Método infalible, no importa la posición de las piezas, simplemente:
1 - Coja un alfil.
2 - Cláveselo en el corazón a su contrincante.
Ya está, jaque mate.
25 de noviembre de 2007
gatico misinico
Gatico misinico,
qué has comidico?
sopicas de ratica,
y no me has guardadico?
pues miau marramiau, malico.
qué has comidico?
sopicas de ratica,
y no me has guardadico?
pues miau marramiau, malico.
4 de noviembre de 2007
La Chica con Cara de Sergio
La chica con cara de Sergio se mira en el espejo del baño, el grifo gotea lentamente.
Plic.
La chica con cara de Sergio se mira y le vienen a la memoria dolorosos recuerdos de su infancia, en el colegio, del momento en que aquel diablo de crío encontró las palabras adecuadas para marcarla de por vida con el dichoso mote.
Antes de él otros lo habían intentado pero la cosa no cuajaba porque no acertaban del todo, siempre que probaban a llamarla cara de niño o cosas así aparecía alguna pega u objeción, y es que los críos siempre han sido un público muy exigente, no aceptan cualquier cosa y por eso, durante un tiempo, la chica con cara de Sergio pudo vivir libre de esa etiqueta.
Aunque en realidad eso no representara gran diferencia pues el trato que recibía era igualmente cruel e hiriente, ella no comprendía por qué los demás actuaban de esa manera, por qué le hacían sentirse mal sólo por no ser como se supone que debía ser.
Por qué este castigo si yo no tengo culpa de nada?
Y ellos reían y seguían atacándole, ciegamente, como si con eso fuesen a lograr algo, aparte de hacerle daño y destruir su autoestima.
Plic.
Todavía resuenan esas risas en su cabeza mientras la chica con cara de Sergio se mira en el espejo y se ve fea y se aborrece.
Desprecia sus rasgos y se concentra en ese sufrimiento, a pesar de que su cuerpo es perfecto, hermoso, delicado y fragante como un lirio. Incluso su cara es preciosa, ciertamente un poco exótica, eso sí, pero preciosa. Es su propio juicio lo que más daño le causa y no se da cuenta de ello, ella sigue creyendo que los demás tienen razón, que es un monstruo y que merece ese desprecio, ese trato vejatorio.
Plic.
La chica con cara de Sergio continúa reviviendo recuerdos traumáticos, esta vez de su adolescencia, de cuando quiso acercarse a un chico que le gustaba. Recuerda lo nerviosa que estaba y lo mucho que tardó en reunir el suficiente valor para atreverse y cómo las palabras que él pronunció le hicieron trizas el corazón, aunque no fueran malintencionadas. De nuevo se le acelera el pulso y escucha aquellas palabras cayendo sobre ella como losas pesadas: Perdona pero tú eres chica o chico?
Tendría que haber caído fulminada entonces y al menos no habría tenido más problemas. Pero no fue así, sus amigas, por llamarlas de alguna manera, acudieron a rescatarla, pues se había quedado paralizada, impactada, y la sacaron a la calle mientras se iban riendo estentóreamente. Risas que aún se le clavan en su interior.
Plic.
La luz del espejo le devuelve al presente, contempla su reflejo y sigue pensando. Después de una experiencia así cómo no aislarse? Cómo no llegar a la conclusión de que todo el mundo es malo, cómo no dejar de confiar en los demás y hundirse en el silencio, la soledad, el dolor. Cómo no rendirse y ponerse de su lado y sentir asco por ser así, rara, diferente, deforme. Cómo no caer a veces en la confusión máxima, en el querer quitarse la vida, en el buscar soluciones fáciles en cualquier tipo de evasión que le proporcionara algo de calma o, por qué no, algo de placer incluso.
Plic.
