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8 de junio de 2009
mono
Estoy en una iglesia importante, aunque no muy visitada, con aspecto de medio abandonada u olvidada. Oscura, triste, solitaria.
De factura rudimentaria y sobria, sin ornamentos. Sólo un montón de piedras, frías y desgastadas, apiladas.
Casi podría decirse que es más una fortaleza que un lugar para oficiar ritos (ahora que lo pienso, creo que ni siquiera tenía retablo o altar).
El principal elemento de la edificación es la, amplia y robusta, torre central (de planta cuadrada), que se eleva unos 20 metros, más o menos, y que domina todo el paisaje circundante.
En lo alto de la torre se encuentra el recinto más importante, una biblioteca (secreta, ultraprivadísima, férreamente custodiada) que, en su día, albergaba los documentos más importantes, y valiosos, del culto (y, probablemente, de toda la humanidad).
Esto es lo que nos explica el guía turístico, aunque intuyo que hay algo más. Cuando la gente comienza a descender por la escalera, hacia el próximo punto de interés, me quedo rezagado y contemplo, tras los gruesos barrotes de hierro que la protegen, los escasos documentos, mohosos, que quedan en las carcomidas estanterías y sobre las polvorientas mesas. Panorama que inspira una profunda asolación y decadencia.
Entonces, ante esa penosa visión, súbitamente, me invade un recuerdo, como un fogonazo repentino, que me sumerge de lleno en algo que sucedió aquí, hace mucho tiempo.
Veo a Hitler saliendo apresuradamente de la celda principal, cargando con cuatro grandes libros, gordos (de los que hay que leer sobre atril), y que son extremadamente importantes, pues contienen el mayor conocimiento esotérico que existe y que, en manos inadecuadas, pueden ocasionar grandes problemas, hasta incluso condenar y someter por completo a toda la humanidad.
Así pues, el bueno de Adolf desciende raudo las escaleras de piedra, que bajan en espiral, pegadas a la pared interior de la torre, dejando en el centro de la misma un espacio vacío, libre, cuadrado. Que es justamente a donde se dirige el susodicho con su preciado botín robado, una vez rebasados los peldaños y alcanzada la base del edificio. Ya que, dicho pequeño 'patio' interior, cuadrangular, contiene a su vez en su centro la boca, rudimentaria y arcaica (también cuadrada) de un pozo antiguo, seco, abandonado, de escasa profundidad (un par de metros a lo sumo). Al que desciende, resuelto y decidido, de un salto.
Pues, de la biblioteca, asoma el sumo sacerdote de la iglesia, el último responsable de la guarda de todos aquellos archivos, papiros y manuscritos, que no está dispuesto a dejarle escapar con tan valiosa (y peligrosa) mercancía.
Aparentemente el pozo, un burdo agujero excavado en la tierra, es un callejón sin salida. Sin embargo, una de sus paredes (la que mira al norte, creo) contiene, tras una barrera de tierra, de seis o siete metros de grosor, un túnel, una galería, que lleva a otro lugar.
Especie de 'escapatoria' que sólo los muy versados en saberes ocultos conocen, pues se trata de un paso muy especial. Ya que sólo hay una manera de atravesarlo, que es desintegrándose, volviéndose uno completamente inmaterial durante unos cuantos metros, hasta alcanzar el nacimiento de dicha gruta o caverna.
Pues intentar abrirse paso a través de la pared mediante el uso de palas o herramientas similares es del todo inútil. La tierra, ahí, posee una 'cualidad' mágica que la hace invulnerable, inexpugnable.
Por supuesto, el 'fiurer' conoce esta vía y sabe cómo alcanzarla, desapareciendo pues de la vista en un instante.
Con lo cual acabo de presenciar su auténtico 'final' histórico (tan diferente del que se cuenta en los libros), ya que, otra particularidad de esa barrera, es que es imposible volver a atravesarla, una vez cruzada ya no hay vuelta atrás. Quien entra, no sale nunca más. Pues, en realidad, se trata del famoso túnel-que-conduce-a-una-luz que todo el mundo recorre a su muerte.
