"Sin amor no hay libertad, sino egoísmo que es el infierno."

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fin del aviso



11 de marzo de 2017

bi-bala virgen

Pues resulta que había un enconado conflicto de intereses entre el poder y la sociedad.
El poder quería reducir la población a toda costa, y la sociedad quería viento favorable para vivir y prosperar.
Este tira y afloja parecía no tener solución, hasta que un buen día apareció un invento que lo cambió todo.

Inesperadamente, ambas partes encontraron en aquel ingenio un camino válido para sus intereses.
El dispositivo en cuestión, consistía en una especie de chip microscópico que se implantaba junto al corazón.

La función de este chip era muy sencilla, se vinculaba con su chip gemelo, que a su vez estaba implantado en otra persona, de tal manera que, si se separaban más de cinco metros, ambos producían la muerte instantánea de sus portadores.

No hizo falta explicar nada. De golpe, la sociedad entendió cómo y por qué aquello le interesaba y convenía.
Lenta y consensuadamente, se fue diseñando el modo y la forma de aplicar y aprovechar eso.

A tales efectos, se promulgaron leyes extraordinarias.
Decidieron que todo puesto funcionarial, sería a partir de ahora vitalicio y parejil, esto es, ocupado por una pareja.
Con dos condiciones.
Cada miembro de la pareja debía llevar el chip de marras, que permanecía operativo durante el horario laboral.
Y, todavía más importante: La pareja era hasta-que-la-muerte-nos-separe. O sea, que no había opción a divorcio ni a separación.
La muerte de uno, significaba la muerte del otro.

Así que esto no era cosa de broma, para nada.
Grande era la responsabilidad, al igual que grande era la estabilidad que proporcionaba tal compromiso.

El éxito fue total.

Al principio, las muertes fueron abundantes y frecuentes.
La precipitación y las ansias, propiciaban emparejamientos endebles y efímeros, abocados a su pronta y fatídica terminación.

Poco a poco, las personas comprendieron que aquello requería auténtico cuidado y respeto.
Cada vez ponían más tiempo y esfuerzo en prepararse a fondo para permanecer fieles a su propósito y para asociarse en verdadera sintonía, y así poder disfrutar de una vida plena y dichosa.

A pesar de todo, la desproporción era inmensa: Había más aspirantes que puestos a cubrir.
Gracias a lo cual, las instituciones fueron progresivamente creciendo y ampliando su marco de acción, ramificándose hasta alcanzar todas las áreas habidas y por haber.

De pronto, la empresa privada se encontraba con un firme competidor implacable.
Muchas desaparecieron sin remedio, barridas por una fuerza que no podían asimilar ni manejar de ningún modo.
Ya que, todas las decisiones de los cuerpos funcionariales, debían ser consensuadas y refrendadas por su plantilla al completo.
Se comprenderá entonces que su prioridad era manifiestamente preservadora.

Y había otro detallito que ayudaba grandemente a esto.
Resulta que los puestos no eran fijos. Sino que cada día se repartían mediante sorteo, entre todos los funcionarios.
Así pues, la eliminación de cualquier puesto funcionarial, significaba que en el sorteo del día siguiente, alguien se iba a quedar sin sitio y a morir automáticamente por ello. 

Todo esto, tenía una tremenda capacidad de atracción que iba en aumento.
Casi toda la población anhelaba desesperadamente formar parte de dicho sistema tan compactamente organizado y estructurado, pues la recompensa era inigualable.
A sus ojos, brillaban más las ventajas que los riesgos.

Pero, claro está, no todo el mundo era tan sensato y civilizado.
Siempre hay una porción malévola que desea destruir lo que no puede alcanzar.
Así que, las instituciones debían tomar cada vez más medidas y precauciones.
Las fuerzas del orden se empleaban al máximo para defender y proteger las estructuras oficiales y a sus administradores. Labor que poco a poco se fue extendiendo hacia fuera, hasta lograr un entorno convivencial adamantino y propicio, donde los eventuales percances eran raudamente solventados y minimizados los daños.   

Convenía pues, equipar y preparar lo mejor posible a los funcionarios para desempeñar eficazmente tan cruciales tareas de salvaguardia.
Cosa a la que se dedicaba no poco seso y empeño.
El sistema sabía a la perfección que debía tener siempre de su lado a la población, o no sobreviviría. Por eso ponía absoluto cuidado en implementar políticas de desarrollo y amparo, para permanecer implicado y aliado. 

De esta manera, la sociedad participaba en las instituciones y supervisaba su correcto funcionamiento.
La continua y completa vigilancia era clave, para impedir toda falta o irregularidad operativa o procesal.
Para lo cual se utilizaba a pre-funcionarios.
Los pre-funcionarios eran ciudadanos corrientes que asumían la norma de la bi-bala, como se llamaba extraoficialmente al chip ese. Por lo tanto, para poder realizar sus labores, cada pareja de pre-funcionarios se instalaba el dispositivo aquel, y quedaba sujeta a las mismas leyes que los funcionarios. Pero con sueldo menor y con su empleo sujeto a examen. O sea, que en función de la calidad de su servicio, el pre-funcionario era más o menos solicitado, y ganaba más o menos puntos como aspirante a convertirse en funcionario.

Con todo esto, el control era cada vez mayor y mejor.
La ley y el orden imperaba en la sociedad y pocos eran los díscolos y descontentos, así como menguante su capacidad de traba o extorsión.

Aunque, cierto es, el chip también tenía sus limitaciones.
La ley de los cinco metros hacía fácil aniquilar a una pareja, simplemente impidiendo que uno de sus miembros pudiera acudir al trabajo puntualmente.
Por esto, existía una aplicación de móvil que permitía en todo momento conocer la localización de la pareja.
Además, dependiendo del alejamiento del sujeto o pareja y de la proximidad de su hora de incorporación al trabajo, se activaba un protocolo de reclutamiento. Las fuerzas del orden más cercanas, acudían y procedían al transporte del sujeto o pareja hasta su puesto de trabajo. Este servicio era luego descontado del sueldo conjunto de la pareja, al igual que sucedía con cualquier otra irregularidad o incumplimiento.

En caso de que la falta al trabajo fuese justificada o inevitable, de inmediato se bloqueaba la cuenta bancaria de la pareja y se activaba la ley de los cinco metros, prevenciones ambas que se mantenían indefinidamente, hasta que la institución viese resarcida dicha omisión del deber.

Y bueno, luego se inventaron unos nanorrobots para detectar y prevenir aún mejor cualquier amago de malevolencia y tal, pero esa es otra historia...