Pero eso tampoco funciona, la chica con cara de Sergio guarda negros recuerdos de sus intentos desesperados, ya de adulta, cuando creyó que podía sustituir el amor por el sexo. De aquel antro lleno de salidos y viciosos que no paraban de preguntarle si era un travesti y si tenía polla, de aquel experimento con aquella joven que por un momento le hizo sentirse querida pero que luego igualmente le hizo sentirse sucia, utilizada, despreciada.
De cómo se vio profundamente humillada ante todos, de cómo lo que al principio parecía una broma divertida se transformó en un maltrato degradante y asqueroso. Y, finalmente, de cómo reían quienes contemplaban aquel enfermizo y bochornoso espectáculo.
Siempre lo peor son las risas de los demás, piensa, incluso su recuerdo abre viejas heridas que nunca terminaron de curar del todo.
Plic.
La chica con cara de Sergio tiembla por dentro, mirarse en el espejo la altera y remueve profundamente, sabe que haciendo esto se ocasiona mucho daño pero quiere tocar fondo, derrumbarse, terminar de una vez con la lenta tortura de vivir en estas condiciones. Para bien o para mal desea que algo cambie pues ya no quiere seguir soportando su infierno particular, tan cotidiano.
Por todo esto, la chica con cara de Sergio se queda sin habla, y sin recuerdos, se le atraviesan las palabras, se le hacen un nudo que le oprime la garganta y rompe a llorar. Al principio quedamente, despacito, luego amarga e incontrolablemente, doblándose sobre sí misma, apenas sosteniéndose en pie, frente al espejo, mirando su horrible expresión llena de dolor y amargura.
Así, llora larga y desconsoladamente hasta quedar vacía por dentro, hasta quedar anestesiada por la propia angustia, sin fuerzas, sin ánimo, sin brillo en su mirada. Envejecida, deshecha, exhausta.
Luego, ya más calmada, la chica con cara de Sergio se lava, se recompone como buenamente puede, esboza una especie de sonrisa ante el espejo y se va.
Plic.
Plic.
La chica con cara de Sergio se mira y le vienen a la memoria dolorosos recuerdos de su infancia, en el colegio, del momento en que aquel diablo de crío encontró las palabras adecuadas para marcarla de por vida con el dichoso mote.
Antes de él otros lo habían intentado pero la cosa no cuajaba porque no acertaban del todo, siempre que probaban a llamarla cara de niño o cosas así aparecía alguna pega u objeción, y es que los críos siempre han sido un público muy exigente, no aceptan cualquier cosa y por eso, durante un tiempo, la chica con cara de Sergio pudo vivir libre de esa etiqueta.
Aunque en realidad eso no representara gran diferencia pues el trato que recibía era igualmente cruel e hiriente, ella no comprendía por qué los demás actuaban de esa manera, por qué le hacían sentirse mal sólo por no ser como se supone que debía ser.
Por qué este castigo si yo no tengo culpa de nada?
Y ellos reían y seguían atacándole, ciegamente, como si con eso fuesen a lograr algo, aparte de hacerle daño y destruir su autoestima.
Plic.
Todavía resuenan esas risas en su cabeza mientras la chica con cara de Sergio se mira en el espejo y se ve fea y se aborrece.
Desprecia sus rasgos y se concentra en ese sufrimiento, a pesar de que su cuerpo es perfecto, hermoso, delicado y fragante como un lirio. Incluso su cara es preciosa, ciertamente un poco exótica, eso sí, pero preciosa. Es su propio juicio lo que más daño le causa y no se da cuenta de ello, ella sigue creyendo que los demás tienen razón, que es un monstruo y que merece ese desprecio, ese trato vejatorio.
Plic.
La chica con cara de Sergio continúa reviviendo recuerdos traumáticos, esta vez de su adolescencia, de cuando quiso acercarse a un chico que le gustaba. Recuerda lo nerviosa que estaba y lo mucho que tardó en reunir el suficiente valor para atreverse y cómo las palabras que él pronunció le hicieron trizas el corazón, aunque no fueran malintencionadas. De nuevo se le acelera el pulso y escucha aquellas palabras cayendo sobre ella como losas pesadas: Perdona pero tú eres chica o chico?
