución, el turno de la respuesta. Delicioso, tremendo tributo que le rindió la humanidad, aun a pesar suyo, a la tierra en forma de festín. Grandioso banquete para lobos, buitres, plantas, etc. Todos supieron coger su parte.
Así pues, como decía, el derrumbe de la humanidad fue hermoso (y no lo digo con ironía, no te creas, la belleza está en todo, sólo hay que saber verla...), un bello canto a la vida, un dulce despertar a la realidad, un celebrado regreso a la vida, un oportuno retomar la senda perdida, la vuelta a lo sencillo y auténtico, a la pura verdad (el retorno del hijo pródigo), un desprendimiento necesario y purificador (pesadillesco, torturador, traumático y espantoso para los inmaduros, eso sí), liberador y sanador para la tierra y los pocos que quedaron en ella.
Ah, y los de la estación espacial también tuvieron su momento de gloria, muriendo de inanición, abandonados a su suerte.