La única diferencia es que, quien conoce su ubicación y lo atraviesa de este modo, pasa al más allá con su cuerpo físico. Desapareciendo sin rastro y por siempre para el resto de los mortales. Aunque, una vez alcanzada la 'luz', esa distinción se vuelve irrelevante, ya que, el más allá, es un mundo paralelo donde sucede lo mismo que en la tierra solo que con otras formas (es algo así como una dimensión metafórica y al mismo tiempo también es una suerte de continuación de la vida anterior) y, por tanto, todo el mundo sale de la caverna (y entra en su nueva vida) con un cuerpo nuevo, diferente, acorde a su naturaleza, tanto si se llega allí con cuerpo y alma como si sólo con alma.
Total que, ahora soy el sacerdote, y sigo los pasos del ladrón, cruzo pues aquel umbral y llego también al más allá, deslumbrante al principio. Luego, sorprende su similitud con el mundo terrenal, tiene algo que lo hace familiar, conocido, corriente, cotidiano, natural. O sea, todo lo contrario a lo que habitualmente se cree o se piensa sobre la vida tras la muerte. Tanto misterio, tanta elucubración e incertidumbre y en cuanto llegas ahí: Puf, se desvanece toda fantasía, cual espejismo. Una vez que lo ves es lo más normal del mundo, lo mas lógico. Cómo podía haberse pensado en otra cosa?
Pues bien, el paisaje es como el de la tierra, o mejor dicho, tal y como debió de ser antes de que apareciera el hombre, lleno de vida, plantas, animales... Naturaleza en armonía y exuberante.
El cielo se ve limpio, amplio, puro. La mirada se extiende con satisfacción sobre la verde ondulación que lo cubre todo, sobre la rica variedad de especies que comparten el espacio. Y el terreno es más bien llano, sin graves accidentes a simple vista, apacible.
Entonces miro mis manos y me doy cuenta de que me he convertido en una especie de mono humanoide, con el cuerpo cubierto de pelo largo y rubio. Veo algunos otros primates por ahí dispersos o en pequeños grupos, dedicados a diferentes tareas, recolectando frutos y cosas así, muy tranquilos, básicamente disfrutando de la vida, sin prisas. También se sabe (se supone) de la existencia de pequeñas aldeas.
En general la sensación que transmite este lugar es de serenidad, de sencillez, de reposo, relajación, placidez, inocencia, naturalidad, calma, paz, recogimiento. Aunque se percibe una oscura sombra que empaña en parte esa plenitud y es que la llegada del señor H. ha supuesto una amenaza inquietante. Pues la forma que ha adquirido (la que le corresponde en este mundo) es la de un mono negro gigante, un titán, terrible, espantoso, de dimensiones colosales. Que en todo momento permanece visible sobre el horizonte, lejano y distante (por fortuna), vagamente desdibujado como por una neblina.
Imponente presencia que sugiere grave peligro, tanto para la pacífica existencia de los aquí habitantes como para los moradores de la tierra. Pues, si lograra aplicar el conocimiento arcano de los libros sustraídos, podría llegar a encontrar la forma de regresar al mundo de los humanos con su cuerpo actual, con el tormento y la monstruosa pesadilla que eso supondría.
Y que, por tanto, me pone en la obligación de perseguirlo y buscar la manera de anular, neutralizar, ese posible horror, esa negra amenaza, ese fatídico sino (cosas estas que, curiosamente, parece la humanidad ya ha intuido ligeramente, a grandes rasgos, como queda vaga, remota, sutilmente reflejado en creaciones como 'el planeta de los simios' y 'king kong').
Entonces, llegado a ese punto, ese recuerdo, esa visión que me había sobrevenido de forma súbita, se disuelve, se deshace, con la misma rapidez, de forma repentina.
Y, a partir de ahí, el sueño continúa con otras escenas más 'convencionales' y frecuentes: La típica estación de autobuses, la búsqueda del punto de encuentro, las dudas del momento y esas cosas.
De factura rudimentaria y sobria, sin ornamentos. Sólo un montón de piedras, frías y desgastadas, apiladas.
Casi podría decirse que es más una fortaleza que un lugar para oficiar ritos (ahora que lo pienso, creo que ni siquiera tenía retablo o altar).