Tendría que haber caído fulminada entonces y al menos no habría tenido más problemas. Pero no fue así, sus amigas, por llamarlas de alguna manera, acudieron a rescatarla, pues se había quedado paralizada, impactada, y la sacaron a la calle mientras se iban riendo estentóreamente. Risas que aún se le clavan en su interior.
Plic.
La luz del espejo le devuelve al presente, contempla su reflejo y sigue pensando. Después de una experiencia así cómo no aislarse? Cómo no llegar a la conclusión de que todo el mundo es malo, cómo no dejar de confiar en los demás y hundirse en el silencio, la soledad, el dolor. Cómo no rendirse y ponerse de su lado y sentir asco por ser así, rara, diferente, deforme. Cómo no caer a veces en la confusión máxima, en el querer quitarse la vida, en el buscar soluciones fáciles en cualquier tipo de evasión que le proporcionara algo de calma o, por qué no, algo de placer incluso.
Plic.
Pero eso tampoco funciona, la chica con cara de Sergio guarda negros recuerdos de sus intentos desesperados, ya de adulta, cuando creyó que podía sustituir el amor por el sexo. De aquel antro lleno de salidos y viciosos que no paraban de preguntarle si era un travesti y si tenía polla, de aquel experimento con aquella joven que por un momento le hizo sentirse querida pero que luego igualmente le hizo sentirse sucia, utilizada, despreciada.
De cómo se vio profundamente humillada ante todos, de cómo lo que al principio parecía una broma divertida se transformó en un maltrato degradante y asqueroso. Y, finalmente, de cómo reían quienes contemplaban aquel enfermizo y bochornoso espectáculo.
Siempre lo peor son las risas de los demás, piensa, incluso su recuerdo abre viejas heridas que nunca terminaron de curar del todo.
Plic.
La chica con cara de Sergio tiembla por dentro, mirarse en el espejo la altera y remueve profundamente, sabe que haciendo esto se ocasiona mucho daño pero quiere tocar fondo, derrumbarse, terminar de una vez con la lenta tortura de vivir en estas condiciones. Para bien o para mal desea que algo cambie pues ya no quiere seguir soportando su infierno particular, tan cotidiano.
Por todo esto, la chica con cara de Sergio se queda sin habla, y sin recuerdos, se le atraviesan las palabras, se le hacen un nudo que le oprime la garganta y rompe a llorar. Al principio quedamente, despacito, luego amarga e incontrolablemente, doblándose sobre sí misma, apenas sosteniéndose en pie, frente al espejo, mirando su horrible expresión llena de dolor y amargura.
Así, llora larga y desconsoladamente hasta quedar vacía por dentro, hasta quedar anestesiada por la propia angustia, sin fuerzas, sin ánimo, sin brillo en su mirada. Envejecida, deshecha, exhausta.
Luego, ya más calmada, la chica con cara de Sergio se lava, se recompone como buenamente puede, esboza una especie de sonrisa ante el espejo y se va.
Plic.
3 de noviembre de 2007
Un final feliz
Bueno, pues resulta que al final los países, que durante tanto tiempo se habían mostrado temerosos y respetuosos, perdieron la cordura, se pusieron nerviosos y utilizaron las bombas atómicas. Con lo cual casi nos hicieron un favor pues así nos evitaron muchas penurias y sufrimientos.
De esta manera la humanidad quedó pulverizada en un santiamén y el paisaje cambió drásticamente de la noche a la mañana. Todo eran ruinas y cuerpos esparcidos por todas partes, algunos pocos edificios aguantaron en pie, bravo por sus arquitectos, y el cielo estaba cubierto de densas nubes grises.
El silencio, la quietud y la desolación resultaban sobrecogedores, sin embargo algo importante estaba sucediendo en un remoto rincón de la tierra, concretamente en un sótano de un derruido laboratorio científico. Algo se movía entre los escombros y, después de mucho luchar, una mujer lograba salir de entre ellos.
