"Sin amor no hay libertad, sino egoísmo que es el infierno."

aviso

Este blog no está recomendado para menores, así que tú mismo con tu mecanismo.

fin del aviso



29 de mayo de 2022

1000 900 80 y 4

Había una vez una nación muy encefalograma plano, compuesta mayormente por cándidos pardillos crédulos.
Ese docilísimo rebaño estaba pastoreado, cómo no, por taimadas alimañas traidoras.
El embuste era el ingrediente fundamental de la tiranía de dichas sabandijas.
Sus palabras eran falsas e hipócritas a más no poder.
Ante el populacho, los corruptos adoptaban una pose de responsables y dignos mandatarios.
Y para cuando sus iniquidades y rapiñas eran ya notorias y clamorosas, abandonaban educadamente sus puestos para cedérselos a otros de igual calaña.
De este modo los déspotas se perpetuaban en su posición de poder, aumentando con cada relevo su dominio y yugo.
Para mejor cumplir su usurpadora opresión, se servían de medios cada vez más refinados y sofisticados.
Asiduos a la estafa y al engaño, sabían perfectamente envenenar las mentes de sus súbditos.
Por eso no era de extrañar que la propaganda fuese su herramienta maestra, para manipular a las masas y encaminarlas hacia donde más les conviniera a ellos.
Lógicamente, la televisión era el canal primordial para realizar esa bellaquería.
Lo que decía la tele era ley suprema y absoluta.
Nadie osaba cuestionarla ni contradecirla.
Si la pantalla te sugería que te tirases por un puente, tú a callar y a obedecer.
En aquel despotismo teledirigido, nadie tenía derecho a hacer lo que quisiera y todos estaban forzados a considerar apetecible lo que se les obligaba a hacer.
Por ti, por mí, por todos.
Juntos en lo malo y en lo peor.
Cavando nuestra propia tumba, de buena gana y con mejor cara.
Nada de lo que difundían las pantallas era verdadero, pero sí que era dolorosamente real la maldad que se escondía tras ese teatrillo.
El mandamás compungido que comparecía para anunciar duras medidas abusivas, estaba bailando de alegría por dentro, regodeándose en su propia vileza y alevosía.
Por otra parte, los gerifaltes contrincantes eran igual de infames y secuaces, a pesar de toda la pantomima.
Todos acólitos en comandita, al servicio de la máxima perfidia.
En ese maldito circo, nunca faltaban peleles dispuestos a cacarear las consignas de turno, a cambio de míseras dádivas.
Así como tampoco faltaban palmeros, de aplauso fácil y criterio cero.
Los ingenuos no eran menos culpables de todo eso.
Que las pantallas ociosas y noticiosas fuesen su sumo dios, era como para abofetearlos hasta que te sangrasen las manos.
Resultaba vomitivo verlos acatar y adoptar con ciega insensatez falacias y sinsentidos.
Que se anunciaba que el estornudo de un murciélago era causa suficiente para hacer que todo el mundo quedase eventualmente secuestrado, pues dicho y hecho.
Que se anunciaba que el pedo de una mosca era causa suficiente para hacer que todo el mundo siguiese indefinidamente secuestrado, pues dicho y hecho.
Que se anunciaba que el moquillo de un piojo era causa suficiente para hacer que todo el mundo continuase perpetuamente secuestrado, pues dicho y hecho.
Había más de ocho millones de especies de animales en ese planeta.
Asique los embaucadores tenían diversión para rato.
Y los memos, en su insondable estulticia, es que ni se enteraban.
Si lo único que hacía falta para doblegarlos a todos era un puñado de casos, resultaba facilísimo fabricarlos.
No tenías más que coger a unos cuantos de esos papanatas y meterles disimuladamente en el cuerpo alguna ignota sustancia, de esas que al poco producen síntomas rarosos y aparatosos.
Al principio te esmerarías en tus pretextos, pero luego ya ni eso.
Les mentirías a la cara y lo mismo serviría.
Una vez que los mentecatos se han tragado un camelo, ya no lo reconsideran.
Ninguno de aquellos necios iba a saber sumar dos y dos, ninguno atinaría a relacionar ambas circunstancias.
Pero es que ni de lejos.
Cuestionar a los dirigentes estaba totalmente fuerísima de sus intenciones y capacidades.
Porque ello exigiría pensar por sí mismos, y eso no les molaba pero nada de nada.
Le tenían alergia a usar el coco.
Y así estaban como estaban, en manos de retorcidos canallas.
Padeciendo cruentos ensañamientos.
Resignados y sin rechistar.
Los muy ineptos.