El principal elemento de la edificación es la, amplia y robusta, torre central (de planta cuadrada), que se eleva unos 20 metros, más o menos, y que domina todo el paisaje circundante.
En lo alto de la torre se encuentra el recinto más importante, una biblioteca (secreta, ultraprivadísima, férreamente custodiada) que, en su día, albergaba los documentos más importantes, y valiosos, del culto (y, probablemente, de toda la humanidad).
Esto es lo que nos explica el guía turístico, aunque intuyo que hay algo más. Cuando la gente comienza a descender por la escalera, hacia el próximo punto de interés, me quedo rezagado y contemplo, tras los gruesos barrotes de hierro que la protegen, los escasos documentos, mohosos, que quedan en las carcomidas estanterías y sobre las polvorientas mesas. Panorama que inspira una profunda asolación y decadencia.
Entonces, ante esa penosa visión, súbitamente, me invade un recuerdo, como un fogonazo repentino, que me sumerge de lleno en algo que sucedió aquí, hace mucho tiempo.
Veo a Hitler saliendo apresuradamente de la celda principal, cargando con cuatro grandes libros, gordos (de los que hay que leer sobre atril), y que son extremadamente importantes, pues contienen el mayor conocimiento esotérico que existe y que, en manos inadecuadas, pueden ocasionar grandes problemas, hasta incluso condenar y someter por completo a toda la humanidad.
Así pues, el bueno de Adolf desciende raudo las escaleras de piedra, que bajan en espiral, pegadas a la pared interior de la torre, dejando en el centro de la misma un espacio vacío, libre, cuadrado. Que es justamente a donde se dirige el susodicho con su preciado botín robado, una vez rebasados los peldaños y alcanzada la base del edificio. Ya que, dicho pequeño 'patio' interior, cuadrangular, contiene a su vez en su centro la boca, rudimentaria y arcaica (también cuadrada) de un pozo antiguo, seco, abandonado, de escasa profundidad (un par de metros a lo sumo). Al que desciende, resuelto y decidido, de un salto.
Pues, de la biblioteca, asoma el sumo sacerdote de la iglesia, el último responsable de la guarda de todos aquellos archivos, papiros y manuscritos, que no está dispuesto a dejarle escapar con tan valiosa (y peligrosa) mercancía.
Aparentemente el pozo, un burdo agujero excavado en la tierra, es un callejón sin salida. Sin embargo, una de sus paredes (la que mira al norte, creo) contiene, tras una barrera de tierra, de seis o siete metros de grosor, un túnel, una galería, que lleva a otro lugar.
Especie de 'escapatoria' que sólo los muy versados en saberes ocultos conocen, pues se trata de un paso muy especial. Ya que sólo hay una manera de atravesarlo, que es desintegrándose, volviéndose uno completamente inmaterial durante unos cuantos metros, hasta alcanzar el nacimiento de dicha gruta o caverna.
Pues intentar abrirse paso a través de la pared mediante el uso de palas o herramientas similares es del todo inútil. La tierra, ahí, posee una 'cualidad' mágica que la hace invulnerable, inexpugnable.
Por supuesto, el 'fiurer' conoce esta vía y sabe cómo alcanzarla, desapareciendo pues de la vista en un instante.
Con lo cual acabo de presenciar su auténtico 'final' histórico (tan diferente del que se cuenta en los libros), ya que, otra particularidad de esa barrera, es que es imposible volver a atravesarla, una vez cruzada ya no hay vuelta atrás. Quien entra, no sale nunca más. Pues, en realidad, se trata del famoso túnel-que-conduce-a-una-luz que todo el mundo recorre a su muerte.
La única diferencia es que, quien conoce su ubicación y lo atraviesa de este modo, pasa al más allá con su cuerpo físico. Desapareciendo sin rastro y por siempre para el resto de los mortales. Aunque, una vez alcanzada la 'luz', esa distinción se vuelve irrelevante, ya que, el más allá, es un mundo paralelo donde sucede lo mismo que en la tierra solo que con otras formas (es algo así como una dimensión metafórica y al mismo tiempo también es una suerte de continuación de la vida anterior) y, por tanto, todo el mundo sale de la caverna (y entra en su nueva vida) con un cuerpo nuevo, diferente, acorde a su naturaleza, tanto si se llega allí con cuerpo y alma como si sólo con alma.