Este extraordinario hecho se debe a que, en el momento de la auto-destrucción de la humanidad, ese laboratorio trabajaba en la búsqueda de la inmortalidad y parece ser que la fórmula que 'desinteresadamente' había probado esta mujer-cobaya había funcionado. Y más sorprendente aún era que, a pesar de los rigurosos exámenes iniciales, estaba embarazada. Cosa que se comprende si se tiene en cuenta lo aburridos que resultan los periodos de espera entre las pruebas y lo 'amables' que se volvían los médicos cuando les tocaba vigilarla durante el turno de noche.
Así pues, aunque no había alimento de ningún tipo ni la atmósfera era respirable aquella mujer vivía y con el tiempo dio a luz a su bebé, que (caprichos del destino) era niño y a su vez inmortal también. El niño creció y cuando alcanzó la edad adecuada volvió a fecundar a su propia madre. Esto puede resultarnos un poco chocante pero hay que comprender los particulares valores de los inmortales.
Una vez se saben eternos y se ven libres de toda preocupación o necesidad se instala en ellos una cierta dejadez, relajación y pasividad ante las cosas. Por ejemplo, vestir con ropas ya no es necesario, deja de importar por completo la apariencia, la etiqueta, la educación, la ética, el civismo, las ideas, los sentimientos, la salud, la identidad, las relaciones, etc.
Tanto es así que ya nadie se molesta en articular palabras inteligibles ni en poner nombre a las cosas o a las personas, esos 'detalles' les traen sin cuidado pues se sienten por encima de todo, la eternidad los llena de soberbia y lo que les rodea les parece superfluo e insignificante.
Sin embargo la inmortalidad tiene otras consecuencias, al no envejecer el cuerpo se mantiene siempre radiante y lozano como en una eterna juventud, esto hace que el deseo sexual se halle continuamente en su pleno apogeo. Eso y el tremendo aburrimiento que implica su vida sin fin hace que la mayor parte del tiempo se dediquen a follar, sin importarles con quién ni cómo ni si quiere o no quiere hacerlo.
Resulta desconcertante ver cómo las personas se dejan hacer con total indiferencia todo tipo de cosas hasta que la otra persona pierde el interés o sacia su ansiedad.
Desde nuestro punto de vista es grotesco que una mujer se empeñe en lamer y sobar durante días y días un pene flácido, a pesar de que a ratos logre sacar de él cierta 'respuesta' o 'correspondencia'.
Y, lo mismo, que un hombre insista en penetrar continuamente una vagina que no está lubricada o cualquier otro orificio ya lleno y saturado del semen de los anteriores 'usuarios' y del suyo propio.
La cuestión es que, a raíz de esta intensa actividad, las hembras van quedando continuamente embarazadas y dando a luz a nuevos inmortales que enseguida soportarán, y participarán en, el mismo tipo de trato, sin importar la edad que tengan (cosa que naturalmente nos parece monstruosa e inmoral pero que no vamos a entrar a juzgar pues ya asumimos como parte de su 'peculiar' naturaleza). Con lo cual el planeta se va progresivamente repoblando, mejor dicho rellenando, pues estas gentes no se molestan en reconstruir ni en edificar nada, hasta que llega un momento en que toda la superficie del mismo queda cubierta de inmortales apretujados y apelotonados entre sí, cosa que aún les facilita más sus rozamientos y fricciones sexuales.
Visto el conjunto desde la distancia se pueden apreciar cambiantes oleadas de actividad, ya que, a veces, a los inmortales les invade cierto odio hacia sus prójimos y se lían a puñetazos hasta que se les pasa. Así que, como sólo tienen esos dos comportamientos, lo que se distingue desde arriba se asemeja bastante a los cambios atmosféricos, de hecho casi se podrían elaborar mapas 'meteorológicos' siguiendo el progreso de las tormentas de ira y de los anticiclones de pasión.
