Soy adolescente y estoy de viaje de estudios con algunos compañeros.
Nos encontramos en un inespecificado país vecino, muy similar.
Se nos ha dado alojo en los almacenes de inventario de un centro comercial.
Aquí disponemos de pocas comodidades.
Las instalaciones son sombrías y austeras. No hay camas ni habitaciones, tan solo taquillas y estanterías.
La única ventaja de estar aquí es que nos dan acceso libre a cualquier producto disponible en la tienda.
Esto significa comida gratis, pero debemos cocinarla por nuestra cuenta.
Para eso contamos con un peculiar sillón-cocina que hay en un recóndito rincón de una olvidada área de empleados.
Ya es mediodía y nos disponemos a preparar nuestro menú, en tan rocambolesco armatoste.
El sillón-cocina tiene aspecto robusto y tosco. Su tapicería es parduzca y anticuada. En el asiento asoman los fogones y dudo mucho que puedan utilizarse sin ocasionar fatal incendio.
El horno se abre bajo el asiento y parece razonablemente aprovechable.
Vamos preparando varias recetas sobre las bandejas metálicas, para hornearlas.
Entonces nos llevamos la desagradable sorpresa de que el cable de dicho sillón-cocina no es compatible con el enchufe de la pared.
Necesitamos un cable con toma de tierra o el horno no va a funcionar.
Espoleados por nuestra creciente hambre, accedemos al centro comercial para dar con el cable adecuado que solvente nuestro apuro.
Pero no lo hay. Increíblemente.
Explorando por la zona privada, doy con una abandonada máquina recreativa.
Por suerte, su cable nos sirve.
Lo acoplamos al sillón-cocina y procedemos a insertar las bandejas en el horno, que ya se va caldeando.
La bandeja inferior se dobla por el peso y derrama su contenido sobre la base del horno.
Debemos apresurarnos a extraer dichos condumios antes de que se carbonicen y atufen nefastamente todo lo demás.
Además, necesitamos cazos para achicar el abundante caldo que también se ha depositado en el fondo.
Y con esa cuita y premura, me despierto.
2 de octubre de 2018
Deseo
(Dedicado a Pepe Mediavilla)
Amigo, hermano, compadre, permíteme que te confiese mi mayor deseo:
Anhelo ser inmortal.
Quiero yacer inmóvil por siempre, para que el Sol se me coma lentamente. Sentirlo decapando mi piel, notarlo lamiendo en silencio mi ser, hasta convertirme en una fina voluta de polvo interminable, que flota disperso y liviano por los aires.
Vivir siendo la más insignificante partícula errante. Llegar a todos los rincones de este mundo, y encontrar reposo dentro de cada criatura viva.
Quiero ser una inofensiva y minúscula mota de polvo, pequeña y microscópica, para colarme dentro de ti, viajar hasta tu corazón y allí recostarme, al abrigo de tu tierno candor, mecido por tu íntimo latido. Tan agustito, y mejor que bien.
Así de feliz me harás, que te regalaré mi inmortalidad:
Yo, el puntito diminuto, me encenderé cual brasa viva, y prenderé en tu corazón el fuego mayor, el máximo amor, que te liberará de las cadenas mortales y te dará el poder para cumplir tu sumo deseo, o para trascender hasta el Cielo.
Luego, después, más adelante, coincidiremos en la eternidad y compartiremos experiencias y comentaremos peripecias, como buenos conocidos, como viejos amigos, como viejos buenos amigos conocidos.
(Intrahistoria: Hace año y pico descubrí el canal de Pepe (https://www.youtube.com/channel/UCKpefaVqOKPjXyqbOf6n85g) y me causó tal impresión, que me inspiró escribir este poemilla. Incluso llegué a contactar con él, para ver si querría recitarlo. Tuve buena respuesta por su parte, pero su tarifa sobrepasaba lo asumible por mi economía de entonces. Asique el proyecto quedó pospuesto hasta mejor ocasión. Justo este año me disponía a retomar la comunicación para completar esto, cuando me sorprendió la noticia de su fallecimiento. Queda pues este texto inaudito, sin la voz para la que fue escrito.)
Amigo, hermano, compadre, permíteme que te confiese mi mayor deseo:
Anhelo ser inmortal.
Quiero yacer inmóvil por siempre, para que el Sol se me coma lentamente. Sentirlo decapando mi piel, notarlo lamiendo en silencio mi ser, hasta convertirme en una fina voluta de polvo interminable, que flota disperso y liviano por los aires.
Vivir siendo la más insignificante partícula errante. Llegar a todos los rincones de este mundo, y encontrar reposo dentro de cada criatura viva.
Quiero ser una inofensiva y minúscula mota de polvo, pequeña y microscópica, para colarme dentro de ti, viajar hasta tu corazón y allí recostarme, al abrigo de tu tierno candor, mecido por tu íntimo latido. Tan agustito, y mejor que bien.
Así de feliz me harás, que te regalaré mi inmortalidad:
Yo, el puntito diminuto, me encenderé cual brasa viva, y prenderé en tu corazón el fuego mayor, el máximo amor, que te liberará de las cadenas mortales y te dará el poder para cumplir tu sumo deseo, o para trascender hasta el Cielo.
Luego, después, más adelante, coincidiremos en la eternidad y compartiremos experiencias y comentaremos peripecias, como buenos conocidos, como viejos amigos, como viejos buenos amigos conocidos.
(Intrahistoria: Hace año y pico descubrí el canal de Pepe (https://www.youtube.com/channel/UCKpefaVqOKPjXyqbOf6n85g) y me causó tal impresión, que me inspiró escribir este poemilla. Incluso llegué a contactar con él, para ver si querría recitarlo. Tuve buena respuesta por su parte, pero su tarifa sobrepasaba lo asumible por mi economía de entonces. Asique el proyecto quedó pospuesto hasta mejor ocasión. Justo este año me disponía a retomar la comunicación para completar esto, cuando me sorprendió la noticia de su fallecimiento. Queda pues este texto inaudito, sin la voz para la que fue escrito.)
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