Total que, ahora soy el sacerdote, y sigo los pasos del ladrón, cruzo pues aquel umbral y llego también al más allá, deslumbrante al principio. Luego, sorprende su similitud con el mundo terrenal, tiene algo que lo hace familiar, conocido, corriente, cotidiano, natural. O sea, todo lo contrario a lo que habitualmente se cree o se piensa sobre la vida tras la muerte. Tanto misterio, tanta elucubración e incertidumbre y en cuanto llegas ahí: Puf, se desvanece toda fantasía, cual espejismo. Una vez que lo ves es lo más normal del mundo, lo mas lógico. Cómo podía haberse pensado en otra cosa?
Pues bien, el paisaje es como el de la tierra, o mejor dicho, tal y como debió de ser antes de que apareciera el hombre, lleno de vida, plantas, animales... Naturaleza en armonía y exuberante.
El cielo se ve limpio, amplio, puro. La mirada se extiende con satisfacción sobre la verde ondulación que lo cubre todo, sobre la rica variedad de especies que comparten el espacio. Y el terreno es más bien llano, sin graves accidentes a simple vista, apacible.
Entonces miro mis manos y me doy cuenta de que me he convertido en una especie de mono humanoide, con el cuerpo cubierto de pelo largo y rubio. Veo algunos otros primates por ahí dispersos o en pequeños grupos, dedicados a diferentes tareas, recolectando frutos y cosas así, muy tranquilos, básicamente disfrutando de la vida, sin prisas. También se sabe (se supone) de la existencia de pequeñas aldeas.
En general la sensación que transmite este lugar es de serenidad, de sencillez, de reposo, relajación, placidez, inocencia, naturalidad, calma, paz, recogimiento. Aunque se percibe una oscura sombra que empaña en parte esa plenitud y es que la llegada del señor H. ha supuesto una amenaza inquietante. Pues la forma que ha adquirido (la que le corresponde en este mundo) es la de un mono negro gigante, un titán, terrible, espantoso, de dimensiones colosales. Que en todo momento permanece visible sobre el horizonte, lejano y distante (por fortuna), vagamente desdibujado como por una neblina.
Imponente presencia que sugiere grave peligro, tanto para la pacífica existencia de los aquí habitantes como para los moradores de la tierra. Pues, si lograra aplicar el conocimiento arcano de los libros sustraídos, podría llegar a encontrar la forma de regresar al mundo de los humanos con su cuerpo actual, con el tormento y la monstruosa pesadilla que eso supondría.
Y que, por tanto, me pone en la obligación de perseguirlo y buscar la manera de anular, neutralizar, ese posible horror, esa negra amenaza, ese fatídico sino (cosas estas que, curiosamente, parece la humanidad ya ha intuido ligeramente, a grandes rasgos, como queda vaga, remota, sutilmente reflejado en creaciones como 'el planeta de los simios' y 'king kong').
Entonces, llegado a ese punto, ese recuerdo, esa visión que me había sobrevenido de forma súbita, se disuelve, se deshace, con la misma rapidez, de forma repentina.
Y, a partir de ahí, el sueño continúa con otras escenas más 'convencionales' y frecuentes: La típica estación de autobuses, la búsqueda del punto de encuentro, las dudas del momento y esas cosas.
el bello derrumbamiento
La crisis fue un juego de niños, un simple aperitivo, comparado con lo que vino después.
Mientras los gobiernos, organismos e instituciones se dedicaban a marear la perdiz discutiendo sobre las medidas a tomar, que nadie quería (ni podía ya) asumir, para solucionar los problemas económicos y de sostenibilidad derivados de un sistema totalmente agotado, explotado, desfasado, la tierra siguió con su proceso natural de transformación (al margen de si era consecuencia o no de la intervención humana). Lo cierto es que estaba sucediendo una reestructuración notable.
El principal indicador de dicho cambio fue la desaparición de los polos, que se fundieron en apenas tres años, haciendo que el nivel del mar ascendiera unos pocos metros, suficientes para cambiar por completo el contorno de los continentes. Gran número de ciudades costeras quedaron inundadas, inhabilitadas, y muchas personas fallecieron tontamente en ellas por simple falta de previsión e incapacidad de reacción.
