A la hora de decidir si vas a participar o no en una votación, el dato más importante es saber si estás en un contexto verdaderamente democrático o en una nefasta farsa.
La diferencia es grande.
Cualquiera con dos dedos de frente comprende que votar dentro de una dictadura es hacer el tonto.
Darle al esclavo la opción de elegir su nuevo amo, es hipócrita y pérfido a más no poder.
El problema no es de qué color es tu bozal, sino el hecho en sí de estar preso bajo su constreñimiento.
Una verdadera democracia no se articula mediante mandamases designados cada equis años.
El sistema actual es monstruosamente abominable.
Se alimenta de tu ignorancia y te explota de mil maneras, a cuál peor.
Lían la madeja exponencialmente, para que no sepas reaccionar adecuadamente.
No obstante, la mentira tiene las patas cortas y tarde o temprano se pone en evidencia.
Es por esto que los traidores se queman en el ejercicio de su vileza y deben ser relevados por otros bellacos nuevos.
Cada nueva sabandija llega al poder gracias a su aura incipiente.
Los incautos albergan la esperanza de que el inestrenado sea diferente, de que realmente cumpla las utópicas promesas que cacarea.
Pero las palabras de los usurpadores son puro embuste.
Sus acciones dan prueba patente de esto en cuanto hacen algo.
Hoy en día la falsedad nos rodea por todas partes.
Sin embargo, eso parece estar propiciando el despertar de cada vez más personas.
Lo cual es un serio inconveniente para las jerarquías imperantes.
Tal vez por ello sus estrategias son ahora más absurdas y extremas.
De pura desesperación.
Quizás al convocar una votación en plenas vacaciones, intentan sacar algún provecho de lo que más les está perjudicando.
El dato más importante de unas elecciones es el índice de participación.
Por el insignificante detallito ese de la legitimidad y tal.
Pero, por más que se pretenda y escenifique, es imposible otorgar carta de licitud a aquello que no la tiene.
Un tirano carece de licencia que justifique su ser.
La casta déspota debe desaparecer.
Todo simulacro contrario a la moral, va al desastre.
Las coordenadas esenciales de la vida están ahí por algo.
No se puede bailar con la muerte y esquivar las consecuencias derivadas de semejante insensatez.
Los malvados quieren envenenarte, envilecerte y zombificarte.
Arrastrarte a su infierno, vamos.
Empeño harto difícil y poco perdurable.
Por eso se les está desmoronando el tinglado, y se afanan en disimularlo como sea y cuanto puedan.
Disfrazan las cifras y maquillan la realidad, para no perder a los que todavía no se están coscando de lo que está pasando.
Al dificultar el acceso a las urnas, encarrilan el remanente de borreguitos hacia el voto por correo.
Esa vía es el sueño húmedo de los tramposos.
Cuando la cantidad de pardillos que te secundan mengua, es lógico que quieras sacarles el mayor rédito posible.
Cuanta más separación hay entre la persona y la urna, más fácil es amañar el voto.
No hay que ser un lince para comprender esto.
A mayor número de manos que medien en el proceso, mayor posibilidad de fraude.
Ya de por sí el método electoral está planteado perversa y torticeramente.
La opacidad del censo, la opacidad del voto, la opacidad del conteo general, la ausencia de efectiva verificabilidad y la ponderación asimétrica por zonas, son garantía de estafa.
Corrupción a la carta, a gusto y satisfacción del que manda.
Eso sin tener en cuenta el absoluto timo que es la partitocracia per se.
Este circo es cada vez más grotesco y retorcido.
Para la próxima, si quieren esconder mejor la peste que son y causan, que convoquen la patochada esta en el ártico y en plena noche polar.
A la postre, nada impedirá que exhiban a lo grande su iniquidad.
En fin.
Esta condenada pirámide de alimañas ya cansa y sobra.
A ver si nos vamos enterando y dejamos de darles anuencia, que ya vale con la idiotez de marras.
El dato más importante es saber quién manda aquí.
O si no, pues eso: Señor reo, escoja su carcelero.