La cultura imperante, está repleta de falacias perversas y dañinas.
Esto hace que muchos den por válidas algunas nociones profundamente erróneas.
La consecuencia de eso, es que los incautos se ponen en manos de los malvados.
La mentira es una sucia estrategia que lleva demasiado tiempo operando sobre la humanidad.
Esto nos habla claramente de la tremenda inmadurez de nuestra civilización.
El engaño y la estafa son tan predominantes, que han trastornado el sentido común de la mayoría.
Hoy, la lucidez y la cordura son una rara excepción.
La falsedad contamina todos los estratos del conocimiento establecido.
La versión oficial del saber, es una farsa abominable.
El esquema general, está pérfidamente amañado y distorsionado.
Esta pesadilla se sustenta en unos cimientos nefastos, en silogismos y ecuaciones absolutamente disparatados.
El sistema se encarga de incrustarnos a machamartillo esa fórmula para la calamidad.
Y la única manera de desechar eso, es revisando nuestros axiomas medulares, asumidos irreflexivamente.
Lo ideal sería que cualquiera pudiese minuciosamente estudiar por sí mismo, de primera mano, los rudimentos fundamentales.
Sin embargo, se comprende que no todo el mundo tiene ni la pericia ni el instrumental idóneo para tal propósito.
Cosa que se podría solventar con un correcto uso de las instalaciones y recursos oficiales.
Pero como eso no tiene pinta de que vaya a suceder pronto, más vale aprovechar muy mucho los esfuerzos realizados por nuestros predecesores.
No todo es basura tóxica en la historia oficial.
Siempre hay honrosas excepciones.
Solo hace falta tener buen discernimiento para separar el grano de la paja.
Repasando cuidadosamente la línea temporal y comparando los hallazgos favorecidos y los ninguneados, se aprende a detectar los sesgos taimados que nos han desviado por mal camino.
Poco a poco, a base de corruptelas y chanchullos criminales, se ha instaurado una cultura de la muerte cuyos preceptos son rastreros, degradantes y absurdos.
Esa lógica adulterada, convierte al ser humano en una patética maquinaria inútil.
Quien adopta ese modelo, va a la perdición.
Cosa más que evidente hoy en día, pues las personas son tratadas como memas mercancías, como mero ganado, cual escoria molesta y despreciable.
Y para colmo, todo ese abuso y atropello se disfraza mediante una palabrería descomunalmente hipócrita.
En nombre de la paz, te asesinan.
En nombre de la salud, te envenenan.
En nombre del progreso, te degeneran.
Por eso, es crucial desaprender los embustes que presuponemos certeros y aprender a reconocer los indicios de lo verdadero.
Para asomarse realmente a los misterios de la vida, hay que mirar con ojos limpios y corazón puro.
Lo sutil requiere sinceridad, integridad, agudeza, para comenzar a desentrañar sus secretos.
Una conciencia embrutecida, dañada y desorientada, solo captará delirios y espejismos.
La sabiduría se distingue de la necedad, por su integrativa coherencia omnímoda y por su calidad nutritiva.
Estar en sintonía con la verdad, te sienta bien y te alienta hacia lo trascendental.
El significado auténtico y la virtud, van de la mano.
Conocer, implica amar.
Por eso, Dios y lo sagrado son cuestiones ineludibles para el investigador genuino.
Dicho lo cual, veamos ahora el lío que nos tienen montado en el ámbito de lo microscópico.
Los estafadores se parecen a los prestidigitadores, pues buscan embaucarte en su relato, para que no percibas las infectas triquiñuelas con las que te están timando.
Ellos ponen todo su empeño en aprovechar nuestros puntos débiles, nuestros puntos flacos, nuestros puntos ciegos.
Dado que estudiar lo microorgánico es bastante asequible, ellos han pergeñado otro villano mucho más escurridizo e inescrutable, propicio para sus fraudes.
A ese fantasmal esbirro, lo han bautizado con un nombre de raíz ponzoñosa.
Y lo han sobrecargado de connotaciones temibles, inundándonos de noticias espantosas en las que le atribuyen una malignidad y destructividad sobrehumanas.
Así, se sirven de ese ficticio espanto para encauzar a la población hacia una pésima pauta insana.
Si lo piensas, es un truco de lo más elemental.
Basta con convencer a la gente de que, allí donde no alcanza su vista, existe un enemigo terrible y que, por supuesto, solo las autoridades pertinentes pueden detectarlo y derrotarlo.
Cuando los medios informativos están bajo tu poder, es pan comido inculcar esa idea.
Es cuestión de insistencia y tiempo.
Ellos saben muy bien cómo cebar las mentes hasta exacerbarlas.
Saben que la clave está en generar una psicosis inicial, y que luego basta con dejar rodar la mentira por su propia inercia.
A cada país le meten miedo presentándole exageradas noticias catastróficas de sus países colindantes.
Y quien dice exageradas, dice inventadas.
A eso se le llama sembrar un ejemplo tergiversante.