A su vez, claro, también se esfumaron como por arte de magia los glaciares, los picos nevados (se acabo lo de ir a esquiar para los niños pijos), cosa que hizo que se secaran los ríos, causando que las poblaciones asentadas en sus riberas quedaran 'dramásticamente' (como dicen los de allende) diezmadas.
Desabastecida del líquido esencial, a la humanidad no le quedó más remedio que movilizarse, emigrar a la busca de lugares más propicios para su pervivir.
Pero este cambio de 'estilo de vida' no sucedió de forma ordenada, no. Muchos se tomaron bastante mal eso de verse privados de sus comodidades y lo que hacían era pagarla con el primero que pillaban a mano. Fue delicioso contemplar el súbito estallar de ese maravilloso géiser de odio, rabia, salvajismo, locura y caos que parecía no tener fin y que tan vigorosamente se manifestaba y plasmaba.
El caso es que, por H o por B, en poco tiempo murieron miles de millones de seres humanos, en medio de la más espantosa, inhumana y descarnada desolación.
Los que lograron sobrevivir a ese festival de gore barato marcharon pues en busca de un 'paraíso perdido' (qué majos, primero lo rompen y luego añoran lo roto) que no habría de volver.
La vida había dado un giro de 180 grados, se acabó la opulencia y el sedentarismo y comenzó (a la fuerza) el nomadismo y la escasez.
Así los nómadas vagaban de un lado a otro, encontrando siempre lo mismo, tormento, horror y escasez.
Algún sitio había menos perjudicado pero, por supuesto, sus pobladores lo defendían firme, fieramente.
Y qué bello espectáculo era contemplar sus fronteras, siempre en desesperada pujanza con los tenaces invasores.
Igualmente hermosa fue la desaparición de la tecnología. El suministro de energía quedó fragmentado, roto, atomizado.
Se deshizo la red, desapareció el mantenimiento, y muy pocos tuvieron la suerte de conservar una cierta estabilidad precaria.
Las prioridades habían cambiado drásticamente, ya no se podía jugar a chuparle la sangre al prójimo (ahora había que hacerlo abierta, directamente para sobrevivir), a lucrar asquerosamente (el dinero murió en el acto, perdió todo su valor de golpe), a construir aparatitos electrónicos (el hambre no sabe nada de chuflas de esas).
La gente intentó volver a la tierra apresuradamente. Fue conmovedor contemplar los vanos intentos de 'cultivos' de los confusos 'hijos del esmárfon'.
Algunas naciones aprovecharon para meterse en una guerra que llevaban mucho tiempo deseando. Incluso se dieron el gustazo de lanzar alguna bomba H (y qué buen resultado dieron! En un momento lo sembraban todo de montañas de cadáveres crujientes, cual patatas fritas: servicio automático, listas en un instante, para llevar o tomar).
Y, por supuesto, los pocos líderes que aún conservaban un mínimo de cordura, lucidez y sensatez fueron inmediatamente quitados de en medio con el clásico método del atentado (la democracia nunca funcionó, simplemente porque los 'malvados', los incultos, siempre fueron más, en inmensa, insalvable, desproporción).
A estas alturas de la película poco sorprenderá que muchas regiones involucionaran hasta extremos sorprendentes, así sin más, desarrollando un glorioso resurgir de prácticas primarias, animales.
Y qué bonito es el canibalismo, qué sensual y estimulante la caza de la presa, el hincar los dientes en la carne cruda, el sentir el pulso vibrante del bocado, qué refrescante el manantial de sangre que brota borboteante, qué reconfortante arrancar el corazón aún latiendo, caliente, el olor del miedo, el contacto, la textura de la piel al desgarrarse, el sometimiento de la hembra, la copulación a lo bruto.
Por su parte, las epidemias aprovecharon para proliferar y medrar a costa de todos esos cuerpos acostumbrados a 'protegerse' con medicinas ya caducadas, gastadas, desactualizadas. Todos esos cuerpos que quedaron expuestos, a la merced de la naturaleza. Fue una gozada ver cómo caían fulminados, uno tras otro, debilitados, carcomidos por dentro. Y qué rápido se descomponían, qué bien hacía su trabajo la putrefacción.