Por supuesto, una vez llena la superficie, las siguientes generaciones simplemente crecen encima de los demás. Así, capa a capa, va aumentando el volumen de la tierra, comprimiendo a los inmortales de las capas inferiores, sumiéndolos en una total inactividad, que es lo más parecido a la muerte que pueden conseguir, con lo que se sienten igualmente felices en ese estado.
Con el tiempo la masa de seres 'humanos' alcanza y absorbe a la luna y luego a los demás planetas. Para cuando alcanzan al sol su tamaño es tan increíblemente descomunal que lo engullen sin ningún problema, como si de una oliva (un poco picante) se tratara.
Y así siguen, creciendo y 'conquistando' el universo a través de su frenética reproducción que, en cierta manera, puede verse casi como una 'poética' metáfora del amor, aunque más bien lo es del cáncer, pero no nos quedemos con esto último pues, como indica el título, esta historia tiene que tener un final feliz.
(Aplausos, ovación, etc.)
De esta manera la humanidad quedó pulverizada en un santiamén y el paisaje cambió drásticamente de la noche a la mañana. Todo eran ruinas y cuerpos esparcidos por todas partes, algunos pocos edificios aguantaron en pie, bravo por sus arquitectos, y el cielo estaba cubierto de densas nubes grises.
El silencio, la quietud y la desolación resultaban sobrecogedores, sin embargo algo importante estaba sucediendo en un remoto rincón de la tierra, concretamente en un sótano de un derruido laboratorio científico. Algo se movía entre los escombros y, después de mucho luchar, una mujer lograba salir de entre ellos.
Este extraordinario hecho se debe a que, en el momento de la auto-destrucción de la humanidad, ese laboratorio trabajaba en la búsqueda de la inmortalidad y parece ser que la fórmula que 'desinteresadamente' había probado esta mujer-cobaya había funcionado. Y más sorprendente aún era que, a pesar de los rigurosos exámenes iniciales, estaba embarazada. Cosa que se comprende si se tiene en cuenta lo aburridos que resultan los periodos de espera entre las pruebas y lo 'amables' que se volvían los médicos cuando les tocaba vigilarla durante el turno de noche.
Así pues, aunque no había alimento de ningún tipo ni la atmósfera era respirable aquella mujer vivía y con el tiempo dio a luz a su bebé, que (caprichos del destino) era niño y a su vez inmortal también. El niño creció y cuando alcanzó la edad adecuada volvió a fecundar a su propia madre. Esto puede resultarnos un poco chocante pero hay que comprender los particulares valores de los inmortales.
Una vez se saben eternos y se ven libres de toda preocupación o necesidad se instala en ellos una cierta dejadez, relajación y pasividad ante las cosas. Por ejemplo, vestir con ropas ya no es necesario, deja de importar por completo la apariencia, la etiqueta, la educación, la ética, el civismo, las ideas, los sentimientos, la salud, la identidad, las relaciones, etc.
Tanto es así que ya nadie se molesta en articular palabras inteligibles ni en poner nombre a las cosas o a las personas, esos 'detalles' les traen sin cuidado pues se sienten por encima de todo, la eternidad los llena de soberbia y lo que les rodea les parece superfluo e insignificante.
Sin embargo la inmortalidad tiene otras consecuencias, al no envejecer el cuerpo se mantiene siempre radiante y lozano como en una eterna juventud, esto hace que el deseo sexual se halle continuamente en su pleno apogeo. Eso y el tremendo aburrimiento que implica su vida sin fin hace que la mayor parte del tiempo se dediquen a follar, sin importarles con quién ni cómo ni si quiere o no quiere hacerlo.
Resulta desconcertante ver cómo las personas se dejan hacer con total indiferencia todo tipo de cosas hasta que la otra persona pierde el interés o sacia su ansiedad.
Desde nuestro punto de vista es grotesco que una mujer se empeñe en lamer y sobar durante días y días un pene flácido, a pesar de que a ratos logre sacar de él cierta 'respuesta' o 'correspondencia'.
