Había una vez tres cerditos tontitos que vivían felices y contentos en su casa de ladrillitos.
Y también había un lobo feroz que se moría de ganas de zampárselos.
Lo normal era que los lobos se comieran a los cerditos.
De vez en cuando, con disimulo, cazaban uno y se lo repartían.
Los cerditos no le daban importancia a esas desapariciones, se imaginaban que los ausentes se habían ido de repente a viajar por el mundo; y se quedaban tan panchitos.
Pero el lobo feroz no se conformaba con esto.
Por alguna causa, era capaz de ver más allá que los demás.
Y no paraba de imaginar un futuro en el que los cerditos vivieran en granjas, totalmente a merced de los lobos.
Esta idea le obsesionaba grandemente y le hacía salivar sin parar.
Tanto es así, que algunos cerditos huían asustados sólo con verlo.
Y digo 'algunos', porque cada cerdito tenía su propio grado de tontez.
La mayoría eran tontísimos, otros eran medio tontos y unos pocos eran algo menos tontitos.
El caso es que el lobo feroz estaba loco de ganas de alcanzar ese mundo ideal soñado y anhelado.
Por eso se devanaba los sesos buscando la manera de realizarlo.
Y después de mucho porfiar y cavilar, trazó un plan maestro.
Se lo expuso a sus hermanos y los implicó en su aplicación.
El primer paso consistía en regalarles una radio a todos los cerditos tontitos en sus casitas de ladrillitos.
A los cerditos les encantó ese regalo, pues disfrutaban mucho cantando y bailando con la música de la radio.
Pero la diversión se cortaba a cada hora, para dar paso al parte noticiero.
Las noticias eran un rollo tremendo, porque siempre estaban llenas de problemas y desgracias.
Esto inquietaba bastante a los cerditos, que no sabían qué hacer al respecto.
Entonces, los lobos se ofrecieron a ocuparse de esos asuntos.
Y a los cerditos les pareció superbien la idea.
Pero en realidad eso no hizo sino traer más complicaciones.
Las noticias seguían siendo igual de terribles.
Ahora con el añadido de las controversias en las que se enzarzaban los lobos.
Los cerditos no comprendían nada.
Se supone que los lobos iban a solucionar los problemas.
Pero cada día eran más las adversidades, cada vez mayores, más graves y más acuciantes.
La radio no dejaba de taladrarles sus tontitas cabecitas con disputas y polémicas.
Ante tan machacona matraca y hostigamiento, a los cerditos no les quedó otra que posicionarse.
Por supuesto, la radio les proporcionó la pauta y el ejemplo para ello.
Así pues, cada cerdito se declaró rojo, azul o de otro color, según su opinión.
Hay que admitir que lo de los colores fue una idea brillante por parte de los lobos.
Porque es una manera muy comoda de definirte; y porque envolver las ideas en colores garantiza la discordia.
Lo de escuchar y considerar al prójimo, es un incordio y un engorro; mejor etiquetarlo con un color y a correr.
Los tontitos preferían lo fácil, asique esto les venía como anillo al dedo.
Por eso se pusieron a discutir, culpándose unos a otros de los males que les acosaban.
Los lobos restauraron la paz, asumiendo el orden y mando de la región.
Total, que los lobos se apropiaron de las casas de ladrillo y reubicaron a los cerditos en casitas de madera.
Los cerditos pensaron que así se apaciguarían las cosas.
Pero no.
Cada día amanecía con nuevos problemas pregonados por la radio.
Era como estar sumidos en una pesadilla delirante y monstruosa.
Muerte y peligros por todos lados.
Menos mal que los lobos estaban ahí para decirles a los cerditos lo que tenían que hacer.
Los cerditos obedecían ciegamente, porque habían visto lo que les pasaba a los insumisos.
Los lobos tenían un pronto sanguinario y era mejor no buscarles las cosquillas.
A la postre, daba igual lo mucho o poco que los cerditos se esforzasen.
Los líos y las trifulcas seguían abundando.
Era de locos.
La maraña de normas, prohibiciones y cortapisas no dejaba de crecer.
Curiosamente, nada de eso parecía servir en realidad para poner remedio a los tormentos que apabullaban y acorralaban a los cerditos.
Infinidad de amenazas y desastres seguían asediando su conmocionada pervivencia.
En cada esquina acechaba un enemigo invisible.
Los pobres tontitos no podían soportar esa angustia incesante.
Por suerte, los lobos habían inventado un pinchacito que te quitaba todas las preocupaciones.
Las calles empezaron a estar llenas de cerditos alelados, sin rumbo ni empeño.
Y la radio venga a gritar, chillar, ladrar y rabiar.
Ya no se andaba con retóricas ni tapujos.
Su mensaje era cruel y directo:
Tú tienes la culpa; todo esto es por tu grandisísima culpa; y mereces el peor castigo posible.
Ya hasta las canciones eran abominables, con letras despiadadas y malignas.
Puro veneno.
Los pocos cerditos cuerdos que quedaban, enloquecieron ante semejante panorama y se liaron a palos con los alelados.
Total que los lobos confiscaron todos los palos y, ya de paso, las casitas de madera.
Los cerditos fueron trasladados a chocitas de paja, agrupadas en cercados fuertemente custodiados.
Una vez instalados allí, como por arte de magia, la radio cambió de tono por completo.
Regreso la bella música amansante y los noticieros se volvieron dulces y melodiosos cual tierna nana.
Esto, sumado a los frecuentes pinchazos alelantes, convirtió a los cerditos tontitos en dócil ganado manejable.
Y así, por fin, los lobos fueron felices y comieron cerdices.