Sí, aquellos fueron días felices para la naturaleza.
Después de tanta opresión, abuso, maltrato y aniquilación había llegado la hora de la devolución, el turno de la respuesta. Delicioso, tremendo tributo que le rindió la humanidad, aun a pesar suyo, a la tierra en forma de festín. Grandioso banquete para lobos, buitres, plantas, etc. Todos supieron coger su parte.
Así pues, como decía, el derrumbe de la humanidad fue hermoso (y no lo digo con ironía, no te creas, la belleza está en todo, sólo hay que saber verla...), un bello canto a la vida, un dulce despertar a la realidad, un celebrado regreso a la vida, un oportuno retomar la senda perdida, la vuelta a lo sencillo y auténtico, a la pura verdad (el retorno del hijo pródigo), un desprendimiento necesario y purificador (pesadillesco, torturador, traumático y espantoso para los inmaduros, eso sí), liberador y sanador para la tierra y los pocos que quedaron en ella.
Ah, y los de la estación espacial también tuvieron su momento de gloria, muriendo de inanición, abandonados a su suerte.
Mientras los gobiernos, organismos e instituciones se dedicaban a marear la perdiz discutiendo sobre las medidas a tomar, que nadie quería (ni podía ya) asumir, para solucionar los problemas económicos y de sostenibilidad derivados de un sistema totalmente agotado, explotado, desfasado, la tierra siguió con su proceso natural de transformación (al margen de si era consecuencia o no de la intervención humana). Lo cierto es que estaba sucediendo una reestructuración notable.
El principal indicador de dicho cambio fue la desaparición de los polos, que se fundieron en apenas tres años, haciendo que el nivel del mar ascendiera unos pocos metros, suficientes para cambiar por completo el contorno de los continentes. Gran número de ciudades costeras quedaron inundadas, inhabilitadas, y muchas personas fallecieron tontamente en ellas por simple falta de previsión e incapacidad de reacción.
A su vez, claro, también se esfumaron como por arte de magia los glaciares, los picos nevados (se acabo lo de ir a esquiar para los niños pijos), cosa que hizo que se secaran los ríos, causando que las poblaciones asentadas en sus riberas quedaran 'dramásticamente' (como dicen los de allende) diezmadas.
Desabastecida del líquido esencial, a la humanidad no le quedó más remedio que movilizarse, emigrar a la busca de lugares más propicios para su pervivir.
Pero este cambio de 'estilo de vida' no sucedió de forma ordenada, no. Muchos se tomaron bastante mal eso de verse privados de sus comodidades y lo que hacían era pagarla con el primero que pillaban a mano. Fue delicioso contemplar el súbito estallar de ese maravilloso géiser de odio, rabia, salvajismo, locura y caos que parecía no tener fin y que tan vigorosamente se manifestaba y plasmaba.
El caso es que, por H o por B, en poco tiempo murieron miles de millones de seres humanos, en medio de la más espantosa, inhumana y descarnada desolación.
Los que lograron sobrevivir a ese festival de gore barato marcharon pues en busca de un 'paraíso perdido' (qué majos, primero lo rompen y luego añoran lo roto) que no habría de volver.
La vida había dado un giro de 180 grados, se acabó la opulencia y el sedentarismo y comenzó (a la fuerza) el nomadismo y la escasez.
Así los nómadas vagaban de un lado a otro, encontrando siempre lo mismo, tormento, horror y escasez.
Algún sitio había menos perjudicado pero, por supuesto, sus pobladores lo defendían firme, fieramente.
Y qué bello espectáculo era contemplar sus fronteras, siempre en desesperada pujanza con los tenaces invasores.
Igualmente hermosa fue la desaparición de la tecnología. El suministro de energía quedó fragmentado, roto, atomizado.
Se deshizo la red, desapareció el mantenimiento, y muy pocos tuvieron la suerte de conservar una cierta estabilidad precaria.
Las prioridades habían cambiado drásticamente, ya no se podía jugar a chuparle la sangre al prójimo (ahora había que hacerlo abierta, directamente para sobrevivir), a lucrar asquerosamente (el dinero murió en el acto, perdió todo su valor de golpe), a construir aparatitos electrónicos (el hambre no sabe nada de chuflas de esas).