Y, lo mismo, que un hombre insista en penetrar continuamente una vagina que no está lubricada o cualquier otro orificio ya lleno y saturado del semen de los anteriores 'usuarios' y del suyo propio.
La cuestión es que, a raíz de esta intensa actividad, las hembras van quedando continuamente embarazadas y dando a luz a nuevos inmortales que enseguida soportarán, y participarán en, el mismo tipo de trato, sin importar la edad que tengan (cosa que naturalmente nos parece monstruosa e inmoral pero que no vamos a entrar a juzgar pues ya asumimos como parte de su 'peculiar' naturaleza). Con lo cual el planeta se va progresivamente repoblando, mejor dicho rellenando, pues estas gentes no se molestan en reconstruir ni en edificar nada, hasta que llega un momento en que toda la superficie del mismo queda cubierta de inmortales apretujados y apelotonados entre sí, cosa que aún les facilita más sus rozamientos y fricciones sexuales.
Visto el conjunto desde la distancia se pueden apreciar cambiantes oleadas de actividad, ya que, a veces, a los inmortales les invade cierto odio hacia sus prójimos y se lían a puñetazos hasta que se les pasa. Así que, como sólo tienen esos dos comportamientos, lo que se distingue desde arriba se asemeja bastante a los cambios atmosféricos, de hecho casi se podrían elaborar mapas 'meteorológicos' siguiendo el progreso de las tormentas de ira y de los anticiclones de pasión.
Por supuesto, una vez llena la superficie, las siguientes generaciones simplemente crecen encima de los demás. Así, capa a capa, va aumentando el volumen de la tierra, comprimiendo a los inmortales de las capas inferiores, sumiéndolos en una total inactividad, que es lo más parecido a la muerte que pueden conseguir, con lo que se sienten igualmente felices en ese estado.
Con el tiempo la masa de seres 'humanos' alcanza y absorbe a la luna y luego a los demás planetas. Para cuando alcanzan al sol su tamaño es tan increíblemente descomunal que lo engullen sin ningún problema, como si de una oliva (un poco picante) se tratara.
Y así siguen, creciendo y 'conquistando' el universo a través de su frenética reproducción que, en cierta manera, puede verse casi como una 'poética' metáfora del amor, aunque más bien lo es del cáncer, pero no nos quedemos con esto último pues, como indica el título, esta historia tiene que tener un final feliz.
(Aplausos, ovación, etc.)
Hueco
Mis ojos miran pero yo no veo.
Mis oídos escuchan pero yo no oigo.
Mi nariz percibe pero yo no huelo.
Mi lengua degusta pero yo no saboreo.
Mis manos tocan pero yo no siento.
Mi corazón late pero yo no vivo.
Mis pulmones toman aire pero yo no respiro.
Mi cerebro razona pero yo no pienso.
Mis dientes mastican pero yo no como.
Mis cuerdas vocales vibran pero yo no hablo.
Mi estómago digiere pero yo no me nutro.
Mis huesos se mantienen firmes pero yo no me sostengo.
Mis músculos se contraen pero yo no me muevo.
Mi sangre circula pero yo no conservo la temperatura.
Mis células se renuevan pero yo no sano.
Mis oídos escuchan pero yo no oigo.
Mi nariz percibe pero yo no huelo.
Mi lengua degusta pero yo no saboreo.
Mis manos tocan pero yo no siento.
Mi corazón late pero yo no vivo.
Mis pulmones toman aire pero yo no respiro.
Mi cerebro razona pero yo no pienso.
Mis dientes mastican pero yo no como.
Mis cuerdas vocales vibran pero yo no hablo.
Mi estómago digiere pero yo no me nutro.
Mis huesos se mantienen firmes pero yo no me sostengo.
Mis músculos se contraen pero yo no me muevo.
Mi sangre circula pero yo no conservo la temperatura.
Mis células se renuevan pero yo no sano.
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