30 de abril de 2016
sostenismo turismible
Rajianos Maroys desatados inundan la tierra con sus sustituismos eufemismibles y sus discutismos aforismibles. A todas horas vomitan risismos novismibles, bebismos espejismibles, sumergismos abismibles. Con temismo fatalismible e irrompismo magnetismible anuncian predecismos cataclismibles, terrismos seismibles, esgrimiendo factismos silogismibles, de invisismo empirismible, sin tregua ni pausa. Con tal imposismo mutismible azuzan el dirigismo pasotismible hasta el combustismo paroxismible para continuar el incomestismo consumismible de infuturismo futurismible. Pero este flexismo mecanismible da distinto fruto en el sensismo civismible, pues mueve a preferismo atavismible, a apacismo bautismible, a descriptismo pacifismible de creismos guarismibles e inteligismos grafismibles, a apetecismo nudismible de imperdismo purismible, a accesismo animismible de irrepetismo exotismible.
nupcial
Un prestigioso joven pianista de jazz se dispone a dar un recital, el auditorio está abarrotado y espectante en la oscuridad. El escenario es sobrio y oscuro, la iluminación es tenue y solemne.
Apenas el artista ha comenzado a tocar unas notas, empieza a caer del techo una inesperada lluvia de confeti brillante.
A un lado del escenario se recorta la silueta de una mujer, que entra en escena y todos inmediatamente reconocen como la pareja del pianista. En su andar, en su vestido y en su sonrisa radiantes, se adivina una alegría exultante, propia de la sorpresa que está provocando.
Resuelta y felina, se sube a la cola del piano y se pone a cuatro patas, ofreciendo su trasero a su pareja, con la falda levantada.
En sus blancas bragas hay una frase en inglés: Empujar para casar.
Ni corto ni perezoso, el pianista se avanza y le da un par de firmes y apasionados besos-topetazos en la diana expuesta.
Entonces ella se hace a un lado, él se sube al piano, se baja los pantalones y exhibe sus blancos calzoncillos con la frase: Tirar para casar. A lo que ella procede, con deleite y entusiasmo.
El público prorrumpe en aplausos y vítores, se desata un eufórico alborozo, grandioso y efervescente, bravío y oleante, incontenible e inolvidable.
Apenas el artista ha comenzado a tocar unas notas, empieza a caer del techo una inesperada lluvia de confeti brillante.
A un lado del escenario se recorta la silueta de una mujer, que entra en escena y todos inmediatamente reconocen como la pareja del pianista. En su andar, en su vestido y en su sonrisa radiantes, se adivina una alegría exultante, propia de la sorpresa que está provocando.
Resuelta y felina, se sube a la cola del piano y se pone a cuatro patas, ofreciendo su trasero a su pareja, con la falda levantada.
En sus blancas bragas hay una frase en inglés: Empujar para casar.
Ni corto ni perezoso, el pianista se avanza y le da un par de firmes y apasionados besos-topetazos en la diana expuesta.
Entonces ella se hace a un lado, él se sube al piano, se baja los pantalones y exhibe sus blancos calzoncillos con la frase: Tirar para casar. A lo que ella procede, con deleite y entusiasmo.
El público prorrumpe en aplausos y vítores, se desata un eufórico alborozo, grandioso y efervescente, bravío y oleante, incontenible e inolvidable.
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