Una mañana te levantas, te diriges a la cocina y descubres que no puedes entrar, pues hay una puerta blindada, con ranura para bandeja, al más puro estilo carcelario.
Aporreas esa barrera inadmisible, hasta que se abre la ranura y ves al otro lado los ojos de alguien.
Entonces comienza el más absurdo diálogo.
El desconocido ocupante, demuestra poseer notables dotes oratorias. Reconduce todas tus quejas y protestas, hasta hacerlas parecer insignificantes.
Te convence de las ventajas de esta nueva situación.
Tal susodicho, a cambio de la usurpación de esa parcela de tus dominios, te ofrece sus servicios como cocinero personal, además de correr con los gastos y la compra de los alimentos.
La oferta es tentadora, pues ni te sobra dinero ni te apasiona cocinar.
Tras mucho negociar, cerráis el acuerdo mediante la firma de un contrato.
Una de las cláusulas más curiosas del legajo, es la que te obliga a elegir un nuevo cocineril relevo cada cuatro meses.
Tu no has pedido eso, y ya no recuerdas las razones que te convencieron de la idoneidad de semejante requisito.
Supuestamente, ello obliga a dicho fulano a esforzarse y esmerarse en su labor. Pero a ti te suena a pretexto trilero.
Lo cierto y verdad es que, esa rotación de 'sirvientes', te roba toda posibilidad de recuperar jamás tu cocina.
Pero, si lo piensas, aun sin eso, poco podrías hacer.
No conoces ni el nombre ni la identidad de tu expropiante inquilino.
Así pues, comienzas a disfrutar de este servicio sobrevenido.
Al principio te debates entre la rebeldía y la complacencia.
Realmente es muy cómodo disponer de comidas preparadas y gratuitas.
Pero todavía buscas alguna manera de deshacerte del autoinstaurado convidado.
Inspeccionas el exterior del edificio y descubres que la ventana de tu cocina da a una nueva escalera de incendios, que curiosamente no desciende hasta la calle, sino que sube hasta el tejado.
Espías con unos prismáticos las entradas y salidas del interfecto, pero no logras obtener ningún rasgo identificativo, pues va cubierto con amplias ropas, capucha, gafas de sol y mascarilla anticontaminación.
No hay manera de seguirle el rastro, pues el acceso a los tejados está cerrado con una insólita cerradura, de la que nadie parece tener llave.
Intentas movilizar a la policía en ayuda de tu causa, pero descubres lo que ya sospechabas: No mueven ni un dedo a tu favor.
Acudes a la vía judicial. Lo mismo de lo mismo. El contrato es legal y vinculante. Y para colmo solo se puede finalizar si ambas partes están de acuerdo. Resulta que la ley se ha vuelto totalmente antilógica para según que cosas. Casualidades de la vida.
Por eso no te sorprende descubrir que todos tus vecinos se encuentran igualmente parasitados.
Los medios no dicen ni mu de esta masiva invasión orquestada.
Y, cómo no, los precios de los alimentos se han disparado. Ya no podrías alimentarte por tu cuenta ni aunque quisieras.
Así pasan cuatro meses y por vez primera debes elegir el próximo 'chef' de tu cocina.
Se te ofrece un libreto con los menús ofertados por cada candidato.
En realidad hay poca diferencia entre los platos de unos y otros.
Los aspirantes se hacen llamar cada uno con el nombre de un color, lo cual te hace sentir como en una película de atracos.
Tras mucho darle vueltas, eliges al señor Marrón, no por nada en particular.
Pasa el tiempo y cada vez te incomoda más esta dependencia involuntaria. Te molesta la rigidez del programa semanal de menús. Te molestan las no negociables cantidades que se te sirven. Te molesta no poder eludir ni una sola comida.
Pero lo peor de todo es lo que no sabes.
No sabes que tu cocinero te está envenenando en secreto.
Poco a poco, te vas volviendo apático, lento, memo.
Ya no te queda seso ni energía, para escapar de esa trampa fatal.
Sin darte cuenta, te estás dando por vencido.
Cada día más débil, tonto y estéril.
3 de noviembre de 2018
la nochedumbre
Desnudo en mi cama, soporto el somnífugo veranil sofoco.
Pegajoso y noctiálgico en la oscurnidad, cadenceo la sinfonilla de sonanzas.
Traversan la calle unos solámbulos pasos metrancólicos.