La gente intentó volver a la tierra apresuradamente. Fue conmovedor contemplar los vanos intentos de 'cultivos' de los confusos 'hijos del esmárfon'.
Algunas naciones aprovecharon para meterse en una guerra que llevaban mucho tiempo deseando. Incluso se dieron el gustazo de lanzar alguna bomba H (y qué buen resultado dieron! En un momento lo sembraban todo de montañas de cadáveres crujientes, cual patatas fritas: servicio automático, listas en un instante, para llevar o tomar).
Y, por supuesto, los pocos líderes que aún conservaban un mínimo de cordura, lucidez y sensatez fueron inmediatamente quitados de en medio con el clásico método del atentado (la democracia nunca funcionó, simplemente porque los 'malvados', los incultos, siempre fueron más, en inmensa, insalvable, desproporción).
A estas alturas de la película poco sorprenderá que muchas regiones involucionaran hasta extremos sorprendentes, así sin más, desarrollando un glorioso resurgir de prácticas primarias, animales.
Y qué bonito es el canibalismo, qué sensual y estimulante la caza de la presa, el hincar los dientes en la carne cruda, el sentir el pulso vibrante del bocado, qué refrescante el manantial de sangre que brota borboteante, qué reconfortante arrancar el corazón aún latiendo, caliente, el olor del miedo, el contacto, la textura de la piel al desgarrarse, el sometimiento de la hembra, la copulación a lo bruto.
Por su parte, las epidemias aprovecharon para proliferar y medrar a costa de todos esos cuerpos acostumbrados a 'protegerse' con medicinas ya caducadas, gastadas, desactualizadas. Todos esos cuerpos que quedaron expuestos, a la merced de la naturaleza. Fue una gozada ver cómo caían fulminados, uno tras otro, debilitados, carcomidos por dentro. Y qué rápido se descomponían, qué bien hacía su trabajo la putrefacción.
Sí, aquellos fueron días felices para la naturaleza.
Después de tanta opresión, abuso, maltrato y aniquilación había llegado la hora de la devolución, el turno de la respuesta. Delicioso, tremendo tributo que le rindió la humanidad, aun a pesar suyo, a la tierra en forma de festín. Grandioso banquete para lobos, buitres, plantas, etc. Todos supieron coger su parte.
Así pues, como decía, el derrumbe de la humanidad fue hermoso (y no lo digo con ironía, no te creas, la belleza está en todo, sólo hay que saber verla...), un bello canto a la vida, un dulce despertar a la realidad, un celebrado regreso a la vida, un oportuno retomar la senda perdida, la vuelta a lo sencillo y auténtico, a la pura verdad (el retorno del hijo pródigo), un desprendimiento necesario y purificador (pesadillesco, torturador, traumático y espantoso para los inmaduros, eso sí), liberador y sanador para la tierra y los pocos que quedaron en ella.
Ah, y los de la estación espacial también tuvieron su momento de gloria, muriendo de inanición, abandonados a su suerte.
test floral
A. Un jardín muy bonito con flores que forman corazones.
B. Un helado derritiéndose en el suelo (Ais, ahora tengo sed).
C. Una persona con obesidad mórbida implosionando bajo su propio peso.
A. Una reunión de mariquitas en una flor, están celebrando algo... una boda, seguro que es una boda!
B. Un puñado de moscas nadando en un plato de sopa (camarero!)
C. Un bebé metiendo los dedos en un ventilador.
A. Unas mariposas volando junto a una cascada de la que nace un arcoiris.
B. Una mujer desnuda recostada en un lecho de miel, con nata montada sobre su cuerpo, que se chupa un dedo y con su otra mano se toca sensual e incitadora mientras cae sobre ella una lluvia de champán.
C. Puentin barato.
Solución:
Mayoría de respuestas A: Estás para que te encierren, psicótica monstruosidad irreversible.
Mayoría de respuestas B: Más o menos normal, se nota cierta obsesión latente, aunque no sabría de qué tipo exactamente.
Mayoría de respuestas C: Sano como una rosa.
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