"Sin amor no hay libertad, sino egoísmo que es el infierno."

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2 de octubre de 2007

Alta Cocina

Cansados de tanto cocinero moderno y exquisito?
Hoy vamos a rendir homenaje a uno de los pioneros más auténticos.
Hablamos, claro está, de Lucas Romero, el célebre innovador que se atrevió a presentar nuevas combinaciones de sabores únicas y sorprendentes.

Su carrera experimental comenzó a una temprana edad, cuando en un cumpleaños hizo la ya clásica gracia de mezclar ganchitos con naranjada. A partir de ahí ya no hubo forma de pararlo, siguió investigando, en la medida de sus posibilidades, con humildad pero a la vez con inagotable curiosidad y claras aspiraciones de futuro.

Los bocadillos que se preparaba para los almuerzos del colegio eran legendarios, desde el famoso 'crema de chocolate con salchichón', que le llevaría a formular la no menos famosa sentencia: 'las posibilidades de combinación de la crema de chocolate son infinitas', hasta el impactante 'huevo duro con sidral'.

Más tarde, una vez ya independizado, pasó a elaborar menús más amplios, platos más complejos llenos de poesía y originalidad, como la famosísima 'tortilla de patatas chips', injustamente atribuida a otro, o el 'jamón con pistachos y mermelada' o los 'palitos de cangrejo a la cerveza' o las deliciosas 'anchoas empanadas con queso de untar' o la 'ensalada con oreo' o cualquier otra maravilla de su sinfín de creaciones.

De esta forma, Lucas Romero fue progresivamente definiendo su estilo, que como se ve se caracteriza por la utilización de ingredientes poco habituales y por una continua búsqueda de fuertes contrastes, cosa que como veremos chocaría bastante con los adocenados paladares de la siempre ciega e inepta burguesía.

Por otra parte, el gran público enseguida reconoció su talento y le asignó una distinción clara y explícita: 'el loco ese que mezcla la comida con los postres'. Semejante honor aún espoleó más su afán innovador, de ahí que pasara a investigar nuevos ingredientes en los lugares más insospechados.

Produciendo platos tan punteros que siguen siendo la cumbre inalcanzable de la alta cocina. Hablamos de piezas tan míticas como las 'olivas rellenas de pasta dentífrica' o el sublime 'helado de quéschu con caramelo de menta machacado' o los extraordinarios calamares bañados en jarabe para la tos' o la espectacular 'salsa de mostaza con miel y bicarbonato' o el indescriptible 'pincho de moscas fritas envueltas en uva con plátano y atún' y otras muchas harto conocidas.

Sin embargo, incomprensiblemente, la gente no reaccionó todo lo 'entusiásticamente' que cabía esperar a uno de sus platos más queridos y eso llevó al desconcertado Romero a probar los primeros sinsabores de su carrera. Y es que las 'croquetas de cartón' nunca
terminaron de recibir el beneplácito de los gurmets.

A raíz de tamaña ofensa el cocinero rompió definitivamente con la sociedad y mandó a todo el mundo a, textualmente, freír espárragos.
Después de aquello Lucas se dedicó a la exploración de los límites gustativos del ser humano, libre ya de consideraciones comerciales pudo adentrarse en la experimentación más pura y dura.

No sabemos nada de los grandes descubrimientos que hizo, pues, lamentablemente, de aquella época se conservan muy pocos datos, pero, por fortuna, sí nos queda constancia de sus frecuentes llamadas a toxicología y sus numerosas visitas a urgencias.
Heroicamente siguió de esta manera con sus investigaciones y al final se hizo tantos lavados de estómago que incluso le pusieron su nombre a la unidad de gastroenterología de su hospital.

Tristemente, tuvo que abandonar su preciosa labor cuando los médicos detectaron preocupantes niveles de radiación en su organismo. Lucas Romero estuvo a punto de dejarnos en aquel momento, cuando la humanidad no estaba preparada aún para asumir semejante pérdida. Por suerte logró salir adelante y se fue recuperando poco a poco.

A partir de entonces su vida se desarrolló con pocos cambios, sin poder experimentar perdió la ilusión por las cosas y se instaló en una cómoda rutina a la que incorporó el hábito de fumar, algo inimaginable en un cocinero, y una extraña afición a chupar pilas cuadradas de nueve voltios, cuya electricidad, decía, despertaba viejos sabores en su agotada lengua.

Por desgracia aquello duró bien poco y su vida se extinguió definitivamente un lunes tres de junio de infausta memoria para todos nosotros. Poco más se pudo añadir a su vastísimo legado, sólo se descubrió un nuevo desayuno que había inventado, que podríamos denominar 'güisqui con cereales' y que fue la última combinación, magistral y brillante como siempre, que nos dejaría.

También se llegó a decir que existían indicios de que hubiera probado nuevas mezclas utilizando sus propios excrementos y todo tipo de fluidos corporales, pero, por supuesto, esto sólo son rumores. Así que, esté donde esté, sólo nos resta decir:
Bon-apetí, Maestro.