La dificultad para realizar cambios radica en la naturaleza del ser humano y de la vida.
En nuestra toma de decisiones intervienen hondas pulsiones vitales que buscan y procuran siempre la máxima sostenibilidad y eficiencia ecointegrada.
Somos sistemáticos y adaptativos.
Para pasar de un modo funcional a otro distinto se hace imprescindible percibir claramente la ventaja y beneficio de la nueva opción.
El deseo de una sociedad mejor organizada y más justa es muy legítimo, incluso imperativo.
Pero es altamente improbable que la sociedad se aproxime siquiera a ello sin una adecuada y suficiente preparación previa.
Uno no cambia la bici por la moto de la noche a la mañana.
Mayor poder implica mayor responsabilidad.
Percibir lo inapropiado de nuestro sistema actual es un buen comienzo. El siguiente paso es diseñar un mejor sistema. Y el siguiente paso es probarlo y ensayarlo prudentemente hasta estar bien familiarizado con su fruto y funcionamiento.
Hoy por hoy las promesas no valen nada.
Las palabras vacías son inútiles, estériles y efímeras.
Ningún político tiene ya la más mínima credibilidad.
Porque ese no es el camino.
La democracia representativa no funciona, la democracia participativa es la única digna de ser llamada como tal.
Es la realidad lo que cuenta, es la realidad lo que importa.
El cambio solo vendrá de lo concreto, por el ejemplo.
Nada impide a la sociedad organizarse a pequeña escala de acuerdo a sus valores y aspiraciones. De la marcha y resultado de esa experiencia dependerá que su planteamiento se extienda o se disuelva.
Las ideas demuestran su verdad en su aplicación en la realidad.
Triunfan o fracasan según sepamos traducirlas y trasladarlas.
Nuestra actuación es decisiva y determinante.
Está en nuestra mano salir del pozo o hundirnos más.
La ilusión de las personas es casi tan grande como su inmadurez.
Esto solo trae frustración y tormento.
Sin una clara voluntad de aprendizaje y automejora no se puede avanzar en la buena dirección.
Votar es una herramienta para calibrar aproximadamente el consenso de una sociedad, pero resulta un recurso muy endeble dado su exiguo y paupérrimo uso.
El consenso de la sociedad debe buscarse y considerarse más continua y seriamente.
Debe estar asociado a más factores, imbricado en la actividad cotidiana. De tal manera que la sociedad demuestre verdadero respeto y lealtad hacia sí misma y sus valores compartidos.
Claro, hacer realidad esto exige un alto grado de compromiso y responsabilidad personal. Y es por eso que cuesta tanto empezar algo así. Demasiado serrín en las seseras. Demasiada ruindad en los corazones. Demasiado egoísmo a fin de cuentas.
Sin una clara noción de pertenencia no puede haber respeto ni solidaridad ni justicia.
Lo bueno por conocer nunca se hace realidad porque nunca nos hacemos dignos de ser sus generadores.
Y así vamos, llorando y quejándonos, pero sin dejar de arrastrarnos.