Luego ese temor lo mantienen vivo, a diario, con datos y cifras aislados de todo contexto.
Hay una refinada perversidad en esa manera de manipular al público.
Al presentar única y esquemáticamente los fatales desenlaces, inducen a elucubrar inquietantemente.
La omisión de los detalles importantes, hace que la imaginación se dispare descontrolada.
Ellos fabrican el escenario lúgubre, y el monstruo lo añades tú.
Llevan tanto tiempo estudiando nuestro carácter y nuestras peculiaridades, que saben perfectamente tocarnos la fibra sensible con unas pocas palabras específicas.
Y para mayor seguridad, vigilan nuestras reacciones ante cada uno de sus envites.
Miden nuestra temperatura colectiva y la modulan a su antojo, con abundantes contradicciones y sobresaltos repentinos.
Pastorean a la masa mediante frecuentes bocinazos y latigazos, que ríete tú del perro de Pavlov.
Además, los canallas se cubren astutamente las espaldas.
Sus afirmaciones están cuidadosamente calculadas para dar a entender cosas que realmente no dicen.
Cualquier intento de pedirles cuentas por sus engaños, desembocaría en una sanción obscenamente insignificante.
Ellos diluyen muy hábilmente sus responsabilidades.
Se saltan la lógica con un descaro pasmoso y juegan insolentes al equívoco con premeditadas ambigüedades.
Para ellos, desmentir equivale a rementir.
Se sacan de la manga a un sospechoso, y en un abrir y cerrar de ojos lo convierten en el culpable único e incuestionable.
Llevar la voz cantante, les permite imponer sus viles engaños.
Por ejemplo, el mito del bicho asesino.
Eso les está dando mucho juego, pues a cada temporada se inventan uno nuevo y le sacan todo el partido que pueden.
Con la magia de las palabras, enredan a la gente.
Tal cual.
Eligen algunos síntomas y se los atribuyen al nuevo engendro de turno.
Solo con ponerle un nombre corto e impactante, que cale, ya tienen media receta hecha.
Luego lo condimentan con confusas imprecisiones, y ya tienes a todos enfangados en un caos horrendo.
El negocio de los farsantes consiste en marear a los cándidos, ofuscarlos con cifras y tecnicismos sin sentido.
Para llevar a cuantos más puedan al delirio y al desastre.
Vendedores de humo de la peor calaña.
Y volviendo a lo que iba: El susodicho bicho, de bicho no tiene nada.
A esa diminutez es mejor llamarla escombro.
Ese cambio léxico es importante.
Cualquiera comprende que el escombro es producto del desmoronamiento de una edificación, y no al revés.
Es una ruin engañifa mostrar un escombro próximo a un edificio y pretender que dicho fragmento está atacando a la construcción, que los huecos que se aprecian en el muro no son desprendimientos sino dentelladas.
Te cuentan la película al contrario de como es, para llevarte hasta el desquiciamiento y la alienación.
Ese cuento demencial, persigue robarte tu capacidad de desarrollo, restarte poder.
La fábula de la hormiga derrumba-montañas no puede ser más inverosímil, pero, increíblemente, todavía les sigue funcionando.
Y si eso lo combinamos con los mitos respecto al código matricial, ya la paranoia es descomunal.
Tal vez con un ejemplo mecanicista, esto quede más claro para algunos:
Imagina que en un descampado están los restos dispersos de un coche abandonado.
De repente, el tubo de escape cobra milagrosamente vida y, con su sola fuerza de voluntad y su inédita inteligencia, se eleva del suelo y se dirige flotando hacia una fábrica de automóviles.
El tubo cruza la fábrica y entra en el despacho del director.
A continuación, tira por la ventana al susodicho jefazo y ocupa su puesto.
El tubo organiza una reunión para comunicar sus nuevas directrices, que consisten en modificar la cadena de montaje al completo, para fabricar un modelo de coche de la competencia.
Hipótesis descabellada a más no poder.
Pero esa es exactamente la patraña que nos están vendiendo.
Tiene bemoles la cosa.
Entre tanto mito de nanobichos y códigos matriciales, han montado una sopa de lo más insensata.
Nos quieren convencer de que en dicho código residen los planos arquitectónicos de nuestro organismo.
Pero eso no es exactamente así.
Si a algo se parece esa cadena de información, es a un listín telefónico.
Solo te proporciona direcciones de contacto.
Los malvados sueñan con podar ese listín y llenarlo de datos falsos.
Pero eso es más fácil de decir que de hacer.
Por eso sus estrategias son tan indirectas y retorcidas.
El caos y la mentira son sus herramientas predilectas.
Pues solo si inducen el miedo, logran agitar, alterar, desequilibrar y lesionar a los ingenuos, propiciando su decadencia, resquebrajamiento y desintegración.
En resumen, su ambición es sencilla a la par que abyecta: Quieren arruinarte, reducirte a pinche despojo, barrerte y tirarte al vertedero.