Ronconea un vecinante.
Un cruzauto prende con su luminhaz mi cuartelete.
Se oyen gatísonos llantidos y ecos cánidos.
Un tren fuga y trifulca sus lejemanejes.
Un grillo pillo, mordisquea los cristales.
Y un basuriense camionea el barrio.
Entonces, unos muslos flanquean mis piernas.
Unas caderas planchan mi pelvis.
Unas gracilmanos se entrelazan con las mías.
Sendos sudonosos pechos curvilindos, posánse sobre mi torso.
Una melena me encortina y mis labios reciben una boca sonrisueña.
Nuestras lenguas se mutuindagan, en dulcífico salivor languicalmo.
En la tiernumbra, tu fémino latido enarde mi pulso.
Domeñanta y picardilla, te bambolceas candurienta.
Tus tobillos me espolean y me embriaga tu sexodor a hembritud.
Abraciva te cachonsobas y nuestros pubis se rocegozan.
Tu frotanza ensalza mi levadura, que busca tu auspiciadora rendija.
Serpenteo y vaivencio bajo tu peso.
Hasta que, vehemfacto me alciarco y te postro supina.
Erotriz te haces la damiposa, lo que alicienta mi palperío y caricismo.
Desebundo, dactilizo y sensidermo tu cuerpo.
Resbailosa te lujurdonas y golfilón te termocato y pezonmamo.
Circunnido tu caldífera sima y te dedidiano hasta que susurflamas lubricunda.
Pasionisca, te posturnas y mi carnivara boquirrollas.
Mientras tú brevilibas, yo lengüifaeno.
Intimorio te perlilamo y saborona me puntipules.
Humidizo tu abistemplo y bravisela abundizas y te rigordeas.
Seguimos foguidísimos y jugotones con la lamedura, hasta que encenmina te vulvalojas mi punzimango.
Gemidente intrahondas submergiva y durandero te nalguihinco con sucesivez.
Montívolos cabalguientos, sensiactos y unisondos nos notifrotamos.
Luego, postgocijos soseguísimos, por fin caemos en onírica pernocta.
Pegajoso y noctiálgico en la oscurnidad, cadenceo la sinfonilla de sonanzas.
Traversan la calle unos solámbulos pasos metrancólicos.
Ronconea un vecinante.
Un cruzauto prende con su luminhaz mi cuartelete.
Se oyen gatísonos llantidos y ecos cánidos.
Un tren fuga y trifulca sus lejemanejes.
Un grillo pillo, mordisquea los cristales.
Y un basuriense camionea el barrio.
Entonces, unos muslos flanquean mis piernas.
Unas caderas planchan mi pelvis.
Unas gracilmanos se entrelazan con las mías.
Sendos sudonosos pechos curvilindos, posánse sobre mi torso.
Una melena me encortina y mis labios reciben una boca sonrisueña.
Nuestras lenguas se mutuindagan, en dulcífico salivor languicalmo.
En la tiernumbra, tu fémino latido enarde mi pulso.
Domeñanta y picardilla, te bambolceas candurienta.
Tus tobillos me espolean y me embriaga tu sexodor a hembritud.
Abraciva te cachonsobas y nuestros pubis se rocegozan.
Tu frotanza ensalza mi levadura, que busca tu auspiciadora rendija.
Serpenteo y vaivencio bajo tu peso.
Hasta que, vehemfacto me alciarco y te postro supina.
Erotriz te haces la damiposa, lo que alicienta mi palperío y caricismo.
Desebundo, dactilizo y sensidermo tu cuerpo.
Resbailosa te lujurdonas y golfilón te termocato y pezonmamo.
Circunnido tu caldífera sima y te dedidiano hasta que susurflamas lubricunda.
Pasionisca, te posturnas y mi carnivara boquirrollas.
Mientras tú brevilibas, yo lengüifaeno.
Intimorio te perlilamo y saborona me puntipules.
Humidizo tu abistemplo y bravisela abundizas y te rigordeas.
Seguimos foguidísimos y jugotones con la lamedura, hasta que encenmina te vulvalojas mi punzimango.
Gemidente intrahondas submergiva y durandero te nalguihinco con sucesivez.
Montívolos cabalguientos, sensiactos y unisondos nos notifrotamos.
Luego, postgocijos soseguísimos, por fin caemos en onírica pernocta.
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