Este es antiguo, lo recuerdo vagamente, sólo un fragmento. La escena es así:
Soy niño y estoy con dos amigos junto a una acequia por la que pasa agua, cerca de mi casa. Al lado hay un descampado, también un pequeño cañaveral, hierbas y arbustos. Debe de ser verano o así, porque el agua se nos hace apetecible para jugar y refrescarnos.
A todo esto el momento es indefinido, a veces hay luz como en pleno día y a veces hay oscuridad como en plena noche. Pero es algo que no tiene importancia, no hay noción de transcurso o cambio, ni de movimiento celeste. No hay tiempo alguno de hecho, sólo es un matiz de percepción, insignificante.
Así pues, estamos ahí probando una cosa, bastante curiosa, y es que sabemos que se puede estar sobre el agua sin hundirse, sólo hace falta creer por completo en ello. Por eso vamos haciendo intentos pero la mayoría de las veces nos caemos dentro. Una vez consigo flotar un poco, pero a mitad de altura, medio hundido. Y otra vez sí que me sale bien pero sólo duro un momento, luego en seguida me caigo de nuevo.
Es muy difícil porque aunque uno quiere pensar que sí, muy convencido siempre, hay una pequeña parte dentro de ti que cree que no. Y esa diminuta parte no se puede cambiar con la cabeza, es más bien cosa del corazón y del instinto, por eso hay que estar muy centrado y equilibrado, muy tranquilo y seguro, sin dudar ni una pizquita, nada de nada, totalmente convencido, de verdad, hasta el último átomo de tu ser, si no no sale.
Pero igual es divertido, es como probar a correr un poco sobre el agua, a veces aguantamos uno o dos pasos y luego: chapuzón. Del resto ya no me acuerdo.