La madre está embarazada, alberga a su niño en su interior, eso le proporciona una sensación de contacto muy intensa con él, muy íntima. El niño se siente a su vez profundamente amado y protegido.
La madre da a luz, abraza a su niño con delicadeza y el niño se apoya en ella con ternura.
La madre le da el pecho a su niño, el vínculo es tan estrecho que el amor (y la leche) fluyen con naturalidad entre ambos.
Madre y niño juntos forman una unidad armoniosa, sin límites ni distinciones que definan dónde termina uno y comienza el otro.
Luego, el niño crece y va adquiriendo autonomía, la madre sigue siendo el referente principal y absoluto. Ella le enseña y le transmite los conocimientos necesarios, el niño absorbe y acepta cada palabra suya como una verdad universal, divina.
Después llega la edad de ir a la escuela, el primer día resulta traumático para ambos, la primera vez que se 'separan' realmente.
La distancia hace que la madre tema y se preocupe por lo que le pueda pasar a su niño, tan solo, tan frágil, tan desprotegido. Su amor le hace velar por su seguridad, estar siempre alerta, atenta a la menor señal, dificultad o problema.
Su vida gira en torno a él, nada es más importante, así que cuando su niño está fuera ella aguarda, espera, y se olvida de sí misma. Se olvida de vivir su vida, pierde el contacto con los demás, ella es una madre eficaz, ejemplar, entregada. Cumple todas sus funciones y eso ocupa todo su tiempo, no le importa, ella es feliz así.
El mundo es un lugar frío y hostil, despiadado y cruel con los débiles, por eso ella fue lista al escuchar su instinto, tener un hijo da mucha seguridad, crea un fuerte lazo, otorga ciertos privilegios y, lo mejor de todo, te hace poseedora de un ser vivo cuyo amor hacia ti será infinito, tu fuente de eterna felicidad, tu punto de referencia y apoyo, tu salvación, tu tranquilidad.
También supone mucho trabajo y dedicación pero vale la pena, es más fácil vivir con (a través de) él que sin él. Siempre sabes lo que hay que hacer, sabes cual es tu papel, obedeces tu instinto y así no tienes que pensar en nada más.
Lo importante es protegerlo, amarlo (mimarlo) mucho para que no se aleje demasiado cuando crezca, para que te siga haciendo caso, para que cuando te hagas mayor te cuide y te haga compañía.
El mundo es horrible, ya lo hemos dicho, y tu misión como madre es recordárselo siempre a tu niño, para que tenga cuidado, para que sea bueno y no se mezcle con mala gente.
Así, el niño le cuenta a su madre todo lo que hace cuando está fuera de casa y la madre le expresa sus miedos al respecto, sus quejas, sus prejuicios, etc. O sea, que censura siempre a los demás, sólo él y su madre son buenos, nadie más, por eso ella no sale de casa más que para hacer la compra.
Poco a poco lo va moldeando como ella quiere y procura retenerlo el máximo tiempo posible dentro de casa, en sus dominios, controlado, seguro, a salvo.
El niño crece y llega a la adolescencia, comienza a interesarse por las chicas, pero la madre no soporta la idea de que ninguna pelandusca se lo robe, lo aparte de su lado. Así que aumenta su vigilancia y su represión, le hace chantaje emocional y lo acosa psicológicamente, lo que haga falta con tal de desmontar su voluntad.
Hasta que el niño se rinde, cesa en su empeño y vuelve al redil manso y obediente, como siempre.
Pasan los años y la convivencia continua de ambos, y su aislamiento social, han producido claros signos externos de su deformidad interior. Tanto tiempo alimentando recíprocamente sus absurdos prejuicios ha hecho que pierdan la noción de la realidad.
Su criterio y sus valores se han pervertido de forma atroz, se han convertido en los locos del lugar, ya nadie los trata, su estupidez hace que se creen ellos solos muchos problemas.
Tienen un gusto espantoso, rancio y decadente, acumulan cosas absurdas, sin valor, en las que curiosamente depositan mucha fe, se rodean de ellas y las convierten en sus ídolos, totems, fetiches, para que los amparen y protejan del mundo...
Y es mejor no hablar de la multitud de gatos que crían, ni de la relación, el trato, que con ellos mantienen, a modo de compensación, salida, de sus múltiples frustraciones.
Mejor no seguir con el progreso de su degeneración, basta con ver las pintas que tienen ahora, la vieja ignorante amargada y su hijo bobo cuarentón, siempre juntos, atrapados, en su burbuja enfermiza de posesión medrosa y de miedo absorbente.